Los sorprendentes visionarios de la revolución
Tres autores parecen haber profetizado el curso de la revolución cubana
de 1959. Son ellos, en orden de aparición, Robert Louis Stevenson, Alejo
Carpentier y Leonardo Padura
sábado, abril 25, 2015 | Rafael Alcides
LA HABANA, Cuba. -Tres autores parecen haber profetizado el curso de la
revolución cubana de 1959. Son ellos, en orden de aparición, Robert
Louis Stevenson, Alejo Carpentier y Leonardo Padura. Alejo la dibuja en
lo esencial en una obra que ya ha cumplido con largura su primer medio
siglo. Hablo (para el lector enterado esto no resultará un secreto) de
la novela El siglo de las luces. Casualidad o brujería, la empezó
Carpentier en sus días de Caracas cuando todavía los rebeldes, que en
1959 entrarían triunfantes en La Habana anunciando elecciones
democráticas mediante voto secreto y directo en un plazo de dos años, no
habían zarpado de México con destino a las costas cubanas para comenzar
la lucha armada.
Del gobierno autoritario y personal de los capitanes generales que
sojuzgaron la Isla durante cuatrocientos años debió de tomar el modelo
de gobierno que, adivinando, le atribuye al gobernante del nuevo Estado
cubano. Sabe ya en aquellas lejanías el escritor galo –como con
humorística inquina solía de vez en vez llamarlo Lezama en las charlas
íntimas– que en dicho estado no regirá un gobierno (aunque hará gala de
tenerlo), regirá un gobernante asistido por cientos de asistentes al
frente de otras tantas instituciones nombradas ministerios, institutos,
asociaciones, etcétera por llenar las apariencias. El Gobernante
gobierna y el asistente ejecuta las instrucciones del Gobernante. Son
detalles que Alejo disimula en su obra cambiando la época, el nombre del
protagonista, y cuanta circunstancia convenga a sus fines sin que por
ello sufra desmedro en ninguna de sus dos lecturas posibles el carácter
de fotografía de este extraño testimonio reversible
De Stevenson habría tomado al doctor Jekyll y míster Hyde, personajes
que de algún modo no tan vago caracterizan el temperamento de que tan a
menudo dará muestras el Gobernante. Sin fatigar la memoria, veámoslo en
sus prédicas de los últimos meses por hacer del continente una zona de
paz. ¿Y por qué no empieza por la casa? ¿No está la casa dentro del
continente? Mas ¿cómo hablar de paz en la casa sin reconocer que en la
misma existe una oposición de cuando menos un millón de habitantes según
los cuatrienales comicios en que ni el Gobernante cree? ¿Cuál arma
aconseja el Gobernante para vivir en paz en una región donde las
diferencias sean respetadas? El diálogo.
El diálogo ha sido sin embargo lo contrario del arma escogida en Panamá
por su delegación durante la Cumbre de las Américas. Cumplimentando las
instrucciones del Gobernante (en el estado socialista nadie se atrevería
a improvisar) esa delegación de la supuesta sociedad civil oficial se
negó a dialogar con la delegación de la naciente sociedad civil
representada por la disidencia. En contra del llamado a la paz hecho en
público por el Gobernante en su papel del gentil doctor Jekyll, por poco
dicha delegación mata en un parque donde hay una estatua de Martí a los
disidentes que acudieron a aquel lugar a honrar al héroe de todos los
cubanos, olvidando que esa estatua está en suelo extraño y que el credo
de Martí es, en prosa, "Con todos y para el bien de todos", y en poesía
los versos donde cultiva una rosa blanca en julio como en enero para el
amigo sincero que le da su mano franca y para el cruel que le arranca el
corazón con que vive ni cardo ni ortiga cultiva: cultiva una rosa
blanca. O sea, especifica José Martí una rosa exenta de color; pero esta
sutil pero muy importante distinción, lo mismo que la del "todos"
repetido en el mencionado credo en prosa, sigue sin ser apreciada por el
Gobernante. Rosa blanca ni rosa blanca, parece decir cuando en su papel
de míster Hyde se enfrenta a la gente de la casa.
Cierto que el fin profetizado por Alejo en su historia disimulada de la
revolución veintiseísta primero y luego socialista no se ha cumplido de
manera oficial, pero todo el mundo sabe (hasta los que no quisieran
saberlo) que la revolución se terminó, que sucumbió por completo cuando
echaron abajo el muro de Berlín a pesar de los remiendos que se le han
puesto por el antepuesto prurito del Gobernante de ni en sueños
declararse vencido. Por si de tan notorio fin quedara una sola duda,
Leonardo Padura acaba de escribirle lo que más que un epílogo parece un
epitafio. Lo tituló Regreso a Ítaca, y es un muy sólido argumento que le
sirve de cielo y suelo a una muy sólida película de muy sólidas
actuaciones, edición y dirección incluidas. Vayan a ver los fantasmas
extraviados en ese laberinto entre el presente y la memoria urdido por
Padura al aire libre, dándole así fin a lo comenzado por Alejo en 1956
con préstamos del escocés Stevenson.
Source: Los sorprendentes visionarios de la revolución | Cubanet -
http://www.cubanet.org/opiniones/los-sorprendentes-visionarios-de-la-revolucion/
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