¿Qué se toman los cubanos en serio?
VERÓNICA VEGA | La Habana | 17 Ago 2014 - 9:58 am.
La frustración y la pérdida de valores se canalizan en una insolidaridad
atroz.
La pregunta que da título a este artículo me surgió en una guagua
repleta (P 11, con destino a Alamar), que desde la calle Prado intentaba
acceder al túnel de la bahía, bloqueado por un repentino
embotellamiento. La gente rezongaba; el forzado estatismo del vehículo
volvía el aire irrespirable.
En la fila de carros (autos, camiones, metrobuses), y a pesar de lo
resbaloso del pavimento por la reciente lluvia, algunos conductores se
disputaban el paso.
Nuestro chofer maniobraba con acierto aquel reptil (era un ómnibus
articulado), pero varios pasajeros insistían en que se dejaba "meter el
pie", le daban insolentes instrucciones y hasta una voz femenina le
gritó: "¡Levántate pa' que otro coja el timón porque tú no sabes manejar…!".
Pensé en el estrés que estaría experimentando aquel hombre, en cuyas
manos estaba la seguridad de todos nosotros. Sin poder contenerme, grité
a mi vez que eran unos irresponsables añadiéndole más tensión al chofer,
que cuando se produjera un accidente ellos serían los primeros en
lamentarse. Una parte de los pasajeros me apoyó, el público se dividió
en dos bandos; las voces de burla fueron debilitándose.
Por fin logramos entrar al túnel, tenía una senda restringida, y pronto
vimos la causa: un accidente. A juzgar por los daños de ambos autos,
debió haber heridos o muertos.
Una señora frente a mí, denotaba nerviosismo. Me dijo que la gente era
muy inconsciente, que si el chofer reaccionaba con violencia a las
provocaciones, todos pagaríamos las consecuencias.
"Por eso es que ya no quiero ni salir", concluyó.
Esta vez la balanza de algún modo se había inclinado hacia la lógica,
pero por lo que he visto en lugares concurridos (y especialmente en las
guaguas), bajo la perenne abulia hay una reverberación latente:
cualquiera puede ser, involuntariamente, el blanco de un violento
choteo. Basta con que llame la atención lo suficiente.
Recuerdo que una vez le tocó a un pasajero vestido de verde olivo, al
que un grupo de jóvenes que venía de la playa, cuando este los requirió
por golpear sin razón la puerta trasera, le gritaron terribles
vejaciones. Y para rematar le preguntaban con sorna: "¿A ver, dónde está
tú pistola? ¡Tú ere' un infeliz, un comemierda, tú no me va a hacer
na'!". El hombre palidecía por la humillación pero defenderse por la
fuerza era inútil: un solo gesto y todo el grupo le caería encima.
La frustración y la pérdida de valores se canalizan no solo en oposición
al orden, sino en una atroz insolidaridad.
La peor demostración de esta tendencia la experimenté un día a la
entrada de la calle Obispo, donde una multitud se había aglomerado
frente a un edificio. Esa vez el objeto de curiosidad era una señora
sentada en el inclinado alero en el último piso, amenazando con
suicidarse. Del otro lado del tejado, un bombero intentaba llegar adonde
ella estaba.
Abajo, y alrededor de mí, la gente se reía, algunos grababan con sus
celulares, otros le gritaban: "¡Mija, acaba de tirarte, no nos hagas
perder el tiempo!".
Una muchacha al lado mío le dijo a su pareja riendo: "¡Esto es mejor que
la película del sábado!".
Yo no podía creer lo que oía. Me fui, antes de ver el desenlace, (¿el
éxito del bombero o el horrible estrépito que tal vez acallaría los
chistes?), con una sensación de repugnancia y de tristeza.
Ese día tenía una cita con Gabriel Calaforra, políglota, intelectual y
excelente persona. Recuerdo que le conté el incidente y él me dijo que
su esposa, polaca, solía decir que los cubanos, quienes no han tenido
una experiencia como la Segunda Guerra Mundial, no tienen sentido de lo
trágico.
Pensé mucho en ese detalle, pero esa explicación todavía hoy me parece
insuficiente. Si existe la memoria genética, a nosotros nos bastarían
las masacres que sufrieron los indígenas o el largo calvario de los
africanos que todavía se evoca tanto. Y sobre todo existe, por
intuición, un sentido del horror. Y de la compasión. Hay videos que
muestran cómo hasta las fieras pueden ser solidarias con especies más
débiles.
Mucho se ha adjudicado la decadencia moral que padecemos en Cuba a la
fragmentación y la extorsión política con la "meritocracia"; o con los
performances admonitorios que han sido (que son) los mítines de repudio.
Al detrimento de la educación y la cultura. A la incoherencia entre
realidad y discurso, a la imposibilidad económica, a la falta de
libertad de gestión, de expresión, y hasta de pensamiento. Pero nada de
eso basta para desarraigar las profundas raíces de la bondad humana.
Ignorar esa voz en lo profundo de la conciencia, silenciarla, atrofiarla
incluso, siempre será una elección individual.
Esa postal que se vende del cubano —alegre, jaranero, capaz de
reaccionar a la adversidad con chistes— cada vez tiene menos de máscara
que se pone ante los turistas. Cada vez más es su propia, carnal y
tangible inhumanidad.
Source: ¿Qué se toman los cubanos en serio? | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1408224618_9995.html
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