Monday, December 5, 2011

Las ciencias sociales y el rostro cubano para el modelo chino

Ciencias Sociales, Cambios

Las ciencias sociales y el rostro cubano para el modelo chino

Sin libertad, la producción científico social deviene ideología barata

Haroldo Dilla Alfonso, Santo Domingo | 05/12/2011

En estos días he leído más que de costumbre sobre las ciencias sociales
en Cuba. A los excelentes artículos de Marlene Azor en este periódico
añado varios artículos publicados en la prensa de la Isla en torno a una
conferencia nacional sobre las ciencias sociales y humanísticas en Santa
Clara, en la que se dio cita la creme de la creme de la burocracia que
rige el ramo. Algunos de ellos hablaron a la prensa y dieron sus
opiniones sobre cómo ven el presente y como imaginan el futuro de las
ciencias sociales en la Isla. Centraré mi argumentación sobre las
declaraciones públicas de estos burócratas.

En consonancia con el actual proceso de transición, la burocracia que
rige la academia cubana está intentando actualizar la fatal
subordinación de las ciencias sociales a los imperativos del poder,
obviamente, en detrimento de un pensamiento social que solo puede
florecer en un marco de libertad, pluralidad, debate y en sinergia con
la opinión pública. E intenta hacerlo ensayando fórmulas corporativas,
fijando temas y estableciendo prioridades de manera unilateral. Siempre
en consonancia con el mediocre mandato del VI Congreso del PCC:
"trabajar especialmente en la conceptualización de los fundamentos
teóricos del modelo económico cubano".

Los científicos sociales cubanos han sido (quizás debiera decir: hemos
sido) una subespecie humana poco recompensada por el destino. Nunca han
conocido siquiera la acogotada primavera que han disfrutado los
literatos y los artistas de la mano del frívolo ministro de cultura
cubano. Han sufrido un eterno "quinquenio gris". Algo pudieron hacer
entre 1986 y 1996, cuando la crisis anonadó tanto a los dirigentes
cubanos que se produjo una suerte de tolerancia por ausencia de
políticas. Pero apenas la economía detuvo su caída vertical —aun cuando
lo haya hecho en el peor agujero de la vida nacional— comenzó la
represión macartista que culminó en el caso CEA pero que afectó a todos
los sectores del pensamiento social. Cada cual fue enviado de vuelta a
su corral a jurar fidelidad eterna a la obra revolucionaria y su arquitecto.

Tampoco han tenido un refugio medianamente seguro, privilegios
incluidos, como la UNEAC. Solo algunos elegidos, muy pocos. Quizás
porque los artistas y escritores de ficción no están obligados a
demostrar nada, sino solo a mostrar, por lo que reprimirlos puede ser
más costoso que tolerarles, teniendo además en cuenta que pertenecen a
un gremio que sabe dejarse oír. Mientras que los científicos sociales,
que carecen de padrinos internacionales, andan obligados por el oficio a
demostrar lo que afirman y eventualmente a proponer alternativas. Las
obras que han estremecido los resortes del poder político —el meollo del
asunto— han sido El Contrato Social, El Camino a la Servidumbre y El
Capital, no poemas, novelas o cuentos cortos. Y por eso los científicos
sociales reprimidos son menos costosos que tolerados.

Obviamente, con ello no pretendo disminuir un ápice el valor
transformativo de una obra de arte o literaria. Mucho menos el probable
valor personal de los poetas: José Martí, Lord Byron, Víctor Jara y
Roque Dalton lo fueron. Solo recalco que su impacto opera a más largo
plazo de lo que un científico social puede esperar y de lo que a un
político le puede importar. Y con un lenguaje que usualmente escapa de
las estrechas capacidades interpretativas de los funcionarios
licantrópicos del departamento ideológico del partido comunista.

Esta situación empobrece brutalmente la producción científica social.

A pesar de que Cuba posee un vasto sistema académico e investigativo, lo
que se produce es poco y, salvo excepciones, poco estimulante. No porque
no existan cerebros brillantes y con formaciones teóricas sorprendentes.
No porque el país carezca de jóvenes investigadores deseosos de
participar en un debate más allá de las tertulias controladas de la
revista Temas, y con capacidades para hacerlo. Sino porque lo que el
sistema ha pedido usualmente de ellos es la legitimación de las
políticas en curso (a ello se ha llamado partidismo) con umbrales
críticos muy discretos y puntuales. Y porque ese mismo sistema ha tenido
especial cuidado en prevenir la relación directa de los científicos
sociales con la sociedad —ello es parte de la fragmentación a que he
aludido en otros escritos— de manera que la producción de los
científicos sociales raras veces pasa a alimentar lo que pudiéramos
denominar una opinión pública.

Ello explica que muchos científicos sociales hayan tenido que tomar el
camino del exilio, y realizar vigorosas carreras en universidades
extranjeras que para ellos, ya definitivamente, han dejado de serlas.
Así como que muchos pensadores cubanos que engalanarían la academia en
cualquier lugar del mundo, tienen que soportar un retiro en la
oscuridad, o hacer sus vidas en otras faenas para sobrevivir al período
especial que nunca acaba y a la mediocridad política tras la llamada
actualización. Todo ello al mismo tiempo que la academia oficial se hace
representar por rumiantes ideológicos que en otros contextos no hubieran
pasado de ser cronistas sociales provincianos.

