Saturday, November 14, 2015

Crónica de un balsero de a pie

Crónica de un balsero de a pie
Publicamos hoy la primera parte del testimonio de un cubano que ha
emprendido el peligroso viaje de Guatemala a EE UU
MARIO J. PENTON MARTÍNEZ, Frontera Guatemala/México | Noviembre 13, 2015

Vivo orgulloso de ser cubano. Siempre lo he estado. Cuba evoca el calor
del regazo materno, la ternura de mis sobrinos nietos, los amigos, el
primer amor, el dolor de la patria sufrida. Soy de una generación que
nació en los umbrales del eufemísticamente llamado Período Especial, así
que también vienen a mi mente apagones, escasez, derrumbes y censura.
¿Cómo olvidar que tuve que llegar a Guatemala para escuchar por primera
vez la música de Celia Cruz o conocer de la valiente lucha de los
opositores al régimen cubano? ¿Cómo no recordar que derechos como
libertad de expresión, reunión, empresa y prensa era algo que jamás
viví, cosas que según se decía sólo podían conquistarse "afuera"?

Llovía intensamente en la capital guatemalteca el día que me dieron la
noticia. "Después de un serio discernimiento creemos que tu camino no es
ser religioso consagrado". La temperatura bajó y, como todo caribeño en
aquellas tierras montañosas, comencé a sentir un frío glacial. Lapidario
el momento. Una por una las baldosas del suelo comenzaban a hundirse al
ritmo de mi vida: los sueños que había fraguado, las personas con
quienes me relacionaba, los estudios universitarios, todo estaba siendo
barrido por aquel huracán, cuyo vórtice sería el deber de regresar a Cuba.

Pasaron algunas horas para salir del shock: la decisión estaba tomada.
Me fundiría en ese río humano del que tanto escribían los medios
independientes y poco o nada sabía el mundo: la hemorragia de cubanos
que atraviesan Centroamérica y México para llegar a Estados Unidos.
Antes que regresar a la esclavitud, al menos trataría de alcanzar
tierras de libertad. Sabía que me podía costar la vida, pero valía la
pena intentarlo.

El primer punto era encontrar el coyote adecuado. No todos son fiables,
así que hay que asegurarse de que este tenga en su haber viajes
exitosos. Por medio de amigos que realizaron la travesía con
anterioridad obtuve el número de Juan. Lo primero en llamar mi atención
fue el tono de su teléfono. Se trataba de una conocida alabanza
cristiana. "Será para que las personas se sientan en confianza", pensé.
Al otro lado del celular una voz me aseguraba que el viaje tendría éxito
y que un grupo de cubanos ya me estaban esperando para partir. 2.500
dólares, dado al contado en Guatemala, era la suma que costaba alcanzar
el sueño americano, 5.000 si estaba en Ecuador y quería venir seguro.
Debía ir, por mi propia cuenta y riesgo, de uno de los países más
violentos del mundo hasta una ciudad fronteriza con 18.700 quetzales al
cambio. Allí me esperarían.

El bus que me condujo al sitio era una torre de Babel: africanos,
hindúes, cubanos... Al parecer algo muy común, puesto que nadie se
extrañaba. Tras un viaje de seis horas, llegué a mi destino. Al menos
una decena de personas se agolpaban en la terminal ofreciendo, a todo el
que tenía rasgos extranjeros, ayuda para cruzar la frontera ilegalmente.
Otro pasajero me comentó que toda esta franja fronteriza vive del
tráfico humano. Mis experiencias lo confirmaron.

A mis espaldas, me hizo estremecer un seco: "¿Tú eres de Juan?". Estaba
frente al emisario de mi coyote. Tras la respuesta positiva, comenzamos
a internarnos por una madeja de intrincados callejones hasta un barrio
pobre de las afueras de la ciudad. "Vos no te preocupes, asere, que este
barrio lo controlamos nosotros, aquí no hay problema". Tanto el falso
acento cubano como la dificultad para acceder al lugar conseguían
justamente lo contrario de lo que se proponía el guía.

Esa misma tarde, estaba instalado en una de las tantas casas que
utilizan para esconder a los migrantes isleños. Todo a la luz del día y
sin ningún recato, pues la ley en Guatemala la constituyen estas redes
vinculadas a la violencia y que nadie sabe a ciencia cierta cuántos
millones de dólares mueven. Por sólo tener una idea, se dice que el
tráfico de personas a nivel global, genera ingresos brutos por un valor
mayor a 32 billones de dólares anuales, de los cuales 13.000 dólares
aporta cada sujeto como promedio a su coyote.

Fue allí donde conocí en persona a quien, supe después, era uno de los
más reconocidos coyotes del tráfico entre Centroamérica y México. Su
humilde porte apenas reflejaba el poder que poseía. Salido de los bajos
fondos del mundo rural guatemalteco, esta persona había traficado con
drogas y pertenecido a las maras (grupos armados o pandillas que
generalmente controlan la extorsión, el tráfico humano y de drogas en la
región). El alcohol y el consumo de estupefacientes, junto a una escasa
escolarización, marcaron su vida. Con el tiempo, y según el propio
testimonio que me dio esa tarde, se convirtió al cristianismo
evangélico, del que hoy es un firme propagador.

Juan alterna su conversación con la prédica y mientras me cobra los
2.500 dólares me afirma que Cristo es hoy el centro de su vida y quien
le ha dado todo lo que él posee. "Dios y los cubanos", corrige. A su
amparo se encuentran sitios de beneficencia y comparte la vida entre dos
pasiones: "La Iglesia y coronar personas para que lleguen a su destino:
el asta con la bandera de las barras y las estrellas." Antes de irse me
hace saber que debo dejar allí todo lo que poseo. Sólo me será permitido
partir con una muda de ropa y mis papeles. Lo demás irá a las arcas de
sus instituciones de beneficencia. "No importa, al fin y al cabo más que
eso tendrás cuando te corones en la yuma", espeta como consuelo.

Una vez que se marchó el coyote, quedé solo en una casa desconocida, en
medio de una ciudad desconocida y en manos de personas desconocidas y de
no muy buenas referencias. Frente a mí una montaña de ropas, zapatos y
equipaje pertenecientes a otros que me antecedieron. A juzgar por el
número de prendas fueron decenas. En las paredes grafitis que recordaban
nombre y procedencia de cubanos. Manuel de Matanzas, mayo de 2013;
Yoenia González de Camagüey, diciembre de 2013; Yendry de Bayamo, junio
de 2015... ¿Qué habría sido de ellos? ¿Llegaron a Estados Unidos o
estarán en alguna fosa colectiva? Por mi mente pasan las imágenes de
Auschwitz mientras en los techos juguetean las ratas. La suerte está
echada. Me esperaban tres días en solitario confinamiento, tres días con
el Credo en la boca al decir del abuelo.

Inauguraba así el largo camino del balsero de a pie. Pantanos, selvas,
ríos, asaltantes, divisiones internas y policías se turnarían para sumar
dificultades a una travesía ya de por sí difícil por alcanzar un suelo
de libertad.

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Nota de la Redacción: El autor trabajó como religioso consagrado para la
Iglesia católica en Guatemala durante casi dos años antes de emprender
el viaje hacia Estados Unidos.

Source: Crónica de un balsero de a pie -
http://www.14ymedio.com/internacional/Cronica-balsero-pie_0_1888611126.html

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