Stasi, RDA, Represión
La paranoia totalitaria
La escritora australiana Anna Funder ha escrito un excelente libro, en
el que, a través de entrevistas a antiguos miembros de la Stasi y a
algunas de sus víctimas, ofrece una visión espeluznante de una sociedad
en la que la policía secreta superó numéricamente al propio ejército
Carlos Espinosa Domínguez, Misisipi | 15/03/2013 10:05 am
Hasta la caída del muro de Berlín, la República Democrática Alemana era
presentada como una sociedad modélica. El desarrollo industrial y el
nivel de vida que había alcanzado, relativamente mejores que los de los
otros miembros del Bloque del Este, hacían de aquel país una suerte de
vitrina del comunismo ante el mundo. Asimismo se vendió la imagen de que
allí no existía la más mínima oposición al régimen, pues a diferencia de
polacos, checos y húngaros, los alemanes eran un pueblo disciplinado y
educado para obedecer y cumplir órdenes. Sin embargo, muchos ignorábamos
que durante casi cuarenta años los ciudadanos de la RDA estuvieron bajo
un sistema de vigilancia total. De ello se responsabilizaba el
Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del
Estado), la Stasi para los amigos.
La Stasi fue creada el 8 de febrero de 1950, con la misión de apoyar "la
integridad moral y física de nuestros queridos conciudadanos". En la
práctica, funcionó como un implacable servicio secreto que operaba
dentro y fuera de la RDA, y que tenía una subordinación incondicional al
Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). El régimen comunista
estaba obsesionado con la amenaza que representaban sus propios
ciudadanos. Eso dio lugar a un sistema totalitario basado en la paranoia
y la desconfianza como normas de sobrevivencia. A consecuencia de ello,
sus dirigentes saturaron el país con un enorme ejército de espías
pagados y no pagados.
En relación con su número total de habitantes, la Stasi fue la mayor
policía secreta de la historia de la humanidad. A continuación, doy
algunos datos numéricos para que se pueda comparar. La Gestapo nazi
utilizaba 1 oficial por cada 2 mil habitantes. En la Unión Soviética, la
KGB empleó a tiempo completo a unos 480 mil agentes para controlar a 280
millones de ciudadanos. Eso significa 1 oficial por cada 5.830 personas.
En la RDA, la proporción era 1 oficial por cada 166 personas. Pero si a
eso se añaden los informantes regulares, entonces es de 1 espía por cada
66 ciudadanos.
El arma principal de la Stasi fue la inmensa red de colaboradores no
oficiales. Estos se dedicaban a informar de todos los aspectos de los
ciudadanos. Lo mismo informaban de sus compañeros de trabajo, sus
amigos. Incluso era típico informar sobre la propia familia. No se sabe
el número exacto de personas que sirvieron de informantes. Unos afirman
que la Stasi tuvo a su servicio 91 mil espías, además de 300 mil
informantes civiles, que se encargaba de vigilar cada uno de los
movimientos de los sospechosos de no simpatizar con el régimen. En
cualquier caso, se sabe que en 1989 la cifra de los llamados "camaradas
de primer orden" era entre 170 mil y 190 mil.
Las razones que llevaban a las personas a informar iban de las
convicciones ideológicas al miedo a la represión. Lo cierto es que en
aquella sociedad cualquier intento de tener éxito implicaba forzosamente
aceptar un pacto con el diablo. Al igual que Fausto, los ciudadanos
pagaban con su alma el derecho a poder estudiar en la universidad,
conseguir un mejor puesto en el trabajo u obtener el permiso para
casarse con un extranjero. A aquellos que no estaban dispuestos a pagar
el precio exigido por el régimen, solo les quedaban como opciones la
emigración interna o la renuncia a cualquier deseo de ambición.
Según datos, 1 de cada 50 adultos colaboró con la Stasi. Asimismo unos
10 mil menores de edad fueron utilizados como informantes. De los 16
millones de habitantes que tenía la RDA, 6 millones fueron espiados y se
elaboraron informes detallados sobre ellos. Aunque cueste creerlo, hasta
el mismísimo Erich Honecker tenía abierto un expediente. Un dato que
ilustra la obsesión y el celo con que la Stasi realizaba su trabajo, es
el hecho de que si los expedientes que hoy se conservan se pusieran uno
encima del otro, alcanzarían una altura de ciento y tantos kilómetros.
