Sin exilio no hay país o el nuevo colonialismo
Lo único que puede aspirar el gobierno de la Isla es a seguir
produciendo profesionales, para brindar servicios en el exterior, y
sobre todo inmigrantes, exiliados y viajeros
Alejandro Armengol, Miami | 20/08/2014 2:37 pm
Una de las razones fundamentales para el fracaso de los planes
destinados a buscar un cambio de régimen en Cuba, o al menos iniciar un
tránsito hacia la democracia, es la falta de motivación de la población
en la Isla para quitarse de arriba a los Castro. Hay que aclarar de
inmediato que no es la única y que existen diversos factores que en un
momento u otro adquieren mayor o menor relieve, pero la desidia y la
espera forman parte de la realidad cubana actual, sobre la cual no se
debe guardar silencio pese a cualquier reproche latente de uno estar
"contemplando los toros detrás de la barrera".
Cierto. El mecanismo represivo es muy fuerte y ha logrado crear un
terror que se adelanta a cualquier intento de cambio político. Sin
embargo, la frustración que ese mecanismo establece casi siempre no se
canaliza en rencor sino en espera. La situación imperante en la Isla no
muestra un futuro pero sí un escape. Y ese escape es Miami, la salida,
el viaje al extranjero o incluso una simple remesa familiar.
El exilio cubano, por otra parte, vive entre la realidad y el espejismo.
El espejismo es lo que se lee, ve y escucha por los medios. Estos siguen
controlados por quienes llegaron primero y se limitan no a ofrecer una
visión tergiversada de lo que desconocen sino a cumplir una función de
ensueño.
Lo primero que se desconoce o se pasa por alto es al cubano actual. La
mayor parte de quienes viven en la Isla y han llegado en los últimos
años a esta ciudad nacieron no solo tras el 1 de enero de 1959, sino en
muchos casos en una sociedad establecida y fuertemente cimentada por un
régimen que no brinda alternativas.
Si quienes eran niños al triunfo de la revolución —o crecieron durante
el proceso de cambio institucionales que han degenerado en la Cuba
actual— padecieron un deterioro progresivo de sus libertades
individuales, una creciente carencia para la satisfacción de sus
necesidades personales y un aislamiento paulatino, los que nacieron
posteriormente —y en particular los "hijos del Período Especial"—
llegaron a un mundo donde lo natural era la falta, no el despojo. No
fueron perdiéndolo todo: nacieron sin nada.
De ahí que se pueda establecer pautas nacionales y momentos definitorios
que marcan generaciones y grupos, tanto en la Isla como en el exilio.
Por ejemplo, esa urgencia de libertad y anticastrismo furibundo se agota
en buena medida tras el éxodo del Mariel. Basta recorrer las discusiones
que aún hoy persisten sobre las posiciones políticas de escritores y
artistas de aquí y de allá, y encontrar muchas de los argumentos más
enconados en quienes aprovecharon la oportunidad de salida que brindó el
Mariel —o fueron expulsados del país— para desarrollar una obra en el
exterior.
En el caso de quienes decidieron permanecer en Cuba o no pudieron irse,
la Primavera Negra de 2003 es el canto del cisne de una disidencia que
debe ser catalogada como tal —me refiero al significado primordial de la
palabra, no estoy negando la existencia de una oposición posterior— y en
que buena parte de sus miembros rondaban entre los 40 y 50 años de edad.
Es hasta ellos —hombres y mujeres que casi constituyen un genotipo— que
llega la caracterización y el imaginario de un exilio tradicional, que
indudablemente ha ampliado sus fronteras respecto al limitado alcance de
su composición primaria.
Lo demás son casos aislados, asideros a los que se agarra ese
establishment del exilio en su afán por perpetuarse. Solo que los tiros
van por otra parte y el cubano "recién" llegado no tiene nada que ver
con ese "hombre viejo". El exiliado tradicional continúa su camino en
extinción y el americanocubano —el nacido en Estados Unidos, porque a
estas alturas cubanoamericanos son muchos— tiene poco o nada que ver con
alguno de los dos anteriores.
