Herencia maldita
Lunes, Marzo 11, 2013 | Por Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Desde el martes 5 de marzo, la
televisión cubana se ha dedicado casi absolutamente a transmitir las
exequias de Hugo Chávez. El finado más célebre del último lustro, quien
ha sido también el que más tiempo estuvo en remojo antes de partir
definitivamente de este mundo y cuyo estado de salud ha sufrido más
manipulaciones que el de Josef Stalin y Fidel Castro, es objeto por
estos días de una despedida de magnitud y magnificencia olímpicas. Un
duelo con carácter extraterritorial que en Cuba ha sido extendido a
todas las provincias del país, cual si se tratara de una cuestión nacional.
Y, efectivamente, de eso se trata, porque el amor que une a Nuestra
América bajo los turbios nubarrones del ALBA nada tiene que ver con la
sangre derramada a lo largo de una supuesta historia común ni con la
lucha contra el avieso enemigo ídem del norte, sino con el petróleo que
mana del Orinoco hasta las venas de nuestras exhaustas economías, la
cubana en particular.
Este duelo, no obstante, constituye mucho más que el dolor auténtico de
los millones de venezolanos que simpatizaban con el caudillo o la pena
de ocasión de sus seguidores en el poder: es la postrera utilidad del
caudal político del finado líder. Lo luctuoso con fines utilitarios. Las
imágenes permanentes del llanto auténtico de la madre, del sufrimiento
de sus hijos y allegados, de la marcha de cientos de miles de
venezolanos y todo el morbo de la prolongada exhibición, han sido
utilizados para violar la Constitución y colocar al sucesor, Nicolás,
quien se verá forzado a madurar prematuramente para tratar de
capitalizar –duelo mediante– el vacío de liderazgo que dejó tras de sí
un presidente populista con el que se podía simpatizar o no, pero que
innegablemente poseía el carisma con que se suele atrapar la adoración
de las multitudes.
Nicolás Maduro, tal como se ha demostrado durante estas semanas de su
gobierno en funciones, no tiene carisma ni talento. En realidad Nicolás
no tiene ni la menor gracia, de manera que deberá aferrarse con todas
sus fuerzas, no a Cristo, sino a su condición de heredero político de
dedo –ya que su candidatura dimana de la designación del difunto Chávez
(¿o quizás de orientaciones expresas de La Habana?) y no de elecciones
realizadas dentro del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV)–
y también aprovechará a su favor estas iconografías de dolor del pueblo,
mientras permanezcan frescas en la memoria de los electores.
Justamente para reforzar la memoria popular y propiciar un uso
permanente del interfecto presidente, se ha tomado la grotesca decisión
de embalsamarlo y colocarlo en una urna de cristal en el nuevo Palacio
de la Revolución para adoración perpetua de su pueblo, a imagen y
semejanza del padre de la revolución soviética que en la lejana Plaza
Roja hace tiempo dejó de ser objeto de culto para convertirse en gancho
turístico. Así, en lo sucesivo, los opositores tendrán que competir
contra el candidato oficialista recién juramentado como Presidente y
contra el espectro de Chávez materializado en forma de momia.
En todo caso, existen grandes probabilidades de que el candidato del
PSUV resulte electo en los comicios que se avecinan. Lo difícil será que
logre remontar con éxito la espinosa situación socioeconómica que
atraviesa Venezuela siguiendo las pautas establecidas por su predecesor,
dizque socialismo del siglo XXI tal engendro. Porque, ciertamente,
Maduro heredaría junto con el cetro de Miraflores una profunda crisis
interna refrendada hoy por hoy en el aumento indetenible de la
violencia, en la polarización extrema, en la devaluación de la moneda,
en la descapitalización del país, en el deterioro de la infraestructura
de una economía monoproductora, en la corrupción galopante y en la
insostenible estrategia política de ganar adeptos mediante gratuidades y
prebendas –forma distorsionada de redistribución de la riqueza–, entre
otros muchos acuciantes y complejos problemas.
El espíritu de Chávez habrá partido con la gloria de los amplios y
diversos programas sociales de salud, educación, viviendas y regalías al
pueblo y a sus fieles que impulsó durante 14 años, y así pasará a la
evocación de los más humildes como el benefactor. Su sucesor, en cambio,
deberá cargar sobre sí la responsabilidad de las consecuencias de los
desatinos del mandatario fallecido y de un mal entendido y peor
aplicado proyecto de redención del pueblo.
Porque, como lo ha demostrado la historia, el populismo, lejos de
generar riquezas, multiplica y generaliza la pobreza. El petróleo por sí
solo no resolverá la crisis venezolana, y así como en Cuba
–infinitamente más pobre de recursos naturales que Venezuela pero con
una dictadura pródiga en astucias– el fidelismo no pudo superar siquiera
el traspaso del ancianísimo caudillo vernáculo de la escena al camerino,
los días del chavismo están contados a partir de estas mismas honras
fúnebres, que podrían marcar el inicio de la adversidad de un guagüero
devenido político.
http://www.cubanet.org/articulos/la-herencia-maldita/
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