La tarta de cumpleaños de Fidel
CLARA GONZÁLEZ | Praga | 13 Ago 2015 - 9:26 am.
Un 13 de agosto en el pueblo de Viñales, en otro aniversario del
'comandante'.
La noche del 12 de agosto, justo hace un año, en la plaza principal del
pueblo de Viñales, me encontré por casualidad en medio de una fiesta
pública para celebrar el 85 cumpleaños de Fidel Castro. Un hombre y una
mujer, sobre el escenario, cantaban uno a uno los grandes éxitos del
verano y tras ellos un gran retrato enmarcado de Fidel Castro presidía
el acto. La plaza estaba abarrotada y la gente bailaba. A las 12 en
punto la música se cortó súbitamente, y el ambiente en la plaza se tensó
al instante. Ya era 13 de agosto. El hombre y la mujer, la mirada al
frente, se cuadraron, y empezó a sonar el himno de Cuba. Entonces un
chico leyó un poema de felicitación solemne dirigido al comandante y
entonó una canción de cumpleaños. Algunos de los cubanos presentes en la
plaza cantaban con él, otros sólo movían los labios.
Al terminar la canción, apareció bajo el escenario una enorme tarta, de
unos dos metros de largo, cubierta de merengue de muchos colores. El
chico dijo que era un regalo de las mujeres del Partido Comunista. La
música comenzó de nuevo, y las ancianas del partido empezaron a cortar
la tarta. Al cabo de unos minutos pude darme cuenta de que solo los
niños cogían trozos de pastel, los comían, y jugaban con ellos
extendiéndose el merengue por la cara formando improvisadas máscaras.
Algún turista, embriagado de ron y fiesta latina, tenía también un trozo
de tarta en sus manos; pero ningún cubano o cubana adulto, los brazos
cruzados, se acercó a por su trozo. Las ancianas insistían, acercándose
a la gente con un trozo en cada mano, pero nadie los cogía. Al cabo de
media hora, el inmenso pastel solo había bajado un cuarto. Estaba claro:
la gente no quería comer la tarta de cumpleaños de Fidel.
Es común, en Cuba, que de vez en cuando alguien te comente en voz baja,
de forma más o menos explícita, su desacuerdo con el Gobierno, pero
aquella era la primera manifestación colectiva de frialdad hacia Fidel
Castro que yo veía con mis propios ojos. La gente, por alguna razón,
participaba del acto, pero no de la celebración.
Al día siguiente, un conocido me dijo por qué la gente no quería la
tarta. "Cuba es un país pobre donde la mayoría de la gente no puede
permitirse comer tarta a menudo, y por supuesto que les apetecería
comerla", explicó, "pero saben que quien coma esa tarta puede meterse en
líos". Según me contó, es común en Cuba que te pidan hacer algún
servicio, desde vigilar al vecino hasta pintar la pared de un edificio
público, y si te niegas pueden acusarte de no querer colaborar cuando sí
te beneficias de lo que el comandante te da; por ejemplo, un trozo de su
pastel de cumpleaños.
El suceso de la tarta, lejos de ser anecdótico, explica la relación que
el pueblo cubano tiene con su Gobierno, encarnado desde siempre en la
figura de Fidel Castro: son los hijos de un padre que les da cosas no
porque las merezcan, sino porque es bueno y generoso. Así, en Cuba, hace
mucho que las prestaciones sociales no se identifican como derechos de
los ciudadanos, sino que son instrumentalizadas para recordarles
continuamente que si pueden ir a la escuela y formarse es porque Fidel
así lo ha querido, que si les curan en el hospital es porque Fidel lo
permite. Así que están en deuda con él. No son ciudadanos que
contribuyen con su trabajo a crear un sistema que les debe educación,
sanidad y vivienda, sino hijos que deben eterna gratitud al padre que
vela por su bienestar; que hizo la revolución y les protegió con todas
sus fuerzas del resto del mundo, capitalista e inhumano.
Que el mundo es capitalista e inhumano, pocos pueden negarlo, pero no
creo que muchos se atrevan a asegurar hoy que Cuba es diferente.
Cualquier viajero mínimamente observador puede darse cuenta de que hay
una Cuba para los ricos y otra para los pobres, como en cualquier otro
lugar, y que es así hace ya muchos años. La sombra de Fidel Castro
planeaba aquella noche sobre la plaza de Viñales so solo como amenaza
sino también como decepción; la de que negase a su pueblo la libertad y
la democracia que prometió devolverles y se vaya dejando un país que hoy
en día reúne lo peor de los dos mundos (socialista y capitalista), lo
que muchos definen como "capitalismo de Estado".
La gente que confió en él y su revolución, con el paso de tantos años de
desilusiones, ha perdido la energía y la ilusión de entonces, y sus
hijos han crecido en la escasez y el miedo, aislados del mundo y
siguiendo las reglas que marca la supervivencia. Muchos hace tiempo que
abandonaron la Isla, y los que siguen ahí están tan ansiosos de
cualquier cambio que aceptaran lo que les llegue sin objeciones ni
reservas. Muchos ya idolatran a Obama, como un nuevo padre al que amar y
temer.
El anhelado cambio ya está aquí, y el autoritarismo en Cuba convive con
el riesgo de que el país continúe siendo el imperio de unos pocos —sean
de la nacionalidad que sean—, y con el peligro de que se disuelva lo
poco que en Cuba parece tener hoy sentido: sanidad pública, educación
pública, vivienda garantizada, son hoy en Cuba muy precarias, pero
mañana podrían simplemente dejar de existir.
Hoy me pregunto si anoche se celebró el cumpleaños de Fidel en la plaza
de Viñales, y si sus ciudadanos comieron o no la tarta; si el avance del
deshielo ha hecho que pierdan algo de miedo a Fidel, y a qué o a quién
temen ahora. Solo espero que cuando Fidel muera no cambien un padre por
otro, que no se conformen con lo peor de cada mundo, y que puedan comer
toda la tarta que quieran.
Source: La tarta de cumpleaños de Fidel | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1439450801_16306.html
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