Lunes, Diciembre 5, 2011 | Por Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Literalmente escribo entre
el acoso de al menos dos docenas de mosquitos. Casi por puro milagro
logro concentrarme para hilvanar los párrafos de este artículo.
Desde hace varias semanas, el número de esos vampiros en miniatura, ha
crecido en espiral. A ciencia cierta no sé cuál o cuáles son los motivos
para la inusitada proliferación de esta especie de insectos, entre los
que se encuentra el Aedes Aegypti, uno de los transmisores del mortal
virus del dengue.
Digo esto, porque la frecuencia de las fumigaciones en calles y hogares
ha aumentado. Es decir que, o el humo que echan los artilugios
utilizados con este fin ha perdido su efectividad por razones que
desconozco, o los mosquitos han mutado a especies más resistentes.
Mi vecina, una anciana de más de 80 años, se lamenta que en las noches
apenas puede conciliar el sueño, debido a las picaduras y el aleteo que
siente en los bordes de las orejas.
Su drama empeora, al tener que darle un uso limitado al ventilador. No
por el ahorro en el consumo de electricidad, sino por las crisis de asma
que padece desde su años juveniles. El destartalado equipo debe estar
girando y al mínimo de la velocidad, para que no le provoque una de esas
crisis.
"Si no me matan los mosquitos con el dengue. Voy a morir de tanta
fumigación", asegura a menudo en un tono airado.
De muy poco han servido las campañas para crear conciencia entre la
ciudadanía sobre la necesidad de eliminar todo lo que pueda convertirse
en depósito para las larvas.
La indiferencia reina entre una población que se desmarca de todas las
reglas inherentes a la civilidad. Tal actitud es consecuencia de una
combinación de factores acumulados en el tiempo, entre los que
descuellan el deformador paternalismo estatal y la homogeneización, a
ultranza, de la sociedad con su estela de desvalorizaciones de la ética
y la moral hasta niveles nunca vistos.
Ver los tanques de agua destapados dentro de cualquier casa, o botar el
agua sucia de un cubo hacia la calle por el balcón, o comprobar que La
Habana es hoy una ciudad bañada por centenares de riachuelos de aguas
"potables" y albañales, mata las esperanzas de que se logre reducir la
proporción de mosquitos por habitante.
La obligatoria necesidad de acopiar agua en diversos recipientes, a
causa del irregular servicio, es algo que confirma lo lejos que estamos
de una solución.
Es imposible cerciorarse casa por casa de que se cumpla lo recomendado
por los organismos de salud y las autoridades del partido comunista en
cada municipio.
El hombre nuevo cubano, formado por el socialismo, sobrevive entre la
mugre de la pobreza institucionalizada, la ilegalidad para comer y
vestir, el alcohol y el sexo para ahogar sus penas; mientras sueña cómo
irse del país. Todo lo demás, es secundario.
Por estos traumas sociológicos, estoy a merced de los mosquitos;
concluyendo este artículo entre manotazos en las canillas y auto
abofeteándome como un demente.
Para mayor desgracia, el ventilador es un arma que no puedo utilizar
para espantarlos, porque el constante aire batiendo en mi rostro me ha
causado faringitis en varias ocasiones.
En medio de este asedio, solo me queda desear que ninguno de los
vampiros que me atacan tenga en sus entrañas el virus del dengue.
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