Friday, June 10, 2016

Una casa de modas llamada revolución cubana

Una casa de modas llamada revolución cubana
La disidencia expresada en el vestir no es algo nuevo
Viernes, junio 10, 2016 | Ernesto Pérez Chang

LA HABANA, Cuba.- No fue la visita de Obama a Cuba la que puso de moda
la bandera norteamericana o los dólares estampados en las vestimentas de
los cubanos sino, prefiero pensar, esa variante de "protesta
silenciosa", "light", que han adoptado quienes añoran un final del
cuento o al menos el comienzo de un capítulo más interesante y mejor
escrito.

La disidencia silenciosa, expresada en el vestir, no es algo nuevo. En
los años 80 y aún más en los 90, el color negro en las ropas de muchos
jóvenes fue un mensaje de hartazgo directo, como una flecha lanzada
contra la manzana en la cabeza del poder.

La simbología de los tatuajes y el modo de usar un pañuelo, una gorra o
el simple gesto de portar un dije o arete en forma de crucifijo, usar
collares de santería, fueron gestos desafiantes en épocas de cacería de
brujas.

Durante los primeros años de la revolución, y sobre todo en los 70, se
promovieron desde el gobierno varias campañas, algunas de ellas
extremadamente violentas, contra algunas modas consideradas como nocivas
en el proceso de formación del malogrado "hombre nuevo".

Todavía algunas víctimas y victimarios recuerdan a la actriz Ana
Lasalle, plantada a las puertas del Instituto Cubano de Radio y
Televisión, con tijeras en las manos, para cortar las melenas y los
pantalones ajustados de quienes se atrevieran a pasar por el lugar,
fuesen artistas o no.

Fidel Castro, en el discurso de clausura del Primer Congreso de
Educación y Cultura, de 1971, había dado la orden de "combatir al
enemigo" en sus expresiones ideológicas y, por desgracia, la moda
estuvo en el centro de la diana junto a la música en inglés y las formas
no realistas del arte y la literatura.

Hubo una época en que, debido a la moda regulada desde el gobierno más
que a las carestías, las calles de La Habana no se distinguían de las de
Pyongyang o las del Pekín maoísta. Pantalones y camisas de caqui o de
poplín chino, vestidos de guinga, zapatos plásticos (conocidos como
"kikos") o botas cañeras que, a fuerza de lija, betún, cepillo y fuego
se convirtieron en sucedáneos de la gamuza y el charol.

En la actualidad son otras historias y otras regulaciones las que marcan
los modos de ataviarse de los cubanos.

Por una parte, aunque jamás han sido oficialmente revocadas, se
volvieron inefectivas las normas gubernamentales sobre el "buen vestir",
basadas en un ideal totalitario de "uniformar" a los ciudadanos pero,
por otra, los sucesivos desaciertos políticos y económicos que han
convertido en fenómenos crónicos la inflación, los precios disparados,
los bajos salarios, la cultura de supervivencia, la escasez, el
contrabando, los frenos al crecimiento de la iniciativa privada y el
retardo informacional de la población, han repercutido negativamente en
los modos de vestir de la mayoría de los cubanos, limitados a cubrir los
cuerpos con "lo que se puede" o "lo que aparezca".

No importa ser médico nacional o de exportación con los salarios
estatales más altos de Cuba (de unos 60 dólares mensuales como promedio,
en comparación con los 25 dólares mensuales que promedian los
trabajadores de otros sectores) o ser el gerente de una gran empresa,
los sueldos, por relativamente altos que puedan ser, no rendirán como
para escoger, incluso sin pompa, lo que vestimos o calzamos, un
privilegio reservado para un porciento muy mínimo de los cubanos, el
mismo porciento para el que estuvo reservada la zona VIP del desfile de
Chanel en La Habana.

Son pocas las tiendas estatales o privadas (clandestinas), donde el
cliente puede buscar lo que realmente desea. Se compra lo que aparece, a
tono con lo que ofrecen las dos o tres empresas estatales autorizadas
por el gobierno a importar, o con los géneros que cargan las llamadas
"mulas", ciudadanos cubanos que viajan a Ecuador, Perú, Trinidad y
Tobago, Panamá o Miami para luego vender como último grito de la moda
aquella fruslería que adquirieron en tiendas de remate y mercadillos.

Una operación emparentada con la estafa y no muy diferente a la que
realizan los compradores mayoristas e importadores del Ministerio de
Comercio Interior, las empresas vinculadas al Ministerio de Comercio
Exterior, así como de aquellos almacenes que tributan a las cadenas de
tiendas recaudadoras de divisas, famosas por el mal gusto de sus
productos y la escandalosa disparidad entre la calidad y los precios.

No solo obreros con bajos salarios se ven limitados a la hora de elegir
sus ropas o definir su estilo al vestir. Periodistas de la televisión,
actores y cantantes famosos, quinceañeras, estudiantes que se preparan
para recibir su diploma o para una fiesta de graduación suelen adquirir
sus "mejores" prendas en las tiendas de reciclados donde se venden
piezas no solo de escasa calidad sino, a veces, solo apropiadas para
países fríos o demasiado "cheas" (desactualizadas).

En Cuba la expresión "vestir bien" ha adquirido matices que pudieran
distinguirla, en su empleo, de otras realidades donde pudiera connotar
el uso de las marcas de los grandes modistos o el refinamiento estético
en la elección de la indumentaria.

"Vestir bien", en Cuba, significa para algunos usar vestuarios que,
aunque no sean de alta costura, consuman hasta diez veces el monto de
un salario promedio. No importa la calidad de lo que se vista sino el
precio que tenga en el mercado negro.

Decir que la ropa que usamos la adquirimos en una TRD (tienda
recaudadora de divisas) no es lo mismo que decir que la mandamos a
buscar a la "Yuma" (Estados Unidos) o que la compramos en el negocio
clandestino de un sujeto que viaja a Panamá todos los meses. Comprarla
de manera legal y dentro de la isla tiene mucho menos "glamour" que
hacerlo en el extranjero aunque sea en tiendas de saldo o del Ejército
de Salvación.

Chanel estuvo en la isla pero aún no se ha decidido a colocar sus
vitrinas ni siquiera en ese mismo Prado por donde desfilaron sus
modelos. Es encantadora La Habana pero, desgraciadamente, lo es por su
pobreza y esa "cualidad" solo vale para unas buenas fotos pero no para
grandes ventas.

Todo parece indicar que Jennifer López ha prestado su nombre para esa
tiendita en la calle Obispo donde pocos se deciden a comprar no solo por
los altos precios sino porque todos los productos parecieran "copias
chinas" o mercancías morosas extraídas de sus otros emporios en el
Tercer Mundo.

Una estrategia de liquidación que no debe sorprender cuando se conoce
que en las ferias del libro de La Habana, librerías españolas y
mexicanas aprovechan para limpiar sus almacenes en Madrid y el D.F., y
venden a los lectores cubanos revistas de farándula, chismes y modas
publicadas en los años 90, ninguna del momento actual.

En fin, que no han sido Chanel o Jennifer López, en sus visitas y
aventuras comerciales recientes, los iniciadores de ese talento (mejor
dicho, talante) cubano, nacido de la penuria más que del antojo, que
persiste en combinar lo que se supone sea sofisticado con la
persistencia de nuestros bolsillos vacíos.

Source: Una casa de modas llamada revolución cubana | Cubanet -
https://www.cubanet.org/actualidad-destacados/una-casa-de-modas-llamada-revolucion-cubana/

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