Tuesday, December 15, 2015

Ni McDonald's, ni libertad

Ni McDonald's, ni libertad
YOANI SÁNCHEZ, La Habana | Diciembre 15, 2015

Hace un año, al mediodía del 17 de diciembre, el reloj nacional se
reinició y pasamos a ser el país que llenaba titulares y expectativas.
Con el restablecimiento de relaciones entre los Gobiernos de Cuba y
Estados Unidos, nuestra isla se puso de moda entre los politólogos, los
actores de Hollywood y los adivinos. 2015 prometía ser el año del
despegue económico y de la apertura, pero doce meses después los hechos
se quedan muy lejos de las ilusiones.

Eso sí, nos han saturado con fotos, banderas que se izan, conferencias
de prensa para explicar que el camino sería largo y complicado. Durante
meses, los cubanos nos hemos cargado de esperanzas, pero ya es tiempo de
ver los resultados. No basta que los funcionarios de países ‒hasta ayer
enemigos‒ ahora se den la mano frente a las cámaras, sonrían y se
confiesen aliados en temas como la lucha contra el narcotráfico, la
piratería o el cuidado de los tiburones. Tantos gestos diplomáticos
deberían haber mejorado la vida de los cubanos.

A las medidas dictadas por la administración de Barack Obama no le han
correspondido los necesarios pasos de la Plaza de la Revolución para que
éstas tengan un efecto en el día a día de la población de la Isla. En
lugar de eso, el discurso oficial del castrismo ha jugado a mantener la
confrontación verbal con el vecino del Norte y a seguir utilizando el
argumento del bloqueo para justificar su propio fracaso.

El desabastecimiento se ha agravado en el mercado minorista cubano y
ahora es más difícil comprar comida que por estas mismas fechas de
diciembre pasado. Ni el maíz de California llenó los estantes de las
tiendas, ni las hamburguesas de McDonald's desplazaron a la frita
nacional, como vaticinaban los antiglobalización. Poner un plato en la
mesa se ha vuelto una tarea más difícil, angustiosa y cara.

Los visitantes que buscan "ruinas hermosas" y autos antiguos que
fotografiar no tienen de qué preocuparse, el parque temático del pasado
sigue intacto. La modernidad y el desarrollo han chocado contra el muro
de la reticencia ante lo nuevo. Los gobernantes cubanos han logrado
transmitir y mantener su achacosa ancianidad sobre todo el país. Ni se
abrió una tienda de Apple en el corazón de La Habana, ni se ha mejorado
el transporte público.

Ningún ferri ha atracado en puerto cubano después del 17D. Nadie ha
logrado conectarse con roaming desde la Isla con una tarjeta telefónica
de una compañía estadounidense, ni siquiera un visitante de ese país ha
logrado sacar dinero con su tarjeta Visa o Mastercard desde un cajero
automático ubicado en cualquier punto de nuestra geografía insular.

Los vuelos directos entre La Habana y Nueva York han llenado espacio en
la prensa internacional, pero no acaban de aterrizar en aeropuertos
nacionales. Las flexibilizaciones en la compra de insumos en EE UU para
empresarios locales no logran rebasar el férreo control aduanero que
impide la importación comercial en manos de privados. Todas las mejoras
decididas en Washington se han trabado en la maraña de prohibiciones y
controles que impone este sistema a su propio pueblo. El bloqueo interno
ha cerrado filas, ante el temor de perder la justificación del embargo
externo.

Las telecomunicaciones, esa piedra angular de la política estadounidense
hacia la Isla, apenas se han visto beneficiadas con los anuncios
lanzados desde la Casa Blanca. En una carrera por mantener cautivos a
los clientes de la única telefónica del país, el Gobierno ha abierto
algunas decenas de zonas wifi para la navegación web, a precios
exorbitantes, bajo el sol y con un servicio tan inestable como
controlado. Un año después de aquel 17D, este sigue siendo el país con
menos extensión de las tecnologías de la información de todo el hemisferio.

La libertad... bien gracias. Raúl Castro ha sido legitimado y reconocido
por la mayoría de los Gobiernos del planeta y protagonizó una Cumbre de
las Américas en Panamá, entre los destellos de las cámaras y la reunión
con Barack Obama. Puertas hacia dentro del país, no ha querido darle ni
la menor beligerancia a sus críticos, contra los que ha mantenido los
arrestos, los actos de repudio y el penoso fusilamiento de la
reputación. Este último, hecho desde la impunidad de un poder que puede
convertir ante los ojos de la opinión pública a un disidente en un
delincuente.

Sin embargo, esa sabiduría popular que otea el horizonte y sabe cuándo
los cambios vienen en serio y cuándo son pura mascarada ha emergido con
fuerza en este año. El instinto de conservación, el tirón ancestral de
ponernos a salvo, ha sido el mayor mentís a las predicciones que se
hicieron hace doce meses. Empujados por ese reflejo condicionado de
salir del peligro de una existencia sin expectativas, miles de cubanos
emprendieron la ruta de la emigración, en muchos casos poniendo en
riesgo su propia vida.

Ahora, queda ajustar nuevamente las manecillas del reloj. Ambos
Gobiernos llamarán a la calma, a no desesperarse. El inquilino de la
Casa Blanca dirá adiós en 2016, quizás después de visitar nuestra Isla,
y Raúl Castro ha anunciado que se retira en 2018. El desesperante tiempo
de la historia y la política va paso a paso, sin saltos, apenas
perceptible. Mientras, las horas de la existencia de millones de cubanos
se escurren sin remedio. El 17D ha quedado como una fecha en el pasado.

Source: Ni McDonald's, ni libertad -
http://www.14ymedio.com/opinion/McDonalds-libertad_0_1907809206.html

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