Teoría del 13 de agosto
ORLANDO LUIS PARDO LAZO | Washington | 13 Ago 2014 - 10:14 am.
'Yo fidelo, tú fidelas, él/ella fidela. Fidel esto, Fidel lo otro.
Fidelan, fideláis, fidelamos.'
De Fidel Castro nunca te libras. Al contrario, Fidel Castro por los
siglos de los siglos hasta el fin de los cubanos, te enlibra.
En efecto, si eres su hermana, te inspira escribir Mi hermano Fidel. Si
te tocó ser su hija, Mi padre Fidel. Si fuiste su amante, Mi querido
Fidel. Si recibiste una carta o algún autógrafo, Mi correspondencia con
Fidel. Y así. Mi alumno Fidel. Fidel, mi empleador. Fidel y tal o más
cual religión. Mi carcelero Fidel. Cómo llegó Fidel. Los 666 atentados a
Fidel. Y un etcétera editorial que crece exponencialmente y acosa a los
cubanos, ya no como ideología o fanatismo, sino como cultura nacional,
como hobby histórico. Porque un pueblo sin futuro se consuela con contar
al menos con su propio Fidel. Es su única oportunidad no expropiada. Le
pertenece y lo defenderá al precio que sea necesario.
De suerte que los cubanos, a costa de sacrificar nuestras biografías,
hemos vivido todas las vidas posibles de Fidel. Es decir, lo hemos
inmortalizado, incluso cuando escribamos para maldecir nuestra relación
con él. O para patéticamente acusarlo de fracasado, cuando es sabido que
el totalitarismo, sea por un mes o por un milenio, siempre es triunfo:
no hay barbarie reversible. En más de un sentido, y contrario a nuestras
casas que eran de Fidel, los cubanos ahora somos Fidel.
Es como si hubiéramos olvidado nuestra lengua materna y nos
comunicáramos exclusivamente en su jerga personalísima, incluido su
lenguaje corporal, a ratos gracioso y a ratos gutural. En esta tirada de
unos 13 millones de ejemplares, en portada va a parar siempre una cita
del comandante o un retrato sin restaurar, donde Fidel y el autor y tú
coinciden por voluntad, azar o equivocación. Cada quien conserva su
mierdita inédita como referencia rentable de nosotros respecto a él. No
somos nada: biografía colectiva, anónima, anecdotario para ubicarnos en
tiempo y espacio incluso ante Dios, nación novelada donde únicamente su
regajero planetario de cadáveres no alcanzó a escribir El libro de los
muertos de Fidel.
En mis viajes por la cuna de la contrarrevolución cubana en Estados
Unidos, incluidas las mil y 959 ONG's non-profits de la CIA —según la
pertinaz propaganda de La Habana—, no he encontrado una sola oficina que
no esté presidida por un par de posters y una apoteosis impresa de
Fidel. Los archivos de la Revolución son atesorados de gratis por el
enemigo. En efecto, en las bibliotecas de las fundaciones y comités y
restos de partidos políticos de medio exilio, en cada lomo de libro
asoman las cinco letras de Su nombre sin apellidos.
Vocubalario árido. Yo fidelo, tú fidelas, él/ella fidela. Culto a
Castro. Tantras que convierten en congénito a nuestro anticastrismo,
según alimentamos su monigote moribundo porque ya no podemos ni sabemos
dejar de mencionarlo. Fidel esto, Fidel lo otro. Fidelan, fideláis,
fidelamos.
Ese castrismo cordial, esa complicidad criminal con carátula en
cuatricromía, esconde una ignorancia atroz. Lo que se sabe, no se
pronuncia. Por eso hablamos solo de nuestra carencia crónica, del Fidel
que nos falta, del que vendrá, en un fidelismo afásico que nos define,
antes y después de Él. Los cubanos, con ese entusiasmo por lo energúmeno
que troca lo anormal en anodino y lo monstruoso en milagro, con nuestro
morbo mediocre y nuestro miedo como fuente infalible de fidelidad, ni
siquiera conocimos al Castro que nos anclaba. Por eso quedamos
condenados pero complacidos con el eterno retorno de un Ur-Fidel.
En su "Anotación al 23 de agosto de 1944", Jorge Luis Borges intuye la
irrealidad de todo fascismo: "es inhabitable; los hombres solo pueden
morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la
soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe". Ni siquiera el
propio Fidel a quien, setenta veranos después, por más que impuso la
debacle con tal de ser destruido —como creía Borges que quería ser
destruido Hitler—, el pueblo cubano lo frustra más y más en su gloria
tanática, humillándolo hasta la indecencia de 88 cumpleaños. Ni mártir
ni momia museable, ese Fidel en pañales sería hoy la venganza
involuntaria de nuestra nunca magnicida ironía.
Source: Teoría del 13 de agosto | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1407836738_9920.html
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