Un régimen reaccionario
ROBERTO ÁLVAREZ QUIÑONES | Los Ángeles | 24 Abr 2015 - 8:50 am.
Es tan absoluto el inmovilismo en la Isla que la 'actualización' del
castrismo no es más que el restablecimiento parcial de derechos y
oportunidades que existían antes.
El dictador Raúl Castro, en la Cumbre de las Américas en Panamá,
refiriéndose al presidente Barack Obama, expresó: "le dije que a mí la
pasión se me sale por los poros cuando de la revolución se trata". ¿De
qué revolución habló el general? ¿Son los Castro revolucionarios, o
sumamente reaccionarios? ¿Es edificante una revolución?
En cualquier diccionario enciclopédico la palabra revolución significa
cambios estructurales profundos, socioeconómicos y políticos, casi
siempre violentos; significa innovación, transformación de lo viejo en
algo totalmente nuevo, diferente, tanto en lo social, como en lo
científico, tecnológico, económico, o en cualquier otro aspecto de la
vida humana.
El vocablo reaccionario, en tanto, se define como todo lo contrario:
"se aplica a la persona o a la ideología que defiende y se aferra a lo
viejo, a lo ya establecido, y se opone a los cambios, las reformas y al
progreso". Más claro ni el agua.
Si algo mostraron claramente los actos de repudio fascistas que por
orden directa del general Castro (nadie más podía darla) protagonizaron
los integrantes de la delegación oficial cubana que asistió al Foro de
la Sociedad Civil en Panamá, fue el carácter reaccionario del castrismo.
Con los golpes e insultos contra compatriotas suyos por no pensar
igual que el dictador, los brigadistas de respuesta rápida emularon en
suelo panameño con las camisas pardas de Hitler y las turbas del fascio
italiano que en 1922 marcharon sobre Roma y llevaron al poder a Benito
Mussolini. Y evidenciaron que no hay voluntad de cambiar nada en Cuba,
que el régimen se aferra a lo viejo y rechaza lo nuevo.
Por eso es necesario desinflar algo que la propaganda castrista ha
querido convertir en "verdad" a fuerza de repetirlo (según la fórmula
de Joseph Goebbels): los hermanos Castro, lejos de ser revolucionarios,
son reaccionarios y conservadores.
Ellos encabezaron una etapa de cambios, catastróficos pero cambios al
fin, mediante los cuales desmantelaron el sistema de economía de libre
mercado e implantaron una férrea dictadura militar comunista. Pero aquel
ciclo "revolucionario" se cerró hace 47 años, el 13 de marzo de 1968,
cuando Fidel decretó la estatización de los 57.280 pequeños negocios y
oficios por cuenta propia que todavía funcionaban en el país.
Desde entonces es tan absoluto el inmovilismo en la Isla que ahora,
cuando de alguna manera se regresa a los tiempos previos a aquella
"Ofensiva Revolucionaria" de 1968 y se restauran algunos derechos
económicos y se hacen tímidas rectificaciones, tal "actualización" (que
no renovación) del castrismo se presenta como reformas, cuando se trata
de restablecer lo que ya existía antes. Nada hay nada nuevo, no importa
lo que diga Obama y la izquierda latinoamericana.
Pero suponiendo que en Cuba se hubiese materializado el sueño de León
Trotski de la "revolución permanente", es clave desmontar el mito de
que las revoluciones son edificantes per se. Falso.
Revoluciones liberales, o retrógradas
Un análisis desideologizado, nada romántico o nostálgico de las
revoluciones de los últimos cinco siglos en el mundo revela que, salvo
algunos movimientos burgueses o liberales de los siglos XVI, XVII, y
XIX (y no todos), las revoluciones en su abrumadora mayoría han sido
inútiles. Han dejado las cosas casi siempre igual, o peor que como
estaban antes de producirse el estallido iconoclasta, pese a los ríos de
sangre provocados.
