Cuba y el largo desfile de fantasmas
WENDY GUERRA
Estoy detenida en esa pausa, en ese punto desalentador que tan bien
conocemos los cubanos, una sensación abstracta como de vacío que viene
detrás de las buenas noticias.
¿Y después de Obama… qué? Nos preguntamos.
¿Y después del sacrificio… qué? ¿Después de una vida de apuestas por ser
mejores… qué? ¿Después del cansancio y la entrega de nuestros padres,
qué nos toca a nosotros?
Camino por La Habana. Desde que Eusebio Leal no está al frente del Casco
Histórico es como si el alma de las cosas abandonara poco a poco el
espacio. Nadie te atiende igual, todo lo que dotaba de fantasía ese
lugar ha ido desapareciendo.
Por toda la ciudad han cerrado paladares, cafeterías y centros
nocturnos, se dice que por encontrar anomalías en sus ventas o en el
modo de conseguir los productos que luego ofrecen a sus clientes.
Si escudriñáramos en cada casa cubana, en la mía, en la de mis vecinos,
e incluso en la de los inspectores que determinan cerrar estos lugares,
encontrarán alguna anomalía en los productos que nos nutren, alimentan y
mantienen vivos.
¿A qué parte del pueblo de Cuba le puede importar que cierren un bar,
una cafetería o un paladar? A todos aquellos trabajadores que, con su
talento como mesero, plomero, cocinero o cantinero mantengan una o dos
familias sin tener que robarse nada de una empresa, escuela, fábrica,
hotel u hospital.
El verdadero valor de un restaurante del sector privado es la cantidad
de trabajo bien remunerado que genera en el pueblo cubano. Estos
espacios han demostrado que es mejor trabajar que delinquir.
Los inspectores cierran sitios que ellos saben cometen menos
irregularidades éticas, sanitarias o de abastecimiento que los espacios
estatales, hasta hoy arbitrariamente abiertos. ¿Por qué no somos igual
de rigurosos con estos espacios estatales?
¿A quién le interesa lo que pensamos en realidad?
La desilusión, para algunos de nosotros, es ese estado que llega detrás
de la euforia. Tras las aparentes soluciones que vienen desde afuera nos
quedamos anhelantes, esperanzados, confiando ante la pantalla de la
realidad, amparados del mismo recurso fantasioso que tienen los niños
pequeños, ese de creer que al ver nuevamente un dibujo animado, el final
va a transformarse para bien.
Yo me repito una y otra vez, la solución debe venir desde adentro, pero
cómo lograr que así sea, nuestra opinión como ciudadanos no vale nada.
Entras y sales a los mercados agropecuarios, bajas por las calles de
Centro Habana, caminas por el Vedado, subes las escalinatas de la
Universidad, y hay en el aire un sentimiento de profunda desilusión.
Algunos jóvenes desfilan para condenar el recibo de unas becas en el
extranjero, especialmente en Estados Unidos. Las personas que caminan al
lado de esa manifestación-performance sabemos perfectamente que la
mayoría de ellos desea estar en esas becas. La doble moral es ya parte
de nuestra cultura, es el simple, claro modo en que mimetizamos nuestras
vidas para resistir. En 20 años la mitad de los que participan en el
desfile y las personas que lo organizan residirán fuera de Cuba, y lo
peor, nadie dirá que desfiló por esta causa.
Este desfile que ahora vemos está lleno de fantasmas, como en los actos
de repudio de los años 1980.
Paso el día resolviendo asuntos domésticos. Quiero escribir pero no
puedo concentrarme.
Salgo a tomar el aire de la noche.
Las calles principales están completamente apagadas. Un silencio
envuelve el aire salado, me pregunto cómo llegaré a fin de año en medio
de este panorama. Tengo un presentimiento, algo me dice, "una cosa"
extraña late dentro de mí.
Avanzo hasta un parque cercano a mi casa. Busco en mi cartera una
tarjeta para conectarme a internet y sentir, desde mi teléfono, que hay
algo más allá, una buena noticia para cerrar el día.
Nadie me ha escrito, navego un poco, entro en los periódicos: "Me
pareció que ayer decía lo mismo"; un link de Facebook me lleva a Segunda
Cita, pienso que Silvio este noviembre cumplirá 70 años, un año más que
mi madre –si ella hubiese estado viva.
Leo la letra de esta nueva canción. Regreso a Silvio, a su poesía,
descubro nuevamente que toda mi vida puede contarse a través de sus
canciones. Su guitarra es parte de la banda sonora de este país y lo que
él ahora me dice narra mucho mejor este momento indescriptible.
Así dice un fragmento de Viene la cosa:
Viene la cosa, por más que sea injusta y ofenda;/ viene la cosa a
exhibir desparpajo total;/ Viene la cosa invocando lo que le convenga,/
porque ha pasado de moda la noble moral./ Viene la cosa,/ viene por
todos lados;/ viene la cosa/ reescribiendo el pasado./ Pero, a falta de
dios,/ doy pecho al huracán/ y saco bien la voz/ y al pan le digo pan./
Porque viene una cosa/ que sólo la sinceridad destroza.
Source: Cuba y el largo desfile de fantasmas | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article111180502.html
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