Wednesday, June 4, 2014

En la estación de trenes, todos somos luchadores

En la estación de trenes, todos somos luchadores
En La Habana, los viajeros con destino a las provincias no dicen adiós
desde el andén: libran a diario una batalla por la supervivencia
LILIANNE RUIZ, La Habana | Junio 04, 2014

Son las siete de la tarde en La Habana. El tren con destino a Guantánamo
acaba de llegar a la Estación Central. "¡Vamos, el boletín en la mano!",
grita la controladora de pasaje, mientras abre unos centímetros la reja
que permite acceder al andén.

Los viajeros empujan, algunos con todo su equipaje mientras otros se
cuelan y esperan que algún familiar les vaya alcanzando cajas y
maletines a través de los barrotes. "Cuídense, yo los llamo en cuanto
lleguen", dice una voz. Solo los viajeros pueden llegar hasta los
vagones. Nadie se queja. Nunca han vivido la clásica escena de decir
adiós desde el andén a alguien que parte en un tren.

La Estación Central de Ferrocarriles en La Habana es un imponente
edificio construido en 1912. Los deteriorados techos están apuntalados
por madera en las zonas de acceso al andén. A pesar del abandono, el
edificio resiste e impresiona.

En el salón han dispuesto varias filas de asientos que no miran a ningún
lugar. Parece una inmensa aula, pero sin maestro ni pizarra. No se ve el
andén, solo la pared. Es una escenografía inerte, que no da sensación de
movimiento ni ayuda a hacer amena la espera.

Hay solo 11 trenes semanales para cubrir la demanda. Para la zona
oriental los de Guantánamo, Santiago de Cuba y Bayamo-Manzanillo. Parten
cada tres días. Esos son los más grandes con 10 o 12 coches de 72
asientos cada uno. Para la ruta hacia el centro de la Isla están el de
Sancti Spíritus y uno hacia Cienfuegos. Otro va a Pinar del Río y cinco
más pequeños viajan a Güines y Los Palos, en Mayabeque.

Los viajeros que concurren a la Estación Central, uniformados en la
pobreza, se ven obligados a improvisar. Se visten con lo que se pueda y
arman su equipaje con lo que aparezca. Maletines, cubetas de plástico
cerradas, cajas de cartón cubiertas de cinta adhesiva. ¿Qué llevan, qué
traen?

Destaca la figura de oficiales del MININT en traje de campaña. Van
armados. No se sabe si van a viajar o si están patrullando. Uno de
ellos, sentado dos bancos a mi derecha, se empina una botella de vino
casero. Trabaja en La Habana pero vive en Oriente. Sale de vacaciones
aproximadamente cada cinco meses y regresa a ver a su familia. En las
cajas dice llevar macarrones, paquetes de espaguetis y galletas, que le
vendieron en la Unidad Militar antes de salir.

Tiene suerte de poder trasladar todo eso. Para el resto de la gente,
mover mercancías resulta un problema. Transportar café molido desde el
Oriente del país es un delito comparable a transportar carne de res.
Está prohibido traer más de dos kilogramos de queso porque las
autoridades suponen que ese es el límite del consumo familiar. Aunque
los campesinos tengan permiso para vender la leche que producen sus
vacas, está prohibido vender el queso.

Si no vendieran, ¿cómo sobrevivirían? "En Oriente no hay dinero", dice
una mujer que espera llegar a Jiguaní al día siguiente. Cuando venía
para La Habana el tren se rompió a las tres de la mañana en Ciego de
Ávila y no se puso en marcha hasta veinticuatro horas después. Los
pasajeros, hermanados por la adversidad bajaron del tren a conversar y
compartieron el agua y la comida.

A pesar de la multa de 1.500 pesos cubanos, los vendedores pasan con
pomos de agua helada para vender en el salón de espera. En el tren no
hay ni agua. Mujeres con carteras manoseadas ofertan sorbetos, caramelos
y pastillas de menta. Los puntos de venta del Estado ofertan bistec de
cerdo y arroz congrí a 25 pesos en cajitas de cartón, o perros calientes
por solo 10 pesos. Lo más barato es el pan con jamón a 3 pesos. El jamón
es una lámina un poco menos fina que una hoja de afeitar y el pan no
tiene color de pan sino de cemento blanco. El hambre ayuda a pasar por
alto el mal aspecto de la comida.

Una anciana muy arrugada mastica con apetito. Vive en Dos Ríos, donde
murió José Martí, y es nieta de un mambí de la guerra del 95. Vino a La
Habana a pasarse unos días con una nieta y se lleva de regreso una caja
de malanga porque "por allá no se ve". La jaba con sus pertenencias fue
alguna vez un saco para detergente. Su ropa luce desgastada, pero tan
limpia como si la hubiera lavado y secado al sol.

Dos mujeres con uniforme de empleadas de la "Agencia de Seguridad y
Protección" contemplan un sándwich envuelto en nylon sin decidirse a
comérselo. Es la merienda que les da el Estado, su empleador. La mayoría
lo vende para ganar 20 pesos. Les pregunto porque el andén está vedado y
la reja entreabierta como si de un corral de animales se tratara.
"Abordan el tren sin boleto, se hace así para controlar que la gente pague."

¿Por qué no quieran pagar? "Hay quien viaja solo con un pomo de agua y 5
pesos. Ay, mami, esto es muy duro", contesta una. No termina la frase y
se ríe a carcajadas mientras se aleja.

Los que venden y los que compran tienen un verbo en común: luchar. "En
La Habana se lucha". "Aquí la lucha es mejor que en Oriente", repiten
todos. Vienen a la capital porque estiman que se pagan mejores salarios.
Hacen trabajos de albañilería, o en la agricultura con productores
particulares, que pagan cincuenta pesos diarios.

Una joven madre amamanta a su bebé de cuatro meses. Se lleva una carga
con detergente, jabón, pasta dental y confituras para niños. "Oriente
está duro. Peor que la Habana", dice. Vino de Guantánamo con una caja de
mangos y de guayabas para su familia en la capital: "Allá las frutas son
más dulces y más baratas", asegura.

Una mujer deambula vendiendo chancletas de plástico. Explica que resulta
un buen negocio comprarlas en "La Cuevita" y revenderlas por un poco más
a los viajeros de la estación. "Todos somos luchadores" apunta y "esta
es la lucha por la supervivencia", dice señalando la estación con un
gesto amplio. "Vendemos lo que aparezca, hasta cajas de muertos. Está
dura la vida".

La vendedora de chancletas cuenta que algunos parroquianos no tienen
casa y pasan el día en la estación. Buscan en el basurero cualquier cosa
que se pueda vender. "Se van para La Coubre, la terminal de
reservaciones y lista de espera cerca de la Estación Central, a dormir
sobre cartones que ponen en el suelo. Allí aprovechan y roban los
maletines a los infelices que se van para el campo", revela.

El último tren ha salido para Sancti Spíritus a las 9 y 20 de la noche.
Frente al televisor del salón de espera se amontonan hombres y mujeres
que no parecen viajeros. No esperan nada. Cuando el tren ya se ha ido,
los empleados y un policía se preparan para cerrar la terminal. Los
echan de allí: "Arriba, tumbando que vamos a cerrar".

Todos se retiran obedientes, hasta el día siguiente, 6 y 30 de la
mañana, en que todo vuelve a comenzar.

Source: En la estación de trenes, todos somos luchadores -
http://www.14ymedio.com/reportajes/Ferrocarriles-trenes-La_Habana-Cuba-viajeros_0_1571842806.html

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