Revoluciones las hay avasalladoras, que los marxistas llaman
revoluciones sociales, que modifican la producción y distribución de las
riquezas y la propiedad de los medios que sustentan la economía, así
como la cultura, las costumbres, la moral, la ideología y hasta la
psicología social. Y las hay esencialmente políticas, que cambian el
estatus político del Estado, pero no la propiedad y la forma en que se
producen y se distribuyen las riquezas, ni las costumbres o la
ideología, como por ejemplo la Revolución de los Claveles que en 1974
puso fin en Portugal a una dictadura de 42 años; o la "Revolución del
30" que derrocó al dictador cubano Gerardo Machado.
Algo muy gráfico para diferenciar una rebelión política de una
revolución total es el diálogo que tuvieron en el Palacio de Versalles
el rey Luis XVI y el duque Frederic de Rochefoucauld-Liancourt, quien a
las 8 am del 15 de julio de 1789 le informó al monarca que la fortaleza
de La Bastilla, en el centro de París, había sido tomada la noche
anterior y que debía huir urgentemente del palacio. "Pero, ¿es una
rebelión?", pregunto el rey. "No, Majestad, no es una rebelión, es una
revolución", respondió el duque.
Revoluciones liberales establecieron las libertades económicas y
políticas que hicieron posible la eclosión del sector privado y la libre
empresa, la cual sepultó al estatismo parasitario de las monarquías
absolutas y que, cual gallina de los huevos de oro, erigió el mundo
moderno que hoy conocemos. La Guerra de Flandes en 1568 le dio la
independencia a Holanda y la transformó en el primer país burgués del
mundo; la Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra limitó para siempre
el poder absoluto de los monarcas; la Revolución Francesa puso fin al
ancien régime en Francia y luego en toda Europa; y la revolución de las
Trece Colonias americanas dio a luz la primera república democrática
moderna y al primer presidente de la historia.
Pero las revoluciones en general, y sobre todo en el siglo XX, se han
caracterizado precisamente por restringir, controlar o suprimir las
libertades ciudadanas. Irónicamente, la mayoría de ellas han tenido un
carácter retrógrado, pues de hecho han constituido un intento de
restauración del viejo orden del Estado omnipresente bajo un disfraz
revolucionario.
Detienen el progreso
Nada hay más iconoclasta que una revolución nacionalista, populista,
comunista, fascista, fundamentalista, o de cualquiera otro "ista".
Taradas genéticamente con el ADN de la violencia y la arbitrariedad,
detienen el progreso, consiguen que la sociedad se empobrezca y atrase,
y que el individuo pierda muchas de sus libertades básicas y se diluya
en la "masa" amorfa de que hablaba José Ortega y Gasset. Ese es el
triste panorama de hoy en Cuba.
Por eso, ya en el siglo XXI, las que realmente cuentan son las
revoluciones científicas y tecnológicas, y no las que constriñen las
libertades individuales. La "magia" de la internet y de las redes
sociales que están transformando la vida en el planeta serían
impensables como fruto de una revolución social, cualquiera que sea su
apellido ideológico.
A decir verdad, si tenemos en cuenta quiénes han construido y
contribuido de veras al progreso de la humanidad, y quienes lo han
obstaculizado o frenado, Johannes Guttenberg fue más revolucionario
que Karl Marx, Albert Einstein más que Lenin, Alexander Fleming y Bill
Gates más que Fidel Castro, y la NASA más que el Che Guevara, con mito y
todo.
En resumen, lo que le "sale por los poros" al general Castro no es
ninguna revolución, sino la Involución Cubana (fonéticamente suena casi
igual) ocasionada por la dictadura devastadora, momificada además, que
en desdichada hora instalaron él, su hermano y la claque militar que los
sostiene.
A no dudarlo, ambos Castro son los dos líderes políticos más
contrarrevolucionarios, reaccionarios y conservadores de toda la
historia continental. Nadie nunca se opuso tan visceralmente al progreso
de su pueblo.
Source: Un régimen reaccionario | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1429122076_14017.html
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