La dama y el jarrito
FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami | 13 de Abril de 2017 - 07:18 CEST.
Una de las primeras cosas que se olvidan al llegar al exilio es el
jarrito y el cubo de agua para bañarse. Imaginemos a una compatriota
miamense de regreso a Cuba después de años. La dama se enfrenta al
dilema del jarrito: una inmersión en el pasado. Como si nunca hubiera
salido de la Isla, parada frente al cubo a medio llenar, calentado en el
fogón o con calentadores de electrocución, no sabe si reír, llorar o las
dos cosas a la vez. Y sin que en apariencia una cosa tenga que ver con
la otra, tras este primer baño de memorias, la dama verifica bien el día
y la hora del pasaje de regreso.
Parece que el problema del agua en Cuba es antológico y cada día se
halla más alejado de una solución. Por su estrechez y escasos ríos, la
Isla carece de los raudales que empantanan el continente. Desde
principios del siglo XVI las autoridades españolas enfrentaron la
escasez de agua con inventivas como la Zanja Real (1592) o el famoso
Acueducto de Albear (1893), nombre tomado del proyectista, el coronel
Francisco de Albear, quien falleciera años antes de la inauguración. La
Habana no era la única capital sedienta: en Santiago de Cuba, por su
geografía y otros problemas, la penuria del agua parece acompañarla de
siempre. A tal punto el agua ha sido parte de la incultura nacional, que
los candidatos de la República siempre prometían agua, caminos y escuelas.
Y quizás por esa misma razón, aguas, caminos y escuelas fueron parte de
la masa inercial con que el llamado Gobierno Revolucionario arrancó esta
ordalía que dura más de medio siglo. Lo de las escuelas no salió tan
mal. Quizás pocos para un pueblo ávido de conocimientos, pero había
muchos maestros y muy bien preparados. Se convirtieron los cuarteles en
escuelas. En realidad, no hacía falta: la Isla entera es un gran campamento.
Los caminos no siguieron el consejo de Machado, el poeta, pues no se
hicieron al andarlos. Después de 40 años de empezada, aún la Autopista
Nacional, o lo que queda de ella, tiene tramos por construir. Muchos han
tenido sus últimos minutos de vida en esa carretera mal iluminada y peor
cuidada. En cambio, y como la Puerta de Alcalá, la Carretera Central de
tiempos de Machado, el tirano, todavía ahí está, viendo pasar el tiempo.
Pero el agua se lleva las palmas. Habrá mayores que recuerden aquello de
"la voluntad hidráulica". Como ha sucedido con casi todo delirio
megalomaníaco, la Isla se llenó de huecos, algunas de esas presas y
represas sin el más mínimo respeto hacia Arquímedes, la dinámica de los
fluidos, o la ecología tropical. Y debe constar que nuestros ingenieros,
la mayoría muy bien calificados, advirtieron a tiempo el desastre.
Todavía debe haber una carretera entre Pinar y La Habana sepultada para
siempre por el desborde de un embalse mal ubicado o deficientemente
construido.
A pesar de que nada o casi nada ha sido resuelto, de que el difunto
político Carlos Lage y otros dirigentes inauguraron obras en Santiago de
Cuba ene veces, todavía esa ciudad acusa un suministro de agua como si
estuviera en el medio del Sinaí. En La Habana nos acostumbramos a la
dicha de tener agua un día sí y otro no. Y a las pipas compradas. Y los
llamados "ladrones de agua" que chupan hasta la última gota de líquido
del vecino.
La sed de abundante agua en la Isla sigue siendo proporcional a la falta
de libertad y creatividad para resolver el problema. Y por si fuera
poco, la naturaleza también se ensaña: hay una sequía que amenaza
convertir los suelos en arenales. Ni la creación hace dos décadas de
Aguas de La Habana, una empresa mixta cubano-española, ha podido
arreglar los salideros, acabar con los charcos pútridos, evitar la
contaminación del acuífero subterráneo, causa frecuente de enfermedades
gastrointestinales como el cólera, desaparecida durante la Republica.
Por eso es curioso y risible si no fuera por lo dramático, que se haya
realizado en la isla la II Convención Internacional Cubagua 2017. Y que
uno de los premios se le haya concedido a algo llamado Panel Eléctrico
para la Planta de Tratamiento Residual (SIC), en el remoto lugar de La
Quebrada. Las conclusiones del evento, leídas por el lugarteniente
aguador cubano, no pueden ser menos cantinflescas: "Concluye hoy una
etapa de trabajo y se inicia otra no menos importante hacia la
concreción del conocimiento y las experiencias adquiridas, con vistas a
generalizar las soluciones que se han intercambiado".
¿Sabrán los cubanos que hay cientos de procedimientos y tecnología para
tratar el agua? ¿Tendrán una idea cierta del estado calamitoso e
insoluble del agua en Cuba? ¿Podrán darse cuenta algún día que es la
empresa privada y los contratistas los únicos que se toman muy en serio
los salideros, las tuberías añosas, y el tratamiento de las aguas
residuales?
¿Cómo se sentirá esa dama miamense, ausente de la Isla por tanto tiempo,
frente al jarrito y el cubo? ¿Qué mueca hará su rostro, maquillado con
los productos de Macy's, cuando el jarrito deje caer poco a poco —porque
hay que ahorrar— el agua tibia, o fría tal vez? ¿Regresara al próximo
año o con esa experiencia habrá sido suficiente? Bien le vendría una
risa franca. Y parafrasear así los versos de Machado, el poeta:
Visitante no hay camino, se hace camino al andar, y al volver la vista
atrás, se ha de mirar la miseria que nunca se ha de volver a pasar.
Source: La dama y el jarrito | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1491482009_30184.html
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