Wednesday, August 17, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Ya que en Cuba, como en la
retina del borracho, todo se refleja doble, y a veces triple o hasta
múltiple, no podría reflejarse de otro modo nuestra percepción sobre el
actual proceso de cambios o reformas o ajustes, según como prefiera
mirarlo el borracho que cada uno de nosotros lleva en sus retinas.
Negar en absoluto que algo ha estado cambiando en la Isla en estos
últimos tiempos podría ser tan peregrino, aunque no tan ridículo, como
dar la razón a los caciques cuando anuncian que está en marcha la
modernización del socialismo.
Son las dos caras extremas de la lupa. Pero entre uno y otro enfoque se
aprecian diversos matices. Desde los que aceptan la probable ocurrencia
de algún cambio, alegando que son tímidos e insuficientes, o los que
precisan que no llegan a ser cambios porque se quedan en operaciones
cosméticas, hasta los quejosos con los cambios porque, dicen, son como
piruetas de un trapecista ciego.
Todos no tienen la razón, obviamente. Pero tal vez ninguno la tenga, y
eso ya sería menos obvio. Por más que ninguno acepte estar equivocado. Y
con su derecho, pues se han dado aquí determinadas circunstancias que
parecen facultar a cada uno de nosotros para que sea el único juez de su
propia experiencia.
La irracional tozudez de nuestros caciques, renuentes a poner punto
final a su capítulo en la historia, aun cuando la historia ya lo puso,
es algo que se está volviendo no sólo contra ellos, como era de esperar,
sino contra la historia misma.
Al tejer y destejer "ajustes" que no lo son, inventándose argumentos que
el curso diario de la vida echa por tierra, el verdadero propósito del
régimen -y su disyuntiva por demás- ha sido querer dar la impresión de
que algo se mueve en la Isla, luego del catastrófico inmovilismo en que
nos mantuvo durante décadas.
Y es verdad, algo se mueve, sólo que en sentido contrario al que suelen
moverse los procesos económicos y sociopolíticos digamos normales. Vamos
para atrás, contra natura, pisándonos la sombra, pero es indudable que
tal movimiento implica un cambio. Incluso no será el único, ni el más
provechoso a la postre.
Al pretender hacer trizas la dialéctica, el régimen está consiguiendo,
aun sin quererlo, confirmar la incorruptibilidad de esta premisa clásica
(y también marxista, por conducto de los clásicos): La reculada contra
el inmovilismo como un choque de opuestos que buscan mejorar chocando,
no muestra sino la evidencia de que ambos agotaron sus posibilidades de
regeneración y que no habrá mejoría si no se estrellan juntos, dejando
el espacio libre para un nuevo proceso.
Esa evidencia, más que implicar un desenlace de cambios más o menos
inmediatos -aunque lo implica-, induce ante todo, sobre todo, a una
renovación en la forma de valorar y asumir el fenómeno por parte de
quienes lo sufrimos directamente.
Y es justo en esa renovación de nuestros enfoques, que ya no tiene
vuelta atrás, por ser fruto de la dialéctica, donde se origina hoy aquí
un cambio sustancial.
Todos los cubanos, desde el izquierdista comecandela hasta el más frío
de los apolíticos, desde el opositor de a pecho descubierto hasta la
recua sinfín de simuladores, oportunistas y aprovechados del statu quo,
todos, sin excepción, concuerdan en que la situación del país debe
cambiar. Y no sólo en el plano económico.
Esto es algo nuevo, y aún más, inédito en nuestra historia del último
medio siglo.
Bien visto entonces, está resultando afortunada para nosotros la falta
de voluntad (pero también de alternativas) que exhiben los caciques a la
hora de introducir aquí auténticas reformas. Su pícara manera de no
cambiar es el mejor cambio que han podido dispensarnos. Gracias a ello,
todos aquí hemos cambiado un poco. Y no importa que sea de distintas
maneras. Al contrario. Nuestra ya vieja y previsible bipolaridad también
estaba pidiendo a gritos ser reformada.
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