Venezuela
El chavismo momificado
Bertrand de la Grange | Madrid | 10 Mar 2013 - 6:17 am.
Antes de existir, el chavismo se ha quedado momificado. No aparece por
ningún lado un deseo de trascender la figura del caudillo con una
propuesta democrática.
Los herederos políticos de Hugo Chávez están empeñados en que, desde la
tumba, el caudillo les delegue su legitimidad popular y les ayude a
ganar las elecciones presidenciales, que tendrán lugar dentro de pocas
semanas. A esto se debe la ocurrencia de embalsamar el cuerpo del
caudillo, que podrá "ser observado eternamente" por el pueblo, como dijo
Nicolás Maduro, el delfín escogido por el mandatario tres meses antes de
su fallecimiento.
Finalmente, no habrá descanso para el hombre providencial que despertó
tantas esperanzas en las masas empobrecidas de Venezuela, pero dilapidó
la inmensa renta petrolera del país y agudizó el odio entre las clases
sociales. Durante sus 14 años en el poder, Chávez fue una máquina de
ganar elecciones. Y lo seguirá siendo por un tiempo, a semejanza del Cid
Campeador, que triunfaba en el campo de batalla después de muerto.
El caudillo bolivariano ya no pertenece a su familia, y sus últimas
voluntades —ser sepultado en el cementerio de su Sabaneta natal, en la
lejana provincia de Barinas, al lado de la abuela que lo crió— no serán
respetadas. Sus correligionarios lo quieren exponer en el Museo de la
Revolución y, más adelante, al lado del prócer de la independencia,
Simón Bolívar, que fue su principal fuente de inspiración, junto a Fidel
Castro. En realidad, Hugo Chávez perdió el control de su destino desde
que le fue diagnosticado un misterioso cáncer, hace casi dos años, en
uno de sus numerosos viajes a La Habana.
Su vida era demasiado importante para los hermanos Castro —el régimen
cubano depende del petróleo y de la enorme ayuda financiera de Caracas—,
que movilizaron a sus mejores equipos médicos, incluyendo varios
especialistas extranjeros, para retrasar todo lo posible la muerte de su
valioso paciente. Había que conseguir su reelección para un cuarto
mandato presidencial. Chávez mintió sobre su estado de salud —dijo que
había vencido el cáncer— para tranquilizar a los electores. Ganó con el
55% de los votos en octubre pasado, pero el desgaste de la campaña
provocó una recaída y su hospitalización en La Habana. Allí fue sometido
a una cuarta intervención quirúrgica a principios de diciembre.
Pasarían tres meses sin que se supiera nada del presidente venezolano,
hasta el anuncio de su muerte el 5 de marzo. No se sabe si el desenlace
fue en Caracas, como lo afirman las autoridades, o si fue en La Habana.
Y, hasta este momento, tampoco se tiene información sobre el tipo de
cáncer que le ha costado la vida. Tanto hermetismo, a pesar de las
protestas airadas de la oposición, no pudo tapar sin embargo el hecho de
que Chávez fue víctima de un encarnizamiento terapéutico, más por
motivos políticos que por razones humanitarias. Sus amigos alargaron sus
sufrimientos más allá de lo razonable, primero para que aguantara hasta
la fecha de la toma de posesión, el 10 de enero —no pudo juramentar el
cargo—, y luego para construir una interpretación imaginativa y abusiva
de la Constitución que permitiera a Nicolás Maduro ejercer la
presidencia, mientras preparaba su candidatura a las elecciones.
En su afán por capitalizar la emoción popular, la cúpula chavista ha
propiciado la histeria colectiva a golpe de discursos encendidos. No se
ha llegado a las manifestaciones extremas de los norcoreanos, tirándose
al suelo frente al retrato del difunto presidente Kim Jong-il, hace poco
más de un año. Hay, sin duda, más sinceridad en la tristeza expresada
por el pueblo venezolano, como la hubo también en la URSS cuando murió
José Stalin, por cierto el mismo día que Chávez, hace 60 años.
El duelo por la muerte del caudillo se ha convertido en el eje de la
campaña electoral en un intento de avasallar al candidato de la
oposición, Henrique Capriles, que ha denunciado con toda razón las malas
artes del Gobierno y la injerencia descarada de Cuba en los asuntos
internos de Venezuela. Se da por un hecho que La Habana jugó un papel
importante en la negociación para la designación del sucesor de Chávez.
Los Castro tenían una clara preferencia por Maduro, mucho más maleable
que el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
A pesar de los rumores sobre supuestas desavenencias entre los
"ideólogos" liderados por Maduro y los "militares nacionalistas"
encabezados por Cabello, las dos facciones del oficialista Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV) comparten el penoso lema que les
sirve de programa electoral: "¡Chávez vive, la lucha sigue!". Antes de
existir, el chavismo se ha quedado momificado. No aparece por ningún
lado un deseo de trascender la figura del caudillo con una propuesta
democrática. Solo interesa rentabilizar su popularidad como sea para
conservar el poder.
http://www.diariodecuba.com/internacional/1362892640_1118.html
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