El nocivo ritual de la complacencia
[13-04-2017 12:33:30]
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- Un sector de la comunidad cree con
convicción, que las soluciones vendrán cuando muchos depositen una
inmensa voluntad para que todo lo bueno ocurra. Es una actitud meramente
emocional, muy infantil y bastante poco racional, ausente de ese mismo
pragmatismo que tantas veces endiosan.
Nada grandioso ocurrirá por arte de magia. Las cosas positivas solo
suceden cuando se trabaja a conciencia para conseguirlas, luego de una
secuencia plagada de decisiones correctas e inteligentemente instrumentadas.
No se debería dudar de los sanos propósitos de esos ciudadanos que
aspiran a un mejor porvenir. Pero no menos cierto es que eso no es
suficiente y que aquel refrán popular que dice que "el camino al
infierno está empedrado de buenas intenciones" sigue describiendo la
realidad.
Una discutible lógica binaria empuja a la sociedad a suponer que las
alternativas solo pasan por criticar todo o aplaudir ciegamente. Emulan
la dinámica de oficialismo y oposición de la política tradicional, sin
comprender que el rol ciudadano es otro bastante distinto.
Reprobar sistemáticamente la totalidad de lo que hace un gobierno no
parece conducente, pero mucho menos lo es ser condescendiente con los
errores haciéndose los distraídos solo por ese miedo de retornar al pasado.
La idea de que la crítica es patrimonio exclusivo de los detractores
seriales es completamente falaz. Esa postura simplista ignora
deliberadamente la chance de apelar a las alertas oportunas que permiten
hacer las correcciones necesarias que todo proceso político precisa.
Una eficiente forma de colaborar es señalar lo incorrecto, hacerlo a
tiempo y con la vehemencia necesaria. No se puede ayudar a quien no se
cuestiona cuando comete errores. Hacer la vista gorda no solo es una
mala opción, sino que es absolutamente contraproducente para la vida en
comunidad.
Ese mal hábito que minimiza los síntomas de la enfermedad y hasta los
oculta, no valora la utilidad que tiene disponer de los avisos que
habilitan las oportunas determinaciones que cada circunstancia amerita.
Los gobiernos no están conformados por niños a los que hay que consentir
para cuidar su autoestima. Esos políticos, son personas adultas, que
aspiraron a tener ese lugar cuando se postularon para ocupar cargos.
Fueron seleccionados para resolver problemas y no para recibir aplausos.
Claro que hay gente que utiliza los cuestionamientos con un fin político
mezquino. Es parte del juego. Ellos usarán cada error para sacar
provecho y mostrarse como una opción para suceder al que está gobernando.
La visión disparatada consiste en suponer que los inconvenientes
desaparecerán si se mira para otro lado. En realidad, si no se actúa a
tiempo la idealizada tolerancia se puede convertir en complicidad.
Definitivamente las opciones no son solo las más obvias. Ni el que
critica siempre lastima, ni el que alaba siempre ayuda. Indudablemente,
el peor de los caminos es advertir la equivocación y omitir los
cuestionamientos. No solo es una postura cínica sino que es altamente
perjudicial para todos.
Identificar un problema debe ser una virtud, porque permite accionar en
la dirección adecuada, con la antelación suficiente, sorteando esas
complicaciones que efectivamente pueden ser evitadas. Poco sentido tiene
esperar a que todo sea luego mucho más difícil de resolver.
Una apreciación adversa sobre la realidad es como una señal. Su tarea es
avisar que algo está mal, que no funciona como debe. Si se registra la
presencia de esta amenaza con la debida seriedad y no se prefiere
ignorarla solo porque es negativa, una modificación del rumbo puede
encaminar todo.
Claro que el interlocutor que emite el juicio es un actor principal.
Algunos se descalifican por si mismos por su conocida intencionalidad,
pero siempre es saludable chequear la totalidad de las observaciones. Es
menester testear todas ellas para eventualmente aceptarlas o
descartarlas según sea el caso.
Los gobernantes deben ser menos hipersensibles a los cuestionamientos.
No ocupan sus puestos para ser objeto del elogio cívico. No es ese su
destino y la sociedad no tiene el deber de aclamarlos por sus exitosas
intervenciones.
Una sociedad condescendiente solo estimula políticas erróneas, alimenta
la infaltable arrogancia de los funcionarios de turno y posterga su
propia prosperidad. Definitivamente, hacerlo es una decisión muy costosa.
Muchos repetirán aquel lugar común que sostiene que "los extremos
siempre son malos", intentando encontrar un falso punto medio. Son los
que reclaman esa falsa objetividad de aplaudir los aciertos con la misma
intensidad que se plantean los enojos frente a los yerros.
La misión de un gobierno es garantizar a los ciudadanos el pleno
ejercicio de sus derechos. Ovacionar funcionarios no es un deber cívico.
Cuando los que gobiernan se limitan a su tarea, son las personas las que
se encargan de su propia felicidad.
Los respaldos políticos se plasman en las urnas en un contexto donde los
partidos ofrecen propuestas de futuro. Una gestión aceptable,
probablemente reciba acompañamiento para continuar su tarea, pero a
veces los ciclos inexorablemente concluyen a pesar de sus logros.
La gente no tiene la obligación de continuar con un color político o
reemplazarlo. No todo es tan lineal. Una elección es solo optar entre
alternativas. Eso no convierte a unos en buenos y a otros en malos. Es
la percepción subjetiva la que finalmente inclina la balanza hacia la
mejor posibilidad disponible de cara al futuro en función de las
variantes ofrecidas.
El día que la ciudadanía pierde su capacidad de criticar inicia un
perverso circuito de deterioro institucional. Las equivocaciones se
naturalizan y todo termina funcionando deficientemente. Los cheques en
blanco siempre culminan mal pero todo empieza con el nocivo ritual de la
complacencia.
Source: El nocivo ritual de la complacencia - Misceláneas de Cuba -
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/Article/Index/58ef53fa3a682e0db8c1bd28#.WO9ZrNJ976Q
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