Monday, September 14, 2015

Tres Cubas, tres Papas

Tres Cubas, tres Papas
ALEJANDRO ARMENGOL

Alentar desde el exilio las protestas populares en Cuba es un acto
irresponsable. En Miami se enfatiza o falsifica el carácter detonante
del aumento de las tensiones en la isla, sin tomar en consideración las
consecuencias de una escalada de violencia. Precisamente la labor de la
Iglesia Católica ha sido disminuir estas tensiones.

Aunque lo escondan bajo llamados supuestamente libertarios y
democráticos, ese es —en última instancia— el reproche que le formulan
al Vaticano tanto quienes persisten en una falsa verticalidad
anticastrista como la oposición en la isla que, por diversos motivos,
los secunda en el empecinamiento.

Sin embargo, mientras los planes de esa disidencia no avanzan mucho más
allá de un micrófono, una cámara o una página impresa en Miami, el papel
de la Iglesia Católica ha ido ganando en relevancia dentro de Cuba, no
sólo en los aspectos que esta institución reclama como propios —la labor
pastoral— sino en terrenos que desde el origen ha sido renuente a
reconocer como de ella —al César lo que es del César—, aunque siempre de
una forma u otra ha participado en los mismos.

Vuelve un viaje de un sumo pontífice a Cuba a estar marcado por la
expectación, pero en circunstancias muy diversas a la que acompañaron a
la visita de Benedicto XVI, y en especial a las existentes aquella tarde
del 21 de enero de 1998, en que Juan Pablo II besó el suelo cubano e
inició su encuentro con una población que por entonces y durante casi
cuatro décadas había escuchado y repetido que "la religión era el opio
de los pueblos".

No fue un pontífice cualquiera quien realizó la primera visita. El que
llegaba a la isla era un sacerdote nacido y criado bajo un régimen
comunista, acompañado de la aureola de ser uno de los protagonistas
—para algunos, el principal protagonista— del desmoronamiento de ese
sistema en buena parte del mundo. Un enemigo ideológico de primer orden
para Fidel Castro y un hábil comunicador.

Pero cuando Juan Pablo II tomó el avión de regreso a su patria, el
cubano comenzó a convencerse de lo que había sospechado desde que se
anunció el viaje: que durante unos días había vivido en un paréntesis.

El tiempo ha demostrado que si bien surgieron demasiadas expectativas
con aquel encuentro, a la larga tampoco los resultados han sido tan pobres.

La intención del Papa no fue nunca abrir un paréntesis, sino sentar las
bases de una transformación mayor, que aún no se ha producido pero está
en marcha. Ya la Cuba que visitó Benedicto XVI no fue la misma que
conoció Juan Pablo II. En igual sentido, el país al que llegará el Papa
Francisco no es igual al que recorrió su antecesor.

Negarse a ver estos cambios, analizar la situación bajo la única óptica
de que continúa el régimen de los hermanos Castro y persiste la falta de
democracia en la isla, encierra varias limitaciones. No sólo en cuanto a
la existencia de un gran número de transformaciones ―muchas de ellas
realizadas en última instancia y a regañadientes por parte del gobierno―
ocurridas en los últimos años, sino también en lo relativo a los
objetivos de la visita para la Iglesia.

A ello se unen dos situaciones nuevas. De la primera se ha hablado
mucho, y es el papel mediador de la institución en el diálogo entre
Washington y La Habana. Pero la segunda es igualmente importante, y es
el marcado carácter social de la agenda del actual pontífice.

El papa Francisco no llega a Cuba como un conocido rival ideológico
(Juan Pablo II) ni está supuesto a realizar una visita de más pompa que
circunstancia (Benedicto XVI) sino viaja tanto en su principal misión
sacerdotal como con un objetivo político explícito de continuar este
papel mediador. Es de hecho la visita con un mayor carácter político de
las tres efectuadas por los distintos inquilinos del Vaticano.

En Miami algunos no reconocen la importancia que tiene el proceso de
diálogo que han abierto el gobierno de La Habana y la Iglesia, y
recurren al expediente burdo de atacar al cardenal Jaime Ortega. Para
quienes lo ven todo en blanco y negro, cualquier matiz es una herejía.

Sin embargo, este proceso entre dos estados pequeños —cuya presencia en
ocasiones sobrepasa la geografía y hasta la historia y en otras no— debe
ser apoyado y hacer lo posible para que los extremistas de ambos lados
del estrecho de la Florida no logren entorpecerlo. Vil el preferir el
sufrimiento de otros con tal de mantener la preponderancia de un punto
de vista.

El diálogo en marcha entre la Iglesia y el régimen es a la vez
justificación y pretexto —ingenuo sería negar esta alternativa—, que
también ha sido utilizado para esquivar otro más amplio con los diversos
factores —considerarlos autores es condenarse al optimismo— de la
sociedad cubana. Pero para lograr un consenso ciudadano se necesita más
de un milagro, y la Iglesia nunca se ha limitado solo a rogarle a Dios.

Source: ALEJANDRO ARMENGOL: Tres Cubas, tres Papas | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/alejandro-armengol/article34947330.html

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