Y es en este contexto cuando se produce la actualización raulista y se
comienza a reclamar un nuevo lugar para las ciencias sociales. Llama la
atención al respecto la entrevista a una viceministra del ramo,
publicada en Granma el 26 de noviembre de 2011 y la reseña que hace el
periódico villaclareño Vanguardia de la mencionada conferencia nacional
dos días antes.

En esta última, el periódico local se explaya en lo dicho por varios
funcionarios, y la coincidencia de ellos en el "compromiso de los
investigadores sociales de cumplir lo aprobado en el VI Congreso del
Partido".

Uno de los funcionarios más citados fue Miguel Limia, un filósofo de
sólida cultura brezneviana, que ha realizado una sudorosa carrera como
burócrata de las ciencias sociales. Y lo ha hecho escudado en una
retórica ininteligible que le ha servido para todos los fines y en una
pertinaz aptitud adaptativa que le ha permitido desviarse junto con las
líneas oficiales sin remordimientos inútiles. El funcionario es miembro
de un Grupo Central para la Implementación de los Lineamientos del VI
Congreso (entelequia cuya existencia desconocía), y por tanto se puede
asumir que lo que hace es repetir lo que ha escuchado más arriba,
agregándole algunos tecnicismos barrocos.

Según Limia, la cuestión reside en brindarle a los "tomadores de
decisiones un mejor servicio", como pudiera hacerlo una tintorería o una
cafetería. Y agrega incluir en el quehacer académico una mirada al
sector empresarial. "La ciencia, dice el funcionario, tiene que ganar en
sostenibilidad ella misma, porque debe tener una vocación mucho mayor…
hacia el sector empresarial… a fin de tributar a él y buscar los
recursos de ese sector".

Y ciertamente no hay nada particularmente grave en lo que se dice.
Incluso diría que tratándose de un revellín del marxismo leninismo
formado en Moscú, luce bastante innovador. Lo que dice es cierto: en
todos los lugares del mundo las ciencias sociales establecen alianzas
con el sector empresarial y con los gobiernos, y reciben pago de ellos a
cambio de diagnósticos y pronósticos. Es el perfil corporativo de las
ciencias sociales.

Pero lo que el funcionario no logra distinguir es la diferencia entre
vender un producto científicamente avalado y vender el alma al diablo. Y
no creo que exista otra opción diferente a esta "vocación empresarial"
que reclama el funcionario en el marco de un "compromiso" castrante con
una "estrategia nacional" que, de existir, solo es conocida por una
élite política autoritaria.

Reclamar el compromiso de los científicos sociales con lo que finalmente
desconocen es abusivo e inmoral. Exigirles que limiten su pensamiento al
marco corporativo de producir pronósticos y diagnósticos
"científicamente fundamentados" es privar a la academia y a la sociedad
cubana en general del debate pluralista que debe estar en el centro de
la producción científica social, aun cuando no sea así como lo han
imaginado los burócratas del Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio
Ambiente.

Las ciencias sociales no pueden reducirse al afán corporativo de los
funcionarios cubanos. Hay, por encima de todo, un compromiso con la
verdad, o mejor dicho, con las verdades. Y lo que es aún más importante,
hay un destinatario constituido por las propias comunidades académicas y
por las sociedades que les arropan. Las ciencias sociales persiguen
elaboraciones propias, y que pueden ser (y en muchos casos deben ser)
diferentes a lo que requieren los mundos gubernamental y empresarial. Y
sobre todo, deben aportar, en un marco de libertad, sus propuestas en
debates nacionales que en Cuba no existen.

No puede haber temas prohibidos o no priorizados. Asuntos como la
democracia y la participación, la autonomía social, los sistemas
políticos de representación, el pluralismo político, la libertad, etc.
son todos tan vitales como el funcionamiento económico. Pero nadie, ni
gobierno ni empresas, pagarían por estos estudios que retarían
inevitablemente los supuestos en que se apoya el régimen político cubano.

Sin libertad, la producción científico social deviene ideología barata.
Incluso en áreas alejadas de la contemporaneidad como es el caso de la
historia, se necesita un espacio libre de creación y debate. No es
casual que lo mejor de la producción historiográfica en la Isla en la
segunda mitad del siglo XX se haya producido en el interregno
revolucionario de los 60. Pienso, por ejemplo, en El Ingenio de Moreno
Fraginals y en Ideología Mambisa de Jorge Ibarra. Y que aunque existen
buenas obras posteriores, ninguna ha producido la eclosión
interpretativa de las primeras.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/las-ciencias-sociales-y-el-rostro-cubano-para-el-modelo-chino-271233
Pero estas cosas son demasiado sofisticadas para los fatuos burócratas
de las ciencias sociales y sus jefes. El horizonte de comprensión de las
ciencias sociales por parte de los promotores de la actualización está
ubicado al nivel de cómo lo percibía la Viceministra, siempre según
Granma, "propiciar un efecto positivo en la economía". Dice la
Viceministra que para darle un "rostro cubano al socialismo".

En lo primero tiene razón. En lo segundo, creo que de lo que habla la
elocuente Viceministra es de buscarle un rostro cubano al modelo chino.
El paraíso anhelado del general/presidente, sus tecnócratas y militares,
en sus procesos de metamorfosis burguesas.

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