Expulsada del paraíso
Miércoles, Septiembre 26, 2012 | Por Leonel Alberto P. Belette
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Cargada del romanticismo
academicista latinoamericano, fascinada con la imagen del Che que
inmortalizó Korda, y con un edulcorado ideario sobre la revolución
cubana, llegó a La Habana la actriz e instructora teatral mexicana
Martha Eugenia Chávez Vélez.
Traía la ingenua pretensión de llevar a escena el monólogo "Sordina de
Veleta", del dramaturgo y director Edgar Estaco, cuyo texto aborda el
conflictivo tema de la migración y sus consecuencias específicas en la
mujer.
La artista, ajena a la censura castrista, aspiraba a abrir una mesa de
diálogo después de cada función, donde el espectador pudiese compartir
sus reflexiones.
Pero pronto aprendió por qué el máximo órgano de justicia estadounidense
se había negado a revisar recientemente la ley, emitida en el 2006, que
prohíbe a las escuelas y universidades públicas floridanas malgastar el
dinero de los contribuyentes en viajes a la Isla.
Tras cursar un taller veraniego de acercamiento a la dramaturgia,
ofrecido en la Universidad Autónoma de Coahuila, por el dramaturgo
cubano Edgar Estaco, Martha había sido invitada por la compañía Teatro
del Círculo de La Habana, a compartir tres meses con ellos, con el fin
de realizar el montaje de la obra.
Martha es una artista humilde, que ama el arte por encima del dinero.
Para financiar su empresa, acudió al patrocinio del Programa Estatal
para la Cultura y el Desarrollo Artístico. Así recibió lo básico para
cubrir su alimentación, desplazamientos y solventar un espacio
facilitado por la compañía cubana en el remoto barrio de Santa Fe.
Pero algo disparó la alarma "antiimperialista" entre los paranoides
comisarios culturales castrenses. Tal vez el hecho de que Martha sea
oriunda de la ciudad Torreón, demasiado cerca del norte revuelto y
brutal; o el título de licenciada en Comunicación por la Universidad
Iberoamericana, Plantel Laguna; o su conducción del programa "A Escena",
en Radio Torreón 96.3 FM, dedicado a la reflexión y promoción de las
artes escénicas; o su idealista intención de proponerle a los cubanos la
libertad de opinión sobre un tema político; o la ambición de transmitir
después a su comunidad las experiencias vividas en Cuba y además
representarlas con su grupo Reliquia Teatro, en su sede del Teatro
Nazas. Lo cierto es que por algo de esto, o por todo a la vez, se
disparó la alarma. Y ahí comenzó la Odisea para la mexicana.
A la semana de haber llegado, se topó con el dilema de que sus tarjetas
de crédito no funcionaban en Cuba. Su familia tuvo que enviarle algún
efectivo para supervivir, apretadamente. Recorrió a pie casi toda La
Habana, entre un ensayo y otro. Los funcionarios del Ministerio de
Cultura y los de emigración se turnaron para jugar al tlachtli con ella.
Sólo que en este peloteo poscolombino, lo que estaba en juego era la
categoría del visado de la joven, excusa que finalmente usaron para
pedirle que abandonara la Isla.
Increíblemente, los burócratas pretextaron que el director de la
compañía no había realizado bien los trámites para invitar a Martha a La
Habana. Le hicieron gastar una fortuna en sellos timbrados para uso
oficial, cuyo importe no le fue devuelto. Y al final, tuvo que retirarse
sin culminar su proyecto y sin poder presentarse en la escena cubana.
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