La pelota a su tejado
¿Cómo pueden ser que los emplazados por sus violaciones sea quienes
emplacen a los países democráticos?
Abel German, Valencia | 08/03/2011
Las dictaduras son previsibles. Todas actúan según la imagen que las
nutre y que siempre es de arrogancia y fuerza. Una imagen que se supone
modelada con el barro de sólidos e inamovibles principios; lo que suena
bien, pero termina mal. Por eso me resulta como poco curioso la
ingenuidad de aquellos Gobiernos europeos que ven cambios sustanciales
en Cuba. Digo, si es que de ingenuidad se trata. También puede suceder
que estemos ante eso que se conoce con el eufemismo "política real",
realismo político o, como si diría en alemán, realpolitik. En verdad una
práctica cínica que consiste en supeditar la ética y la decencia a los
intereses propios.
El Ministro de Relaciones Exteriores del régimen ha tendido, con su
presencia reciente en Bruselas, un velo de duda sobre el particular. Si
no, echémosle un vistazo a lo que declaró luego de haber sostenido su
primera reunión con la señora Catherine Ashton.
Dijo: "Expresé la disposición de Cuba a continuar avanzando hacia un
marco de relación bilateral" —lo que está bien. Y añadió un matiz
esencial, que también podría estar bien si no fuera por la inversión (o
mejor, perversión) que le infunde: "…para avanzar en la normalización de
las relaciones entre la Unión Europea y Cuba han de removerse los
obstáculos existentes" por parte (y he aquí la perversión advertida) de
la Unión Europea. Esto es, la Posición Común.
Y luego prosiguió con la advertencia de que este proceso "debe tener
bases recíprocas y no discriminatorias", sin "injerencia en los asuntos
internos de los Estados" y (esto debiera subrayarse) con "pleno
reconocimiento" de la legalidad constitucional de las partes. Y precisó,
como remate de su prosopopeya, que "Cuba está a la espera de las
decisiones que tome la Unión Europea al respecto".
En principio ―es cierto―, el punto de vista parece legítimo. Los
términos "bases recíprocas", "sin injerencias en los asuntos internos de
los Estados" y "reconocimiento de la legalidad constitucional" no
sugieren si no una exigencia lógica. Pero solo en principio.
Si se ahonda un poquito ―nada más que un poquito―, saltan a la luz todos
los despropósitos, que son varios.
Para empezar, es inaceptable que la dictadura coloque, así sin más, la
pelota en el tejado de la UE. ¿Cómo pueden ser ellos, los emplazados por
sus violaciones, quienes emplacen a los países democráticos? ¿Cómo puede
aceptarse que diga que los obstáculos están en la UE y no en la Isla?
Estamos de acuerdo, sin embargo, en que el proceso debe de tener "bases
recíprocas". De eso se trata: De que en ambas partes haya democracia. De
que unos y otros respeten los mismos derechos humanos y libertades que
son consustanciales a casi toda la civilización de Occidente. La
susodicha Posición Común no significa otra cosa.
¿O es que de verdad suponen que haber desterrado a decenas de opositores
pacíficos debe considerarse un gesto democrático? ¿Y acaso pueden verse
como tales los exiguos y engañosos cambios económicos que se pretenden?
¿Es que debe ignorarse su comportamiento represivo actual, que continúa
el modus operandi de siempre por los motivos de siempre?
Si seguimos esta línea de reflexión, ¿puede aceptarse la exigencia de
que se reconozca una "legalidad constitucional" concebida por el régimen
solo para reprimir y perpetuarse? ¿Una "legalidad constitucional", por
tanto, antidemocrática, con todo lo que ello supone?
¿Puede aceptarse la obscena apelación a la "no injerencia" de un régimen
que ―aparte de su larga trayectoria injerencista; algo, por supuesto,
inadmisible incluso como arma en su contra―, mientras plantea a la UE
estas exigencias, continúa su escalada represiva y sus calumnias para
intentar sofocar a la oposición, sin que haya sobre él otra presión
desde Europa que la Posición Común en cuestión? ¿Y si, en nombre de los
principios de soberanía al uso, se pudiese, entonces no tocaría
cuestionarse esos principios?
Lo grotesco de la pretensión del régimen podemos verlo con más nitidez
si analizamos la esencia de la medida misma.
Por si alguien no lo recuerda, la Posición Común, impulsada por el
Gobierno español que entonces presidía José María Aznar, condiciona las
relaciones entre ambas partes a algo tan racional como son los avances
hacia la democracia y el respeto de los derechos humanos en la Isla.
Y pensemos: Que la UE condicione sus relaciones con un país transgresor
de los fundamentos que, al menos desde la caída del Muro de Berlín,
conforman su espíritu, ¿puede verse como otra cosa que no sea una
decisión autónoma y natural que, en este caso, afecta a Cuba por motivos
que competen exclusivamente a la naturaleza anormal de la dictadura? Y
Raúl Castro y el hermano deben y pueden decidir, también de forma
soberana (y sin injerencias) qué hacer con dicho condicionamiento. Por
cierto, es lo que soberanamente hacen.
Sin embargo, hay algo que sí puede y debe reprochársele a esta medida:
su carácter selectivo, que no discriminatorio.
Selectivo, porque no se aplica a todas las dictaduras, por eso que decía
al principio de la llamada "política real" o "realismo político". No
discriminatorio, porque obedece a consideraciones que nada tienen que
ver con lo racial, político, ideológico, religioso, cultural o económico
del régimen, sino con su abuso de poder y las constantes violaciones a
los derechos de sus ciudadanos. O sea, con lo inaceptable del método
utilizado para mantenerse en el poder, pese a que ése, su
empecinamiento, ha hundido la economía y convertido el país en una gran
cárcel.
Recordemos que el origen de esta medida está en un acto de represión
masiva contra opositores pacíficos, conocido como la Primavera Negra del
2003. Una represión que evidenció por enésima vez el carácter
políticamente discriminatorio y abusivo de esa "legalidad
constitucional" que el Canciller de la dictadura exige se reconozca.
Y una última consideración: ¿tiene sentido que el criminal se queje de
discriminación porque a su lado no estén sentados todos los criminales?
Ojalá la democracia europea discurra con lucidez e interprete como es
debido (sin el cinismo del referido "realismo político") los enroques y
los puntos de vista de la dictadura. Es preciso que la pelota continúe
donde está.
Abel German es escritor, poeta y periodista cubano. Ha publicado El día
siguiente de mi infancia Editorial Letras Cubanas); Cubo de Rucbick
(Editorial Unión) y Curiosidades (Ediciones Extramuros). Trabajó en la
Agencia de prensa independiente "Cuba Press" desde su fundación como
editor y articulista, colaborando, entre otros, con Radio Martí, Cuba
Free Press, Cubanet y Revista HC de la Fundación Hispano Cubana.
Actualmente se encuentra exiliado en España.
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/la-pelota-a-su-tejado-257685
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