Friday, June 15, 2012

El horno no está para rosquitas

El horno no está para rosquitas
Viernes, Junio 15, 2012 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, junio, www.cubanet.org -A los totalitaristas no les
gusta ser puestos en tela de juicio. Acostumbrados a que las cosas se
tomen únicamente como ellos dicen que son, se crispan ante el menor
cuestionamiento. Y nada puede ser más peligroso que un totalitarista
crispado. Que lo diga Ettore Gotti Tedeschi, el llamado Banquero de
Dios, quien ahora mismo se está viendo con un pie en el infierno sólo
por contradecir a un totalitarista de raza, el cardenal Tarcisio
Bertone, Secretario de Estado del Vaticano.

Por cierto, tan distinguido personaje también fue contradicho en Cuba,
hace poco, si no con palabras, con hechos, pues en días previos a la
llegada del Papa, Bertone había declarado que esta visita no sería
manipulada por el régimen. Y sí, fue manipulada. Pero excepcionalmente,
el cardenal no se crispó.

Desde luego, lo que le hizo Ettore Gotti es mucho más grave. Y tanto que
devino bomba noticiosa en todo el mundo. Aunque más grave todavía,
puesto que más a tono con su talante totalitario, ha sido la respuesta
del cardenal Bertone.

Después de casi tres años al frente del Instituto para las Obras de
Religión, Gotti Tedeschi explotó como un siquitraque, apenas empezó a
sospechar que detrás de las cuentas cifradas de esta institución, que es
el banco del Vaticano, hay oculto dinero sucio de empresarios, políticos
y hasta de la mafia. Su expulsión del cargo, dispuesta por Bertone, es
lo mejor que podría ocurrirle, ya que, según los medios internacionales
de información, Gotti teme por su vida, una reacción natural en quien se
atreve a desafiar a santidades tan encumbradas, acusándolas nada menos
que de lavar dinero ilícito y aun sangriento.

Se trata de una larga película de horror y misterio, y con suspense
creciente, a lo Hitchcock, pero cuya escena final nos puede ser impuesta
el día menos pensado, hoy mismo tal vez, ya que otra cosa que muy bien
se conoce es que los totalitaristas, cuando no pueden demostrar razones,
demuestran su poder -tan infinito como el cielo- silenciando, como sea
preciso, a los que sí tienen razón.

Pero, en fin, si he traído a colación este caso es sólo para puntualizar
que el momento no es bueno para que los defensores de otro cardenal, que
hoy sufrimos de cerca en la Isla, hagan cruzada tratando de tapar sus
deslices, y enfoquen cañones contra sus críticos, desplegando la táctica
totalitaria de inventar conspiraciones fantasmas, dicen ellos que contra
la Iglesia Católica, y dicen que por parte de malos patriotas, renuentes
a la reconciliación entre cubanos.

La verdad es que el cardenal que nos tocó en suerte, Jaime Ortega,
arzobispo de La Habana, no ha estado actuando como lo requiere su misión
ante Dios (que no ante los poderes pecadores de la tierra), y ese es un
reproche que nadie podría hacerle, por más ganas que tenga, si no fuese
porque hay pruebas de su actitud contemporizadora con nuestro régimen y
de su falta de carácter como líder eclesiástico, al plegarse sumisamente
a un proyecto dictatorial, encaminado a perpetuar en Cuba la falta de
libertades y la extrema miseria.

Entre los recriminadores del cardenal Ortega no faltarán algunos
espíritus agrios y hasta algún que otro politiquero dispuesto a defender
su egoísmo por encima del interés nacional. Pero resulta ridícula y
malsana la pretensión de meter en el mismo saco a todo nuestro
movimiento de oposición pacífica (pues son todos, católicos incluidos,
los que recelan de su gestión), acusándolos de mercaderes de la
confrontación y de gestores de un plan para desprestigiar a la Iglesia,
mediante la descalificación de lo que llaman su "línea de diálogo" con
el régimen.

Para peor, en los cotorreos de estos defensores a ultranza de Ortega se
trasluce la intención de enfrentar a creyentes y no creyentes católicos,
e incluso a la población pasiva con los disidentes. Y todo en nombre de
lo que graciosamente llaman (con un apelativo que les prestó el régimen)
la necesidad de reconciliación entre cubanos. Es algo que, además de
irracional, resulta peligroso.

Nada conviene menos a los cubanos en este momento que una atmósfera
hostil entre creyentes y ateos. Y en general, nada nos conviene menos
que andar a las greñas entre nosotros mismos, mientras el régimen se
dedica a ejercer su deporte favorito: atacar por los flancos que se
flaquean con nuestras divisiones.

Los humos totalitaristas que enrarecen el universo del cardenal y sus
defensores no les permiten ver que para los cubanos amantes de la
libertad y del progreso constituye un drama extra tener que vérselas
también con ellos, cuando apenas les alcanzan las fuerzas para enfrentar
el acoso y las tropelías del régimen.

No ven (por alguna razón no les conviene ver) que nuestros reparos no
son contra la Iglesia y mucho menos contra los paisanos católicos, sino
contra un hombre, un simple mortal que con todo y su púrpura no
solamente está incurriendo en la violación de los preceptos que debería
representar, sino que además incurre en pecado al proyectarse soberbio
ante el rebaño y sumiso ante el lobo.

Que yo sepa, ninguno de nuestros opositores pacíficos cuestionó nunca
una sola palabra o una sola acción de monseñor Pedro Meurice, arzobispo
emérito de Santiago de Cuba durante 34 años. Y nada fue más ajeno a
monseñor Meurice que la actitud hostil ante la posibilidad de
entendimiento entre los cubanos. Sólo que él parecía asumir la
reconciliación nacional según su auténtico significado, y no como
reconciliación entre el régimen y ciertos sectores seleccionados por
éste en forma unilateral y para su absoluta conveniencia.

Esa burda simplificación de las cosas que se desgaja de los argumentos
de los defensores de Ortega no puede ser tomada sino como sospechosa,
cuando menos.

De hecho, llama la atención que tal defensa, o al menos su avanzada más
activa y crispada, se esté desarrollando desde ciertas instancias muy
afines al régimen. Al paso que vamos no nos sorprendería que la UJC,
PCC, CDR y demás hierbas fueran convocados a una concentración en la
Plaza de la Revolución para demostrarle al cardenal el apoyo
irrestricto, solidario y partidista del pueblo.

Lo malo, como ya dije antes, es que en este minuto el horno no está para
rosquitas.

A no ser que el cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del
Vaticano (y de quien se comenta que Jaime Ortega recibe órdenes directas
en todo lo concerniente a la reconquista, en línea con la dictadura, del
espacio público en Cuba), se apure en aplicar medidas acalladoras contra
Ettore Gotti Tedeschi, será difícil para los defensores de su hombre en
La Habana dar la muela, sin ponerse colorados, con apelaciones a la
inocencia, al respeto y a la justicia divina.

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