Se controlaban 20 mil llamadas a la vez
Como parte de ese complejo sistema de vigilancia, se pincharon teléfonos
y se llenaron los hogares de micrófonos. Se podían controlar 20 mil
llamadas a la vez y se leían 2 mil cartas y telegramas al día. Había
miles de apartamentos destinados al espionaje de empresas y
universidades que estaban cerca. Se instalaron cámaras que enfocaban
lugares claves. Había además otras colocadas en sitios tan inimaginables
como las puertas de los autos, que podían grabar con rayos infrarrojos,
algo que entonces era indetectable. En las instalaciones de la Stasi se
encontraron unos frascos de vidrio con un contenido sui generis: ropa
interior perteneciente a disidentes. Eso se conservaba en el caso de que
estos se escabulleran, pues de ese modo se podía rastrear su paradero
dándole a oler esas prendas a los perros.
Solo por el simple hecho de presentar una solicitud para vivir fuera del
país, la persona pasaba a la lista negra de la Stasi. De igual modo, a
cualquier visitante que cambiara dinero de su país por los inservibles
marcos de la RDA se le abría cautelarmente un expediente. Entre los
métodos más comúnmente usados estaban los arrestos, muchas veces
arbitrarios, para forzar confesiones. Asimismo existía una red de
centros de detención, campos de aislamiento, búnkeres ocultos y un sitio
para ejecuciones secretas.
Funcionaban 18 prisiones preventivas, la más famosa de las cuales era la
de Hohenschönhausen, cuyas celdas se hallaban en el sótano. A los
detenidos se les sometía a una destrucción sicológica: no se les
permitía dormir, se mantenía la luz prendida todo el tiempo, se les
hacían las mismas preguntas durante meses, se les aislaba de manera
total. Está recogido el caso de un preso relativamente joven, que fue
expuesto a radiaciones. Como consecuencia de ello, falleció después a
causa de una extraña variante de leucemia.
La Stasi además contaba entre sus divisiones con una, la Administración
de Inteligencia Principal, cuya misión era operar en la República
Federal de Alemania. Logró introducir espías en instituciones públicas,
partidos políticos e incluso puestos del gobierno de aquel país. Eso
también le permitió manejar información sobre compañías y empresas. Tras
la reunificación, han salido a la luz los nombres de algunos
parlamentarios que colaboraban con la Stasi. Asimismo hoy se sigue
destapando la faceta de espías de conocidos artistas, intelectuales y
deportistas de la antigua RDA.
El servicio secreto operó hasta fines de 1989. Tras la caída del muro de
Berlín, muchos miembros permanecieron en sus oficinas, para tratar de
desaparecer aquellos documentos que podían llevarlos a la cárcel o
exponer a los espías de otros países. Pero se encontraron con el
problema de que la Stasi era muy puntillosa y guardaba absolutamente
todos los papeles. Para destruirlos, solo contaban con trituradoras de
papel de mala calidad, que constantemente se malograban. No les quedó
otra opción que acometer a toda prisa ese trabajo a mano. Los pedazos se
metían en bolsas, que más tarde pensaban reducir a cenizas. Pero debido
a la celeridad con que se desarrollaron los hechos, la Stasi decidió
desintegrarse, sin resistirse ni emplear la violencia.
Cuando se produjo la reunificación, la nueva autoridad federal heredó
esos archivos. Parte de los mismos consistían en 15.500 cajas que
contenían entre 4 y 6 millones de trozos de papel, algunos no más
grandes que una uña. Un equipo de personas asumió la tarea de
reconstruir a mano ese gigantesco rompecabezas. Al cabo de un tiempo, se
dieron cuenta de que para terminarla, harían falta varias décadas. Se
pasó entonces a usar computadoras y escáneres. El archivo, el mayor que
existe en todo el mundo sobre una dictadura, está abierto a los
ciudadanos. Cualquier alemán tiene derecho a consultar si hay
información sobre él o ella. Unos cuantos así lo han hecho, con el
propósito de buscar explicación para sucesos oscuros de su vida en el
pasado totalitario y tratar de comprender lo que sucedió en la RDA en
aquellos años.
