Cuba un estado represor
[03-03-2017 20:49:25]
Pedro Corzo
Escritor, Periodista y Editor
(www.miscelaneasdecuba.net).- Con frecuencia se escucha a los analistas
calificar de estado narcotraficante a algún que otro país, una
apreciación que debería usarse con otras connotaciones, por ejemplo la
calificación de estado represor, le vendría al régimen de La Habana a la
medida.
Por otra parte el castrismo solo no reprime las acciones de sus
oponentes. También actúan antes de que se cometa un hecho que consideran
delictivo, no en base a las evidencias obtenidas, sino por la
convicción a la que hayan llegado sus agentes.
El totalitarismo insular ha sobrevivido por su capacidad represiva, y
aunque otros factores han influido favorablemente a su permanencia,
evidentemente la condena o la corrección, según el caso, ocupa un sitial
preeminente en el vasto arsenal que le ha permitido mantener el poder.
La represión no ha podido extinguir a la oposición aunque sin dudas la
ha controlado eficientemente, al extremo que nunca ha sido, a pesar del
arrojo de quienes en su momento han ejercido el derecho a actuar en base
a sus convencimientos, un peligro a la estabilidad del régimen.
La represión en Cuba péndula de la brutalidad extrema a la sofisticación
más exquisita. Es constante, relativamente uniforme en sus acciones y
reacciones, enmarcada en un proyecto general en el que los victimarios
intiman, maltratan y hasta ejecutan a sus víctimas con métodos iguales
en cualquier dependencia oficial.
Las situaciones coyunturales o casos muy específicos son reprimidos en
base a otros patrones y aunque la improvisación en la aplicación de la
metodología es factible, los encargados de aplicarla en esos casos son
los sicarios de mayor relevancia. Los esbirros están limitados a las
pautas dispuestas por sus superiores.
Las fuerzas represivas del castrismo, sin distinción de cuerpo o
agencia, es fría y calculadora porque procura evaluar previamente los
perjuicios que se derivan de sus acciones. La represión ha sido
institucional. Su aplicación en tiempo y profundidad depende del alto
gobierno, no de un funcionario que en base a su humor, carácter y
prejuicios toma las decisiones.
Cierto que los resultados pueden variar, la represión no es una ciencia
exacta como las matemáticas, pero con la planificación y coordinación en
su implementación, se pueden disminuir daños colaterales que puedan
afectar los cimientos del poder.
La represión ha tenido a su disposición incontables recursos para
imponer el control. No ha dudado en aplicar la violencia extrema, la
cárcel, el paredón, o el abuso en cualquiera de sus formas, pero siempre
lo ha hecho enmarcado en la mayor discreción, y cuando esto no ha sido
posible, ha recurrido a las turbas enfebrecidas para aplastar a los
opositores.
Desde los actos de repudio que se remontan al verano de 1960, hasta las
brutales cacerías a las personas que se iban por el Mariel, los acosos y
golpizas contra la oposición, los arrestos de la Primavera Negra y las
vilezas contra las Damas de Blanco, conforman un apretado resumen, con
muchas omisiones, del prontuario del maldad del castrismo que procura
extirpar todo lo que pueda afectar su supervivencia.
Esta labor deleznable ha sido cumplida, las más de las veces, por
funcionarios vestidos de civil que lideran concentraciones de supuestos
ciudadanos irritados, listos para aplastar y sofocar la dignidad
ciudadana. Este cuadro de civiles contra opositores, le ha permitido al
régimen disfrutar por años una falsa imagen de popularidad, que ha sido
muy útil para esconder bajo la alfombra del totalitarismo todas las
brutalidades.
La represión uniformada ha sido la mayor parte de las veces encubierta.
El sicario, el esbirro, viste de civil. Los autos policiales circulan
por lo regular como vehículos regulares y los arrestos no son informados
por los medios salvo que formen parte de una campaña que tiene el fin de
generar una intimidación masiva, o enviar un mensaje al exterior de que
el régimen proyecta algo de proporciones que trascenderán las fronteras.
No obstante, la represión fue y será la última cara del sistema, y no
es de dudar que en sus postrimerías, intente callar el clamor de los sin
derechos con una ferocidad sin precedentes lo que se corresponde con su
naturaleza. No hay dudas de la crueldad del totalitarismo, tampoco, de
la firmeza y el compromiso de los que se decidan de una vez por todas
pagar el precio de ser libres.
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