Sunday, February 8, 2015

El autoritarismo cubano no puede sobrevivir a una apertura

El autoritarismo cubano no puede sobrevivir a una apertura
febrero 6, 2015
¿Por qué Cuesta Morúa tiene razón?
Haroldo Dilla Alfonso*

HAVANA TIMES – Hace unos días un grupo de cinco activistas opositores
cubanos concurrieron al subcomité de relaciones exteriores del Senado de
los Estados Unidos para expresar sus puntos de vista sobre la
normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

Tres de ellos criticaron el restablecimiento de relaciones por
considerar que ello hace la vida fácil al gobierno cubano, y que los
Estados Unidos debieron arrancar concesiones políticas al gobierno y
dialogar con la oposición antes de dar ese paso. Dos, en cambio, le
consideraron un paso positivo que genera un mejor ambiente para la única
manera desde donde es efectivo exigirle cambios al gobierno: desde la
propia movilización de la opinión pública cubana.

La divergencia no es sorprendente. Incluso, podía anticiparse desde que
el tema de la relación binacional comenzó a ser movida por el gobierno
de Obama y activistas e intelectuales comenzaron a posicionarse. Me
temo, sin embargo, que la mayoría de los activistas opositores dentro y
fuera de la isla han coincidido en el rechazo. Y creo que es así por la
persistencia de dos equívocos.

El primero, es la idea de que la oposición constituye un dato decisivo
de la realidad cubana, lo que ha sido alimentado por la manera como
algunas de sus figuras han sido proyectadas a dimensiones políticas muy
superiores a sus realidades. Al autopercibirse de manera exagerada, los
opositores han llegado a la conclusión de que el gobierno norteamericano
debió consultarles y hacerles partes del proceso. Y que la omisión de
ello constituye un punto flaco del proceso que algunos han llegado a
denominar simplemente como una traición. Todo un espejismo político que
no merece más consideración que la que le damos a los acompañantes
críticos consentidos del sistema (la revista Temas, Cuba Posible,
Progreso Semanal, algunos grupitos de activistas cubano-americanos, etc)
cuando se consideran a si mismos como una oposición leal. Nadie niega el
valor moral que unos u otros eventualmente puedan tener al enfrentar sea
con sus discursos o con sus acciones a un poder autoritario. Pero eso no
los convierte en interlocutores necesarios, pues no consultarles no
implica tener que pagar un precio insoportable, y consultarles no
reporta beneficios sustanciales. Y de eso, de precios y costos, trata la
política real.

El segundo equívoco es la idea –que curiosamente los opositores
comparten con los tecnócratas cubanos, académicos y funcionarios- de que
es posible montar en Cuba un modelo capitalista chino en que
autoritarismo y mercado anden un largo camino sin grandes conflictos.
Fue la idea, por ejemplo con la que retozó Mario Vargas Llosa en un
artículo en El País donde volvió a demostrar tanto su pluma sin émulos
como su dogmatismo liberal. Y fue también a lo que se refirió
críticamente Manuel Cuesta Morúa en Washington cuando afirmó que "… el
autoritarismo cubano no puede sobrevivir a una apertura, como sí lo
puede hacer y lo ha podido demostrar el autoritarismo chino".


El Capitolio de La Habana. Foto: Juan Suárez
Y es que Cuesta Morúa no solo es un activista incansable y una figura
intelectual muy respetable, sino también un historiador que sabe que el
capitalismo no es una abstracción supra/temporal, sino una serie de
construcciones sociohistóricas. Y con seguridad sabe, y de ahí su aguda
advertencia, que hay tipos diferentes de capitalismo –renano,
manchesteriano, escandinavo- que responden a arreglos sociales y
culturales específicos.

El llamado Modelo Chino no es simplemente una propuesta económica, sino
político/cultural. No habla principalmente de cómo organizar los
factores productivos –lo que siempre resaltan nuestros tecnócratas- sino
de cómo articular relaciones de producción basadas en la
superexplotación de la fuerza de trabajo con niveles fundamentales de
obediencia. Y esa apreciación cultural de la autoridad no existe en
Cuba, un país occidental latinoamericano cuyas negaciones iliberales no
provienen del orden confuciano, sino de las barricadas populistas.

Es cierto que la normalización de relaciones con Estados Unidos –y en
particular la erosión del bloqueo/embargo- creará condiciones más
favorables para un mejoramiento de la calamitosa situación económica
cubana. Pero no resolverá per se ninguno de sus muchos y acuciantes
problemas, en la misma medida en que estos problemas no se originan en
el bloqueo/embargo. La superación de la actual situación económica pasa
inevitablemente por una reestructuración social que implicará la
eliminación de muchos de los resortes de contención populistas y
paternalistas, transparentando la verdadera naturaleza de explotación
que subyace en el sistema.

En el campo político —donde los dirigentes cubanos niegan todo tipo de
cambios— la normalización de relaciones creará un contexto diferente a
aquel que podía explicar la anatematización de las diferencias. El
gobierno tendrá que moderar el uso de su último recurso retórico —el
nacionalismo intransigente frente a una imaginada agresión imperialista—
y según se relajen los impedimentos del bloqueo, también tendrá que
buscar en otro lugar las excusas antimperialistas del descalabro
económico. La sociedad cubana tendrá inevitablemente más acceso a
información y contactos. Y el espectro crítico y oposicionista del
sistema, pudiera ganar más oportunidades para opinar y actuar sin que
pueda ser presentado como agente de un enemigo que se desvanece.

Cuando se percibe la pobreza generalizada en Cuba como la antesala para
el cambio deseado, se comete un gran error. Los cambios políticos más
significativos no han estado vinculados al hambre. Crane Brinton, en un
estudio para anaqueles de buen gusto, lo dijo: las revoluciones no son
hijas de la desesperación sino que nacen de la esperanza.

Y cuando la esperanza choca con los errores de los gobiernos, entonces
la gente empieza a creer que algo falta y que algo sobra. Tocqueville lo
explicó a su manera: "El momento más peligroso para un mal gobierno es,
por lo general, aquel en que comienza a reformarse… el mal, que
pacientemente se toleraba como inevitable, parece imposible de soportar
desde el momento en que se enfrenta la idea de sustraerse a él".

Source: El autoritarismo cubano no puede sobrevivir a una apertura -
Havana Times en español - http://www.havanatimes.org/sp/?p=103246

No comments:

Post a Comment