Un libro sobre la conciencia humana
En 1987, la australiana Anna Funder (Melbourne, 1966) llegó a Berlín,
como becaria del Servicio Alemán de Intercambio Académico. Quedó tan
fascinada con la ciudad, que tras la caída del muro volvió en dos
ocasiones. Antes de viajar por primera vez, ya había aprendido alemán en
el colegio, y más tarde estudió derecho y filología alemana. A mediados
de los años 90, trabajó como productora en un canal de televisión en
programas para extranjeros.
Algunos televidentes enviaban cartas donde expresaban el alto precio que
habían pagado por la ansiada reunificación. Fue entonces cuando Anna
Funder se interesó por investigar en persona aquellas circunstancias,
para saber qué había ocurrido en la RDA. Habló con algunas personas y
escuchó historias que ya no la soltaron. Visitó además lugares de gran
valor simbólico, como la antigua cárcel de Hohenschönhausen y los
archivos de la radio.
Puso entonces un anuncio en la prensa: "Busco antiguos oficiales de la
Stasi para entrevistarlos". Por extraño que parezca, recibió varias
llamadas de personas que probablemente deseaban librarse de su pasado.
No solo entrevistó a los espías y colaboracionistas, sino también a los
otros implicados, las víctimas, aquellos que sufrieron espionaje y
represión. A partir de ese material de carácter testimonial escribió su
primer libro, Stasiland. Historias del otro lado del muro de Berlín, que
publicó en 2003. Definido por su autora como "un libro sobre la
conciencia humana", la edición en inglés recibió excelentes críticas
(fue elogiado, entre otros, por el novelista sudafricano J. M. Cotezee)
y le reportó varios premios. El primero fue el Samuel Johnson, el más
cuantioso que se da en Inglaterra (30 mil libras esterlinas, unos 54.000
dólares).
El jurado reconoció en el libro de Funder "maravillosos fogonazos de
humor, a pesar de la naturaleza trágica del asunto a tratar". Asimismo
destacó "la originalidad y frescura de un relato que cuenta lo que le
sucede a la gente cuando vive en la atmósfera corrosiva de un estado
totalitario". Y añadió: "Este es un retrato intimista, conmovedor y
divertido, una historia de supervivientes atrapados por su deseo de
olvidar y la necesidad de recordar". Stasiland fue además finalista en
el Age Book of the Year para obras de no ficción, el Queensland
Premier´s Literary Award, el Guardian First Book Award, el South
Australian Festival Awards for Literature, el Index Freedom of
Expression y el W. H. Heinemann Award.
Tras el notable éxito internacional que tuvo su libro, Funder pasó a
colaborar en periódicos como The Guardian y Corrieri della Sera. En 2011
publicó su primera novela, Todo lo que soy, que al año siguiente recibió
el premio al Mejor Libro de Australia. Está ambientada en la Alemania
nacionalsocialista, y de acuerdo a la escritora "es, como en Stasiland,
una historia sobre el coraje y la conciencia durante un período de
terror". De ambos títulos existen traducciones al español. La de
Stasiland (Roca) apareció en 2009 y la de Todo lo que soy (Lumen), el
año pasado. A propósito, algunas de las historias que aparecen en el
primero de esos títulos fueron utilizadas en la película La vida de los
otros.
Al inicio de Stasiland, Funder escribe: "La Stasi era el ejército
interno mediante el cual ejercía el control el gobierno. Su función era
saberlo todo sobre todo el mundo, valiéndose para ello de cualquier
medio. Sabía quién venía a visitarte, sabía a quién llamabas por
teléfono y sabía si tu esposa se acostaba con alguien. Era la metástasis
de la burocracia en la sociedad de la RDA: abierta o veladamente,
siempre había alguien informando a la Stasi sobre sus colegas y amigos,
en cada escuela, en cada fábrica, en cada bloque de pisos, en cada bar.
Obsesionada como estaba por el detalle, la Stasi no fue capaz de
predecir en ningún momento el fin del comunismo ni, por ende, el fin del
país. Entre 1989 y 1990 todo quedó patas arriba: un día, unidad de
espionaje estalinista; al siguiente, museo. En sus cuarenta años, «la
Compañía» generó el equivalente a todos los archivos históricos de
Alemania desde la Edad Media. Si los pusiéramos en vertical, uno detrás
de otro, los expedientes que la Stasi recopiló sobre sus conciudadanos y
conciudadanas formarían una línea recta de 180 kilómetros de largo".
