WENDY GUERRA: Navidad de papel en Cuba
La autora relata la celebración clandestina de la fiesta junto a su
madre en los años 1970 en Cuba
Una iglesia vacía, un Nacimiento lleno de figuras desconocidas para la
niña dejan una huella
Cómo iluminar un arbolito en una azotea en un país sin recursos
WENDY GUERRA
Mi madre y yo lo hacíamos todo en secreto. El secreto nos permitía no
separarnos y para eso había que abrir los ojos y cerrar bien la boca.
"¿Qué es la Navidad?", le pregunté un día cuando me dijo que el aire de
diciembre olía a Navidad, y que en estos días hasta podía sentir el
remoto sabor de las castañas en su boca. "¿Qué son las castañas?"
"La Navidad es…" Se detuvo cuidadosa afirmando su mano sobre la mía,
guiándome por la avenida más peligrosa de Cienfuegos. Al alcanzar la
acera me despeinó intentando peinarme con sus pequeñas manos,
inclinándose hasta mi oído le escuché decir: "Es el instante en que lo
esperamos a Él".
"¿Quién es Él?", dije curiosa. "Él es todo", respondió risueña.
Era el año 1976, y vivíamos en un apartamento a la altura del puerto; mi
madre decidió celebrar su Navidad esperando a alguien que llamaba Él,
pero que no nombraba para que yo no la delatara en la escuela repitiendo
su nombre. Siempre fui alguien que habló demasiado.
Él podía ser desde José Martí hasta mi padre.
Ser religioso, entonces, significaba traicionar, entrar a una iglesia,
conspirar contra de la Revolución que debía ser, para nosotros, la única
adoración posible.
Mi madre, aunque trabajaba en un "medio ideológico", la emisora Radio
Ciudad del Mar, me llevó a la Catedral para que viera un arbolito.
Entramos tan nerviosas y excitadas, caminamos despacio; aquel lugar
estaba tan vacío que nos parecía haber cruzado una franja sembrada de
bombas, el límite justo entre la realidad y la fantasía nos esperaba
junto al púlpito.
El olor a incienso siempre me recordará la Navidad. El sonido del órgano
tocando... ¿Solo? Villancicos que también contaban la inminente
posibilidad de que llegara Él.
Mi madre me cargó para tocar la estrella, yo sentía que era una niña en
brazos de otra niña porque ninguna de las dos alcanzamos el cielo de
esferas multicolores.
Caminamos solas, sin que nadie lo impidiera, dentro del enorme
nacimiento bordado de animales y diminutos personajes de porcelana,
todos y cada uno de ellos eran seres desconocidos para mí. A la salida
del templo pude ver amontonadas varias cajas de regalos, rápidamente mi
madre me aclaró que nada de eso era para nosotras.
CAMINAMOS SOLAS, SIN QUE NADIE LO IMPIDIERA, DENTRO DEL ENORME
NACIMIENTO BORDADO DE ANIMALES Y DIMINUTOS PERSONAJES DE PORCELANA,
TODOS Y CADA UNO DE ELLOS ERAN SERES DESCONOCIDOS PARA MÍ
Entonces me habló de religión, me dijo que esta era una celebración
religiosa donde se esperaba la llegada de un niño muy especial, me contó
que había estudiado en un colegio americano, en un colegio protestante.
Me contó sobre los protestantes, los cuáqueros. Mi madre dijo que a
pesar de todo eso ella era atea. "¿Qué es ser atea, mami?". "No creer en
esto, ni en aquello, no creer en nada más que lo que se ve", dijo
sacudiendo su cabeza. "¿Tampoco crees en mí?", pregunté. "En ti y en mí
sí creo", dijo, intentando salvar esta situación desconocida.
"¿Pero si eres atea por qué te gusta tanto la Navidad?" Porque la
Navidad es la fantasía y yo quiero, necesito, al menos, conservar mi
fantasía.
Entonces fue cuando me convencí de que mi madre sí era una niña y que
también quería todos esos regalos que quedaron amontonados en la Catedral.
Supe que el desvelo era para que el niño, al llegar, se sienta amado,
porque ese niño... Mi madre, cuando temía explicarme algo, no terminaba
las frases.
–Yo quiero mi Navidad, dije resuelta.
La noche del 24 de diciembre de 1976 tuve una Navidad especial.
Nos pasamos días cortando piezas de papel, fabricamos un Nacimiento con
papelitos recortados. Arrastramos un pequeño pino hasta el apartamento y
tejimos una especie de origami tropical.
Mi madre cocinó huevo con canela y azúcar reproduciendo el sabor del
turrón de yema. Gaspar, Melchor y Baltazar fueron recortados y pintados
en el abstracto estilo en el que ella dibujaba a los adultos.
Casi a las 12 de la noche, mami me invitó a subir a la azotea y
reprodujo el retablo navideño bajo el cielo estrellado de diciembre. Ese
día tampoco hubo luz, la ciudad permanecía tan apagada como nuestro
arbolito de papel. Fue entonces cuando se le ocurrió incendiar el
retablo y las llamas iluminaron, como un milagro, nuestras piezas
prohibidas.
Los vecinos se asomaron para ver nuestro milagro, un pino encendido en
el oscuro esplendor de diciembre, donde a Él se le había ocurrido llegar
de forma clandestina, hasta el nido de dos niñas que jugaban a ser madre
e hija.
Sigo en Cuba, otra vez llegó diciembre, ahora pueden verse los arbolitos
en las casas y algunos hasta se animan a celebrar parte del ritual.
Han pasado 40 años, mi madre ya no está, nunca he vivido el verdadero
espíritu de la Navidad, que para mí sigue siendo un ejercicio clandestino.
Sigo esperándolo a Él, sé que vendrá a encender, a iluminar mi ciudad
apagada.
Escritora cubana residente en La Habana.
Source: WENDY GUERRA: Navidad de papel en Cuba | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-cuba/article50647975.html
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