Wednesday, March 23, 2016

El león muerto

El león muerto
"Los cubanos abren el refrigerador, y Obama no está dentro", dijo una
mujer en una entrevista. "Él se va, y nosotros nos quedamos en lo
mismo", añadió
Alex Heny, Nueva York | 23/03/2016 12:53 pm

El momento más terrible del año sucede cada primero de enero, diez
minutos después de la media noche.
Es el día más anticlimático del calendario; uno se percata de ello —es
esa tristeza en el trasfondo, por si usted no se ha dado cuenta— cuando
se calma la euforia de los abrazos, se desea la última buena ventura,
más o menos a los diez minutos de haber comenzado otro año más —otro año
menos—; es cuando uno se pregunta: "Bueno, y ahora, ¿qué?"
No tiene que ver la decepción con la idea, desconcertante como es, de
que acabamos de celebrar nada menos que la roca en que vivimos acaba de
completar otra circunvalación alrededor del Sol; que hemos sobrevivido
meteoritos y bombardeos radioactivos gracias a la eficiencia de esa
tenue tela de cebolla que llamamos atmósfera; que el campo magnético
terrestre aún funciona y que, a pesar de calentamientos globales e
idioteces locales, seguimos teniendo veintiún porciento de oxígeno en el
aire que respiramos —el dióxido de carbono está muy sobrevalorado, la
verdad.
Lo decepcionante, pienso, es que nos acaban de llevar a cero el
contador, otra vez; que se desmorona el castillo de naipes de
despropósitos y aciertos; que nos espera, de nuevo, esa cuesta
convencional, otra vuelta descomunal en el carrusel solar; trescientos
sesenta y cinco días —menos los diez minutos que ya pasaron— para volver
a llegar a este punto, de nuevo hacer la pregunta, y así, hasta que se
nos acabe el tiempo.
Desplome anímico anual, que tiene que ver con un exceso de expectativas,
con la falacia del mito de borrón y cuenta nueva, con el enfrentar la
resaca después de una borrachera; con ese optimista e ingenuo, ¡ahora
sí!, sin habernos cuestionado por qué antes no.
***
Pensaba en todo ello, desde hace varios días, al notar la lúcida
anticipación con que algunos han estado mencionando el Día Después. "Los
cubanos abren el refrigerador, y Obama no está dentro", dice una mujer
en una entrevista. "Él se va, y nosotros nos quedamos en lo mismo", añade.
Así es. El 22 de marzo del presente, al terminar el presidente Barack
Obama su visita, al apagarse los aplausos y cuando todos respiran
aliviados, diez minutos después que el Air Force One se perdiera de
vista rumbo sur —se van a Barriloche, se dice—, comienzan esos instantes
después del acontecimiento, los de la abulia post orgasmo, el desinfle
que sigue a la tumefacción de la expectativa; y la pregunta, la jodida
pregunta: "Bueno, y ahora, ¿qué?"
***
El presidente Obama fue protagonista de la fiesta, allá en Cuba; para
suerte de todos, no así sus no-anfitriones —gente torpe donde las haya—,
que le cedieron podio, micrófono y cámaras.
Obama, bajo la lluvia, con la incomodidad de los paraguas, sin el
incordio de generales ni acólitos, se vio dueño de La Habana por unas
horas. Y mientras mayor fue la intención, rayana en el irrespeto, de
minimizar su presencia, mejor le fue; ha sido un solo de Obama en La
Habana, sin la sombra malicienta del general anciano ni sus cargantes
parientes.
Y más le hubiera valido al general seguir sentado en su oficina y evitar
su breve momento bajo las luces, en el escenario: nunca se había visto
tanta ineptitud y torpeza en un dictador cubano, y eso es mucho decir.
Por su parte, Obama brilló en la bruma cubana. Su discurso, inmejorable,
se paseó por todo lo que nadie en Cuba, ni nacional ni visitante, se
había atrevido a decir, mucho menos en la cara del dictador. Fue un ¡de
pie! a los cubanos, una introspección en el papel de ambos países en el
conflicto y la distensión: fue un alegato ardiente, honesto, que me
recordó, es inevitable, la balbuceante tibieza —si acaso— de papas y
presidentes que estuvieron antes que él.
Dos días duró la fiesta entonces, pero se acabó.
Recuerdo, pensando en los días que vienen, que nadie describió mejor la
idea de un anticlímax que uno que sí sabía de estas cosas, y al que
parafraseo; diría el hombre, mareando un daiquirí cargado con dos líneas
de ron, que una fiesta terminada es un león muerto.
De tal manera, uno de los momentos más terribles de la historia cubana
ha sucedido: el 22 de marzo de 2016, diez minutos después que despegara
el Air Force One, el hedor de un león muerto invadió el aire de los cubanos.
Sofocados, sin asideros, se han quedado mis coterráneos; no saben
siquiera a quién hacer su pregunta necesaria, esa que flota, desde hace
ya un buen tiempo, en el aire caldeado por el eco de los aplausos. Se
miran entre sí, al amigo, al amante, a una hoja en blanco.
"Bueno, y ahora, ¿qué?", preguntan, desconcertados aunque solo ellos, y
nadie más, tiene la respuesta.

Source: El león muerto - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/el-leon-muerto-325173

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