La primera historia que conocemos es la de Miriam, y evidentemente es la
que más impresionó a Funder. A los 16 años fue encarcelada por repartir
octavillas y después, por intentar escapar a Berlín Occidental. Su
marido también fue enviado a prisión, donde falleció. Cuando ella quiso
saber las causas, primero le dijeron que se había ahorcado con los
calzoncillos y luego que lo había hecho con una sábana. "¿Unos
calzoncillos o una sábana? Por lo menos podrían ustedes ponerse de
acuerdo con la historia", les plantó cara ella. Y le comenta a Fender:
"Conozco esas celdas y las tuberías no están a la vista. Todo va por
dentro. Ni siquiera hay barrotes en las ventanas, son demasiado pequeñas".
Nada de perseguir a la Stasi
Años después, cuando la escritora la visita de nuevo no ha logrado
aclarar las circunstancias de la muerte de su esposo. Le comenta que la
oficina del fiscal del distrito quiere echar tierra sobre todo lo que
pasó, nada de perseguir a la Stasi. "Todavía hay mucha gente que trabaja
para ellos y que era de la Compañía, ¡son sus compañeros!". Por ejemplo,
el juez que firmó la orden para el arresto de su esposo sigue en la
judicatura.
Otra de las personas cuyo testimonio se recoge en Stasiland es Julia.
Sus padres eran unas personas normales y corrientes, que nunca tuvieron
ningún roce con el régimen. Su madre era una mujer práctica: "ni
esperaba gran cosa del Estado ni arrimaba el hombro para cambiarlo". Su
padre era profesor, y como muchos colegas a los que se animó a hacerlo,
se afilió al Partido. "Todos los miércoles antes de las reuniones del
Partido papá estaba de un humor de perros", recuerda Julia. Los
problemas de la joven comenzaron cuando se enamoró de un italiano. "No
importaba cuándo saliésemos de casa, o dónde fuésemos, siempre había
alguien que nos paraba. Si le decíamos que íbamos al cine, se largaba un
buen rato con mi documento de identidad y el pasaporte de él para que
perdiésemos el principio de la película". Cuenta que cuando llamaba a su
novio por teléfono, le decía buenas noches y luego "buenas noches a
todos" al resto de los que escuchaban.
Como insistió en continuar sus relaciones con el italiano, optaron por
cerrarle todas las puertas. Julia era una estudiante de notas
sobresalientes. Hablaba inglés, ruso, francés y un poco de húngaro. Pero
por más entrevistas que tenía, no conseguía empleo. Hay una escena
kafkiana que ella cuenta y que me parece interesante reproducir. Un día
estaba en la oficina de empleo y preguntó a un hombre que aguardaba ser
atendido cuánto tiempo llevaba en paro. Antes de que el señor pudiese
contestar, "una funcionaria, una mujer fornida en uniforme, salió de
detrás de una columna.
"— Señorita, usted no está en paro —ladró.
"— Claro que estoy en paro —dijo Julia—. Si no, ¿por qué iba a estar aquí?
"— Esto es la oficina de empleo, no la oficina del paro. No está en
paro, está buscando empleo.
"Julia no se amilanó.
"— Estoy buscando empleo porque estoy en paro.
"La mujer empezó a gritar de tal forma de la cola se agazapó, intimidada.
"— ¡He dicho que no está en paro! ¡Está buscando trabajo! —Y luego, ya
casi histérica—: ¡En la República Democrática Alemana no hay paro!".
Funder recoge otras historias. Está, por ejemplo, la de Sigrid Paul,
quien al inicio de la entrevista expresa: "El Muro me partió el corazón
en dos". Tuvo a su primer hijo en 1961. El parto fue difícil. El bebé
venía de nalgas. Eso coincidió con un cambio de guardia y demoraron en
atenderla. Le hicieron una cesárea de emergencia. A los pocos días, el
recién nacido escupió sangre. Tampoco podía comer nada. En ningún
hospital sabían qué le pasaba. Los padres lo llevaron entonces al sector
occidental y allí le diagnosticaron que durante el parto se le desgarró
el diafragma y además tenía dañados el estómago y el esófago. Su estado
era grave y lo operaron de inmediato. Una vez que construyeron el muro,
frau Paul pudo obtener permiso para ir a visitarlo, pero después no se
lo volvieron a dar. Por otro lado, su hijo debía permanecer al otro
lado, pues de traerlo a la RDA corría el riesgo de morir. No lo pudo
recuperar hasta los cinco años. Cuando lo tomó en sus brazos la primera
vez, el niño estaba asustado. "Convirtieron a nuestro hijo en un
extraño", le comenta a la autora de Stasiland.