Queda entonces poco para la definición de una nación, de un "nuevo
país", del resurgimiento de la "Cuba de ayer" o del parto de una futura,
cuando se carece de una voluntad fundacional.
Y es que si algo logró transmitir a la psique del cubano el régimen
establecido por Fidel Castro no fue un espíritu nacionalista —como se
repite tontamente hasta por periodistas internacionales que cubren su
destino escribiendo desde Cuba o sobre Cuba— sino todo lo contrario: una
mentalidad colonialista.
Solo que con una peculiaridad: colonia no para ser explotada sino para
explotar a la metrópolis de turno.
En esto, Castro creó un modelo digno de un buen estudio histórico.
La dependencia del otro para la subsistencia está tan fuertemente
arraigada entre los cubanos que anula o debilita cualquier motivación
independentista. La desaparecida Unión Soviética en su momento,
Venezuela mientras dure y Miami ahora y mañana.
Lo demás se acomoda de acuerdo a las circunstancias, y para aquellos que
nacieron durante el Período Especial, o pocos años antes, es indudable
que en la actualidad ellos disfrutan de mayores posibilidades
—económicas y hasta de expresión— que al momento de su nacimiento. ¿Cuál
es el motivo entonces para rebelarse?
Mencionado el espejismo —la Cuba que no es, la rebelión que no existe,
el acomodo diario— falta hablar de la realidad que cada vez se impone
más entre los cubanos en Miami, para citar el ejemplo que mejor conozco
pero que igual hallo en Madrid, y que se define por un acto: el viaje a
la Isla cada año o seis meses, y si lleva más tiempo su realización es
por la distancia o el dinero: la geografía y el banco son las que
definen y limitan las ansias del cubano, no los valores patrios.
Aquí también hay una inversión fabulosa. Ya no es el viaje a las Indias
ni ese ansiado a la Madre Patria, que muchos inmigrantes españoles en
Cuba soñaban realizar al menos una vez en su vida y pocos conseguían.
Ahora las cosas son más fáciles. Trabajar y dos veces al año pasar una
semana allá. Una patria para vacacionar, ver a familiares y amigos.
Razones válidas, pero también el alarde y el recuerdo a solo 90 millas
de distancia y un pasaje excesivo.
La noticia del año en Cuba, durante 2013, fue que aumentó la dependencia
económica de la Isla con el exilio.
Se puede argumentar que esto no es nuevo, pero llama la atención que
mientras La Habana necesita cada vez más a Miami en lo económico, en lo
político y social crece un sentimiento generalizado de disolución de
fronteras, donde la ideología no ha sido relegada al cuarto trasero sino
botada por la ventana, en ambos extremos del Estrecho de la Florida.
El exilio en general, y esta ciudad en particular, se han convertido en
fuente de abastecimiento, donde al cliente se le hace creer que tiene la
razón por el simple expediente de no preguntarle lo que quiere. Aquí uno
se limita a pagar las cuentas.
Cada día que pasa salen más cubanos de la Isla. Los cambios económicos
no han detenido ese éxodo, que se ha incrementado tras la reforma
migratoria.
Sin embargo, a diferencia de otras épocas, esta salida masiva no se
traduce en ruptura sino en un desplazamiento temporal.
Con un turismo estancado, sin que las industrias manufacturera y de la
construcción sean capaces de cumplir sus planes de recolección de
divisas, y con menos petróleo venezolano que durante la época de Chávez,
para revender en el mercado mundial —como se hizo con anterioridad con
el crudo proveniente de la Unión Soviética—Cuba a lo único que puede
aspirar es a seguir produciendo profesionales para brindar servicios en
el exterior y sobre todo inmigrantes, exiliados y viajeros. Son estos
los pilares de la nueva industria nacional.
Nada de azúcar, níquel y petróleo. Sin exilio no hay país.
Lo malo es que esta situación también abre una interrogante. ¿País?
Source: Sin exilio no hay país o el nuevo colonialismo - Artículos -
Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/sin-exilio-no-hay-pais-o-el-nuevo-colonialismo-319892
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