Las palabras de la tribu
MANUEL PEREIRA, Junio 17, 2014
Mientras leía Nuestra terminología, de Reinaldo Escobar, me acordé de
dos clásicos: La lengua del Tercer Reich, de Víctor Klemperer, y 1984,
de George Orwell. El primero despliega un minucioso análisis filológico
que revela hasta qué punto el idioma alemán fue pervertido por los
nazis. El Ministerio de Propaganda dirigido por Goebbels acuñaba lemas y
eufemismos mientras prohibía algunas palabras y falsificaba otras.
Vocablos como "derrota", "retirada" o "huida" desaparecieron para ser
sustituidos por "liberarse luchando". En ese ministerio inventaron el
verbo "arianizar" para borrar a los judíos del mapa, tanto del semántico
como del real.
En la novela de Orwell encontramos la noción de "neolengua" en un
contexto distópico de inspiración obviamente estalinista. Para crear al
hombre nuevo, había que destruir la lengua tradicional y, en su lugar,
instaurar una jerga mutilada, mermada, subordinada al discurso oficial.
Por ejemplo, existía la palabra "libre", pero sólo se podía usar en
frases como "este perro está libre de piojos" o "este prado está libre
de malas hierbas" mientras que estaba prohibido decir "este hombre es
libre", pues al no existir libertad política ni intelectual, no hacía
falta ninguna palabra que la expresara.
Un idioma restringido, sin matizaciones ni ambigüedades, sin sinónimos
ni antónimos, sin polisemia, es el sueño de todo gran dictador. El
lenguaje reprimido y el léxico envilecido conducen a la mendacidad, es
decir, a un desierto conceptual o cementerio de ideas. El pensamiento
único -instilado desde la infancia- es el recurso más eficaz contra el
espíritu crítico y la libertad individual. Es "la rotación infernal de
los signos", como decía José Ángel Valente.
El ateísmo comunista elimina la dimensión espiritual, rebosante de
palabras mágicas, sin las cuales se empobrece el habla de cualquier
nación. Con la erradicación de la propiedad privada, los marxistas
también exterminan una palpitante diversidad de señales y todo un
sistema lingüístico. En mi barrio las bodegas se despoetizaron cuando
dejaron de llamarse La Flor Asturiana, La Moneda de Oro o El Castillito
de Arena para convertirse en "Unidades" con números, como si fueran
unidades militares. Los carteles públicos del tejido comercial habanero
se esfumaron junto con nombres tan graciosos como la cuchillería Sin
rival, la peletería El Gallo, La Casa de los Tres Quilos, La Gatica de
Angora... Al suprimir esa vibración semiótica, el paisaje urbano se afeó
y una gris monotonía se instaló por doquier con su inevitable impacto en
nuestro lenguaje cotidiano. La economía de mercado, la proliferación de
negocios privados, produce una vasta riqueza verbal en consonancia con
la pluralidad democrática mientras que la planificación centralizada, al
aniquilar toda esa variedad, solamente engendra pobreza lingüística.
Los dos Totalitarismos del siglo XX coincidieron, entre otras cosas, en
la necesidad de domesticar y marchitar los idiomas allí donde se
implantaron. Hacia 1962 empezaron en Cuba los trastornos idiomáticos.
Las lecherías fueron rebautizadas como "puntos de leche", la
"competencia" se convirtió en "emulación"; las "creches", en "círculos
infantiles". Los "jóvenes rebeldes" se volvieron "jóvenes comunistas", a
los dirigentes les llamaban "cuadros" y sus reuniones eran "círculos de
estudios". Algunos planes agropecuarios se denominaban "triángulo
arrocero", "triángulo lácteo". Puntos, círculos, cuadros, triángulos...
toda esa geometría revelaba el afán de cuadricular la vida haciéndola
más rígida. De buenas a primeras, en vez de "clientes", se decía
"usuarios". Las empresas se trocaron en "Consolidados", el kindergarten
se transformó en "preescolar"; los bancos, en "agencias bancarias"; los
"rusos", en "soviéticos"; y los desafectos, en "gusanos". Ya nadie decía
"señor" o "señora", ambas fórmulas de cortesía fueron tachadas de
"rezagos burgueses" y, en su lugar, se impusieron los igualitarios
"compañero" y "compañera", no sólo en el habla común, sino también en
documentos oficiales y hasta en la correspondencia privada.
Mucho antes los radicales en Francia habían suprimido el "monsieur" y el
"madame" del mismo modo que cambiaron los nombres de los meses. Luego
los bolcheviques intentaron modificar los días de la semana para
aumentar la productividad y abolir las festividades religiosas. Ni
cortos ni perezosos, nuestros jacobinos apellidaron los años con fervor
voluntarista: "Año de los Diez Millones", "Año del Guerrillero Heroico",
"Año del Esfuerzo Decisivo", "Año de la Revolución Energética"... y
encima nos abismaron en una vorágine de acrónimos: INRA, ANAP, MININT,
MICONS.... Por último, los "Dos Minutos de Odio" orwellianos se
metamorfosearon en "actos de repudio", como el que sufrió en carne
propia el autor de "Nuestra terminología".
Los utopistas de todas las raleas padecen una superstición lingüística:
creen que cambiando las palabras van a cambiar la realidad. Es como
intentar que los pájaros no canten en griego. Ninguna manipulación
ideológica de la lengua es duradera. Todas fracasan. Así que, cuando las
aguas vuelvan a su cauce, regresará el ángel para dar un sentido más
puro a las palabras de la tribu.
Publicado en http://manuelpereiraazogue.blogspot.mx/
Source: Las palabras de la tribu -
http://www.14ymedio.com/opinion/palabras-tribu-terminologia-Orwell_0_1580241970.html
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