Muy interesante es también el capítulo dedicado al músico Klaus Renft,
el chico malo del rock germanoriental. Estaba al frente del Klaus Renft
Combo, que se había convertido en la banda más popular entre los
jóvenes. Tenían una actitud rebelde y tomaron las "cosas sagradas" de la
RDA (el ejército, el Muro) y cantaron sobre ellas, porque querían
"arañar a la RDA hasta el tuétano". Eran demasiado famosos para
arrestarlos, así que la Stasi recurrió a otra salida. El grupo
necesitaba una licencia para poder trabajar. En 1975 los citaron para
que fueran a tocar en Leipzig, ante una comisión del Ministerio de
Cultura. De se modo, podían obtener la renovación de la licencia.
Antes de que empezaran a tocar, les pidieron que se acercasen a la mesa.
Ahí les informaron que no los iban a escuchar, porque "las letras no
tienen nada que ver con nuestra realidad socialista… se insulta a la
clase trabajadora y se difama al Estado y a las organizaciones de
defensa". Y les informaron: "Estamos aquí hoy para informarles que han
dejado de existir". Uno de los miembros del grupo preguntó: "¿Significa
eso que estamos vetados?". Recibió una respuesta certera y contundente:
"No hemos dicho que están vetados. Hemos dicho que no existen". Klaus
replicó: "Pero si seguimos aquí". Y escuchó: "Como grupo ya no existís".
A partir de ese momento, sus discos desaparecieron de las tiendas. En la
prensa dejaron de mencionarlos y la radio dejó de poner sus discos.
Además la compañía discográfica Amiga volvió a imprimir su catálogo, con
el único propósito de que Klaus Renft Combo no constase en él. Eso lleva
a Klaus a comentarle a Funder: "Al final era como nos habían dicho: ya
no existíamos. Era así, como en Orwell".
Funder dedica además un capítulo a narrar su visita a la oficina de
Documentación de la Stasi, a las afueras de Nuremberg. Allí trabajan las
"mujeres puzle", quienes tienen a su cargo la difícil tarea de
reconstruir los documentos destruidos. Una de ellas comenta a la autora
de Stasiland: "En realidad se parece mucho a hacer un puzle en casa.
Empiezas por las esquinas y vas rellenando a mano los huecos fijándote
en las formas de los bordes. Y luego, aparte, el tipo de papel, la
fuente, la caligrafía y esas cosas nos dan pistas". Finder habla con un
señor que le parece la persona con más experiencia, y que le dice: "En
ocasiones la satisfacción está en saber que cuando la gente averigua lo
que pasó encuentra cierta serenidad: por qué no consiguió un puesto en
la universidad, o qué le pasó al tío que desapareció o lo que sea.
Supone una oportunidad para los afectados de comprender sus vidas".
Cuando por irse, el director de la Oficina entrega a Funder una copia de
un memorando que redactó. Es un cálculo del tiempo que necesitarán para
reconstruir todos los expedientes: 375 años. Y le aclara: "Estos son
cálculos con cuarenta operarios. Como verá, solo contamos con treinta y
uno".
Funder ha escrito un excelente libro, que da cuenta de la vida de una
sociedad férreamente controlada. Pero sus méritos no son únicamente
documentales. Su autora ha partido de un material oral, al que ha dado
un tratamiento claramente literario, que lo convierte en una novela de
no ficción. La propia Funder aparece como un personaje importante. Narra
cómo contacta a los entrevistados, cómo se relaciona con ello, en qué
circunstancias tienen lugar los encuentros. Incluso hay casos en los
cuales no respeta las fronteras entre la entrevistadora y los
testimoniantes, y se implica con ellos. Eso hace que las entrevistas no
sean frías, sino que destilen emoción y frescura. Esos y otros sólidos
valores no hacen suponer que Stasiland sea la opera prima de Anna Funder.
http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/la-paranoia-totalitaria-283492
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