La nueva Guerra Fría
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 22 Mayo 2016 - 4:31 am.
Tal vez fue una casualidad, pero coincidieron en el tiempo. En abril de
1990, durante el gobierno de George Bush (padre), pocos meses después
del derribo del Muro de Berlín, cuando era evidente que la URSS y el
comunismo se hundían, Washington comenzó a planear su próxima batalla en
nombre de la seguridad nacional.
Fue entonces cuando se creó el Financial Crimes Enforcement Network
(FinCen), una dependencia del Departamento del Tesoro que habitualmente
contrasta y complementa sus informaciones y actividades con el FBI, la
DEA, la CIA, la NSA y otras agencias de inteligencia.
Originalmente, el nuevo enemigo era mucho más difuso, extendido y, al
mismo tiempo, limitado: los traficantes de drogas. La estrategia era
seguirle la pista al dinero por los vericuetos financieros hasta
descubrir y asfixiar a los grandes capos. Al fin y al cabo, una masa de
plata de ese volumen no se podía esconder en el colchón. Había que
invertirla.
La vieja y sabia expresión de los investigadores anglonorteamericanos se
convertía en el plan de batalla: follow the money. Mientras los
franceses aseguraban que, tras el delito, siempre había una mujer
(cherchez la femme), para los estadounidenses la clave estaba en la
plata. Acertaban.
Inmediatamente comparecieron en el radar los "lavadores" o
"blanqueadores" que esta actividad generaba. Solo que nada de esto podía
ser posible sin cierta complicidad pasiva de los bancos, así que se
dictaron medidas obligando a las instituciones financieras a "conocer" a
sus clientes, a rechazarlos, y a comunicar cualquier depósito sospechoso.
El secreto bancario, en consecuencia, dejó de ser efectivo y la lupa
policiaca norteamericana se colocó sobre los trusts suizos, las cuentas
de Andorra o las compañías de Uruguay en donde los argentinos protegían
sus ahorros en dólares, razonablemente aterrorizados por los corralitos
con los que el Estado les robaba impunemente su patrimonio.
Como los "criminales" no solían actuar con sus nombres, sino escudados
en empresas deliberadamente confusas, legalmente constituidas por
bufetes de abogados fuera de las fronteras norteamericanas o, incluso,
en los espacios opacos de EEUU (Delaware, Nevada, Wyoming, South
Dakota), era importante revelar los nombres de las compañías non sanctas
y prohibirles hacer negocios en EEUU. Así surgieron, primero, la Lista
Clinton en 1995 y ahora, presumiblemente, los misteriosos Papeles de
Panamá, en los que se mezclan indistintamente justos y pecadores.
Como suele ocurrir con los organismos burocráticos, las
responsabilidades, el alcance, los presupuestos y el tamaño de FinCen
fue extendiéndose inevitablemente. En 2001 se produjo el ataque
islamista a las Torres Gemelas y al año siguiente fue aprobada la
llamada "Ley Patriota" que puso fin a numerosos mecanismos de protección
de los derechos individuales.
El terrorismo pasó a ocupar la preocupación central de las autoridades
norteamericanas, desplazando al narcotráfico, y se autorizó la
investigación casi ilimitada en busca de enemigos encubiertos, lo que
explica, aunque no justifica, el espionaje de la National Security
Agency (NSA) a personas como la alemana Angela Merkel o al francés
François Hollande.
Pero en las redes tendidas para capturar terroristas y narcotraficantes,
caían, además, los violadores del fisco, los funcionarios y políticos
corruptos que vendían favores y cobraban coimas, las personas que
escondían su patrimonio en medio de pleitos familiares, y un sinfín de
individuos o entidades que trataban de proteger sus propiedades o su
dinero (fueran estos bien o mal ganados), de Estados voraces, de socios
implacables o de familiares codiciosos.
Este volumen de información le abrió el apetito a Washington y dio
inicio a una cruzada internacional en defensa de la moralidad pública
que ha tenido su expresión más vistosa en la persecución de los
directivos de la FIFA, coadyuvando la previa labor de otras
manifestaciones similares, como la del fiscal Antonio di Pietro en
Italia (Operación Manos Limpias), que liquidó por corruptas a casi todas
las estructuras políticas del país.
Esta nueva Guerra Fría es más difícil que la que EEUU libró y ganó
contra la URSS. Al fin y al cabo, los comunistas pertenecían a una
pintoresca secta surgida en el siglo XIX que sostenía ciertas
supersticiones que llevaron a la ruina a las sociedades que las
sufrieron, previa la cruel eliminación de decenas de millones de personas.
Para oponerse a Moscú, Washington podía reclutar a medio planeta tras la
consigna de defender la libertad amenazada, pero ahora sus gobernantes
están empeñados en imponer en el mundo the rule of law, algo realmente
admirable, pero que contradice una antiquísima y muy extendida tradición
planetaria que acompaña a la civilización desde sus inicios. Ojalá
tengan éxito, pero será una batalla tremenda de muy difícil pronóstico.
Source: La nueva Guerra Fría | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1463887879_22537.html
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