En busca del dueño de la ciudad
PEDRO ARMANDO JUNCO, Camagüey | 21/05/2016
Toda ciudad se apoya en el hombre que la resguarda. Puede llamarse
alcalde, administrador o funcionario público; a fin de cuentas el
calificativo es lo menos importante. Este es su encargado como el
mayordomo en la mansión del millonario. Su obligación radica en el celo
de cómo habilitar óptimo funcionamiento a los residentes del lugar. Para
ello cuenta con recursos económicos públicos y el personal necesario.
Es, casi siempre –como siempre debería ser– el ciudadano idóneo, elegido
por el pueblo para organizar el hormiguero humano que conforma la
ciudadanía. Es el hombre que todos conocen, que saben cuál es su nombre
y dónde vive, porque entre sus razones de ser, lo prioritario en él es
mantenerse presto al reclamo del último habitante de la villa en
cualquier momento.
Sin embargo, en Camagüey este ciudadano nunca da la cara, nadie conoce
su nombre, ni dónde radica; y lo peor, cuando suponemos quién es y dónde
está, se torna imposible de abordar y no se puede establecer un diálogo
con él siquiera por medio de la prensa. La certeza de no haber sido
elegido democráticamente radica en que nadie lo conoce. No obstante su
fantasmagórica existencia, cuando toma medidas en busca del
"perfeccionamiento" de la ciudad, estas resultan arbitrarias y
contraproducentes. A este hombre lo he dado en llamar "El dueño de la
ciudad".
Camagüey, a pesar de sus calles estrechas y sinuosas debido a sus
quinientos años de fundada, era una ciudad de cómoda circulación.
Decenas de semáforos viabilizaban el recorrido de los autos,
funcionarios policiales resguardaban de las infracciones del tránsito,
hasta el último de sus callejones se hallaba accesible al tráfico, y
tanto las aceras como el pavimento vial se mantenían limpios y en
perfecto estado de conservación: se dijo alguna vez que Camagüey
calificaba como una de las ciudades más pulcras del país. Sobre todo, a
cualquier hora de la noche y la madrugada la ciudadanía gozaba de un
alto nivel de seguridad.
El Camagüey de hoy dista mucho de lo que alguna vez fue. El dueño de la
ciudad se complace en cerrar calles por el motivo más insignificante. La
calle Martí, arteria importantísima que atraviesa el casco histórico y
principal salida del cuerpo de bomberos hacia el este, ha sido obstruida
definitivamente frente al Parque Agramonte y colocado en la vía un café
al aire libre para el turismo internacional, pues los refrigerios que
allí se dispensan en divisas no son asequibles para el cubano de a pie.
También con el propósito de atraer la mirada turística se han
desenterrado los rieles que permanecían dormidos bajo la Plazoleta de El
Gallo para que el visitante conozca que en la ciudad alguna vez
existieron tranvías, aunque tal medida haya convertido en más incómodo y
peligroso el cruce por encima de los afilados listones de acero, puesto
que en ocasiones vuelcan bicicletas y motos.
Se desmanteló el parqueo de la Plaza de la Merced –hoy Plaza de los
Trabajadores– y se han colocado bancos solariegos alrededor de la ceiba
central para que aquellos que nos visitan tengan una imagen más hermosa
del lugar, aunque los carros del centro financiero de la provincia
tengan que aparcar en otra calle apartada con custodios permanentes. Al
parecer, el dueño de la ciudad quiere convertir a Camagüey en una
vitrina para el turismo, en detrimento de la ciudadanía permanente.
Las importantes calles Lugareño, Cisneros, Independencia y San Esteban
están cerradas desde hace muchos meses bajo el pretexto de la reparación
de edificios aledaños, y la calle República se ha modificado en bulevar
solo para peatones, mientras San Martín se halla en tal estado de
deterioro vial que se torna muy difícil transitarla, sin que a nadie le
interese su restauración. Todo el que conozca esta ciudad podrá intuir
que por ser vías exclusivas del casco histórico, la viabilidad se reduce
casi a la mitad de su potencial y, por lo tanto, recarga el tráfico de
las otras avenidas al cruce automovilístico.
Si agregamos que la reducción de parqueos en las plazas obliga al
aparcamiento a la izquierda de las angostas sendas del Casco Histórico,
éstas quedan reducidas a un espacio ínfimo por el que no es posible
adelantar la marcha ni siquiera a una bicicleta o bicitaxi –vehículo
común de los habitantes– provocando un tráfico denso y calmoso proclive
al embotellamiento vial. Solo cuatro semáforos existen en la ciudad,
tres de ellos en la carretera central. En horas "pico" los accesos no
preferenciales sufren largas esperas por la carencia de los mismos.
Las aceras estrechas del viejo Camagüey están dañadas en su mayoría,
obstruidas por edificios apuntalados o por el hurto de las tapas de los
registros; sucias por el excremento canino que pulula en cualquier sitio
debido a la indisciplina de personas poco éticas y la ausencia de
inspectores capaces de corregir este mal hábito en los propietarios de
animales. La gente camina por la calle más que por las aceras. Nadie
respeta las normativas de circulación: no solo los ciclistas y
bicitaxistas marchan contrario a los patrones del tráfico, sino las
motos y los carros mayores aparecen peligrosamente contra el tráfico,
convirtiendo la urbe en algo muy parecido a una villa rural.
Más pudiera decirse del Camagüey actual. Mucho queda por censurar
todavía, pero las limitaciones del espacio publicitario lo
imposibilitan. Apenas me está permitido hacerle un llamado al dueño de
la ciudad para que tome en cuenta estas críticas constructivas y
comience su labor necesaria: velar porque este panal urbano, hospedero
no solo de turismo internacional sino de más de 300 mil habitantes,
necesita con urgencia de su trabajo y de una atención más rigurosa y
efectiva.
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Nota de la Redacción: Este texto se publicó originalmente en el blog La
Furia de los Vientos y se reproduce aquí con autorización del autor
Source: En busca del dueño de la ciudad -
http://www.14ymedio.com/blogs/cajon_de_sastre/Camaguey-Cuba-Opinion-Pedro_Armando_Junco_7_2002669714.html
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