La Habana que no pudo ser
LA HABANA.- IVÁN GARCÍA
COMPARACIONES | 25 de Diciembre de 2014
IVÁN GARCÍA / Especial Cuando el avión comienza a descender sobre
Miami, en un vuelo desde San Diego, lo más llamativo para un cubano
residente en la Isla es la increíble cantidad de luces que a esa hora,
cinco y media de la madrugada, se observan desde la aeronave.
LA HABANA.- IVÁN GARCÍA / Especial
Cuando el avión comienza a descender sobre Miami, en un vuelo desde San
Diego, lo más llamativo para un cubano residente en la Isla es la
increíble cantidad de luces que a esa hora, cinco y media de la
madrugada, se observan desde la aeronave.
De las grandes ciudades de Estados Unidos, territorialmente hablando, es
de las más pequeñas. Está entre las ciudades más densamente poblada del
territorio norteamericano, al nivel de Nueva York, San Francisco y Chicago.
No es poca cosa. Desde que una mañana de abril de 1513, Juan Ponce de
León desembarcara en una playa floridana y reclamara toda esa extensión
de tierra y cayeríos adyacentes para el Reino de España, sólo han pasado
501 años.
Para una ciudad no es mucho. Roma tiene varios milenios. Y ya Babilonia,
Egipto y Jerusalén eran espacios arquitectónicos pretenciosos cuando no
ya Miami, ni siquiera las 13 colonias, aparecían en el mapa.
Es la grandeza de Estados Unidos. Además de su soberbia Constitución,
democracia y pujanza económica y militar, el gran mérito de esa sociedad
es la capacidad de reinventarse y asimilar culturas diferentes.
No hay otra nación en el planeta donde un emigrado de primera generación
pueda aspirar a un escaño en el Senado o postularse a presidente.
Mientras en otros países los extranjeros son eso, extranjeros, durante
varias generaciones o quizás para toda la vida, en Estados Unidos si se
trabaja duro, se es audaz, talentoso y creativo, se tiene 99 papeletas
para prosperar.
Esa etiqueta de vanguardia y singularidad no se le puede discutir a
Estados Unidos. Pregúntenle a cualquier cubano, colombiano, brasileño o
ruso residente en Miami.
Las cosas te pueden ir mal, pero siempre tienes la posibilidad de
progresar de acuerdo con tu laboriosidad y talento. A ese pueblo costero
y cálido llegaron huyendo los cubanos después que Fidel Castro tomó el
poder a punta de metralleta en enero de 1959.
Allí aterrizó en la década de los años sesenta lo más granado de Cuba:
arquitectos notables, médicos de primer nivel, empresarios, gente que
sabía cómo generar riquezas.
Y transformaron un lodazal apacible donde los jubilados iban a terminar
sus días, en la soberbia ciudad que es hoy Miami. Por supuesto,
emigrados de todo el mundo también pusieron su grano de arena.
Pero los números y las estadísticas no mienten: varios congresistas
federales y de la Florida son de origen cubano. Innumerables alcaldes y
funcionarios públicos también son descendientes de cubanos.
El ascenso de los cubanos en Miami es una muestra palpable de las
fuerzas centrífugas que desencadenan las libertades políticas y
económicas. A 250 kilómetros de Miami está La Habana. Hace 56 años, La
Habana era una gran metrópolis. Siempre fue y, a pesar de sus ruinas,
sigue siendo una urbe coqueta.
La Habana tiene un trazado urbanístico mejor que el de Miami. Es una
ciudad peatonal con kilómetros de portales imposibles de encontrar en la
Ciudad del Sol.
El centro de Miami, repleto de rascacielos, está inspirado en el Vedado
habanero de los años 50, cuando se comenzó a erigir una nube de
edificios altos con tecnología avanzada.
Entonces, La Habana tenía tres túneles, varios casinos y bares donde
cada noche grandes estrellas cantaban boleros o tocaban el piano.
El triunfo de la revolución de Fidel Castro trajo una involución en el
orden urbanístico. Si en vez de llegar al poder en 1959, Castro hubiese
gobernado en 2014, La Habana hubiese sido una capital fastuosa con
cientos de rascacielos a lo largo de todo el litoral, mezclada con su
arquitectura particular.
Al estilo de San Juan. Pero no lo fue. Al cortar de cuajo la generación
de riquezas y centralizar la economía, Castro abrió las compuertas para
que las personas más talentosas abandonaran el país. Toda esa fuerza
creativa y laboral plantó bandera en Miami.
Cuando usted recorre la ciudad, la playa de Miami Beach, el estadio de
béisbol de los Marlins, el American Airline Arena del Heat, el centro
financiero de Brickell o las nuevas obras del puerto, no puede dejar de
admirar la vitalidad de sus habitantes.
Calles limpias, iluminadas, mucho verde e infraestructuras de calidad.
Siempre hay manchas. El transporte urbano es desquiciante, hay mendigos
y Little Haití mete miedo.
Las urbanizaciones parecen diseños de un juego de los Sims: lindas,
pulcras y recién pintadas. Aunque no tan sólidas como esas residencias
de Miramar, Jaimanitas y Fontanar, en La Habana, edificadas por los
parientes de esos cubanos que hoy viven en Coral Gables, Hialeah o Doral.
Miami es clave para la supervivencia de la autocracia verde olivo. Los
miles de millones de dólares y las mercaderías son una transfusión de
sangre para el régimen y los parientes pobres en Cuba.
A los cubanos del otro lado del Estrecho, al poco tiempo de marcharse,
lucen diferentes. Siguen hablando con ese lenguaje cortado y disparatado
que maltrata al castellano. Siguen charlando demasiado alto y algunos
han trasladado a los medios floridanos el mal gusto y la cursilería
heredados de un sistema que generalizó la mediocridad. Pero son
ciudadanos libres que lo mismo despotrican contra Castro que critican a
Obama, que a la carrera aprenden cómo manejarse económica y
jurídicamente en el capitalismo. Porque Estados Unidos no es un país, es
un negocio. Y al recién llegado se le enseña la forma de administrar las
deudas y lidiar con los impuestos.
Miami es lo que La Habana no pudo ser. Con exceso de luces, abundancia
de comida y sin Fidel Castro.
Source: La Habana que no pudo ser :: Diario las Americas :: Cuba -
http://www.diariolasamericas.com/4847_cuba/2856159_habana-no-pudo-ser.html
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