Leer o no leer en Cuba… ¿pero qué?
Posted on 20 agosto, 2014
Por Leonardo Padura*
Parece un hecho comprobado que los índices de lectura en Cuba van en
descenso. Y a primera vista no parece algo extraño: a nivel mundial la
tendencia a que disminuya la cantidad de lectores es sostenida y
preocupante y muchos achacan el fenómeno –entre otros factores de índole
social e incluso económica- a la preferencia de los más jóvenes por
opciones relacionadas con las nuevas tecnologías.
Esta situación ha provocado ya la crisis de las pequeñas y medianas
editoriales, la concentración de sellos bajo la égida de grandes grupos
de edición, la disminución de libros publicados (y vendidos) en el
tradicional soporte de papel y el inicio del mercado digital que ha
llegado acompañado con el cáncer de la piratería.
Y aunque en Cuba cada vez más se observa la existencia de procesos que
tienen un carácter global, propios del tiempo histórico en que vivimos,
la disminución del número efectivo de lectores tiene además otras causas
endógenas que en buena medida están vinculadas con los problemas que en
el último cuarto de siglo ha confrontado la industria cultural doméstica.
Un país que no importa libros
Desde los albores de la década de 1990, con la irrupción de la crisis
económica, el proyecto editorial cubano sufrió una drástica contracción,
tanto en cantidad de títulos como de ejemplares publicados. Desde
entonces, la gran masa de lectores existente en el país (de cuya cuantía
nos atrevíamos a quejarnos en aquellos tiempos) comenzó a disminuir ante
la dificultad para satisfacer sus demandas y, mucho más, sus gustos. Y
aunque desde finales de aquella década empezó a observarse una relativa
recuperación en la industria editorial, nunca la demanda potencial ha
vuelto a sentirse satisfecha y solo con mucho trabajo a verse
recompensada con el acceso a las obras más cotizadas entre las puestas
en circulación por las editoriales cubanas debido a la casi siempre
insuficiente cantidad de ejemplares estampados. Si a esto se suma el
hecho de que en el país no se importan libros, es lógico que al cabo de
25 años, viviendo en un mundo que es cada vez menos lector y con esas
carencias propias, los resultados lamentables estén a la vista: en Cuba
existen hoy menos lectores y podrán seguir decreciendo en el futuro.
Una de las alternativas que el mercado internacional ha explotado
siempre para tener compradores ha sido el de la creación, artificial o
justificada, de ciertas modas. Y el mercado de la publicación y venta de
libros no ha sido ajeno a esa práctica. En las últimas décadas, por
ejemplo, la llamada literatura de autoayuda o la de cierto carácter
esotérico (dos variedades que a veces se mezclan) ha vivido sus mejores
tiempos comerciales en virtud de las necesidades de unos individuos y
unas sociedades siempre abocados a la crisis –o inmersos en ella. Pero
también en años recientes, y en este caso como resultado de una feliz
conjunción de una cierta calidad estética con un gusto establecido y
resistente, se ha potenciado la moda de la novela negra o policial y,
dentro de ella, la de los autores nórdicos, quienes han ayudado a
sostener e incluso a rescatar la cercanía de muchos lectores con la
literatura artística.
Muy pocas noticias
El gran boom que en la última década ha vivido esta literatura creada en
países como Suecia, Noruega, Dinamarca e incluso la remota Islandia es
un fenómeno de carácter mundial del cual los lectores cubanos han tenido
muy pocas noticias. En los años anteriores a la crisis de la década de
1990 se publicó en la isla la única -que yo recuerde- novela policial
nórdica que se ha distribuido en el país. Aquella novela, titulada Los
terroristas, editada por la popular colección El Dragón (1985), era una
de las obras creadas por los autores suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö,
justamente considerados los padres de la novela policial escandinava y
los forjadores del carácter esencial que esa literatura ha tenido hasta
hoy: el de una novelística de fuerte acento social, con una mirada
crítica sobre la pérdida de valores entre los ciudadanos de unas
sociedades donde, paradójicamente, se ha alcanzado un alto grado de
bienestar económico.
Pero, tras aquella solitaria edición, solo existe hoy el vacío, apenas
mitigado un contacto sesgado con esa escuela literaria: el que se ha
concretado a través del cine -en especial con la trilogía Milenium de
Steig Larsson y algunas películas de la saga del comisario Wallander
(Henning Mankell)- y de series televisivas -muchas de ellas no
trasmitidas en Cuba pero de alta calidad artística como la danesa El
asesinato o la sueco-danesa El puente, que han circulado por canales
alternativos.
La obra de autores como los antes citados Steig Larsson y Henning
Mankell, dos suecos que han visto convertidos sus libros en best sellers
mundiales solo han sido leídos de manera casual por los cubanos, que
también desconocen, por supuesto, las obras de los noruegos Anne Holt y
Jo Nesbo, de los otros integrantes del "team" sueco entre los que
figuran Asa Larsson, Camila Läckberg y Hakan Nesser, y del aclamado
novelista islandés Arnaldur Indridason, el creador del atormentado
comisario Erlendur Sveisson.
Sin una respuesta alentadora
Esta novelística policial, siempre permeada de un interés social,
resulta cualitativamente tan irregular como cabe esperar de cualquier
movimiento de estas características. Así, mientras autores como Mankell
y Indridason se destacan por su solvencia literaria (aun cuando nunca
llegan al riesgo de la experimentación y a la profundización
estilística), otros son cultores seguros de la novela de intrigas
criminales, como Nesbo o Asa Larsson, y otros más creadores de libros
que aprovechan todos los recursos de éxito garantizado para construir
sus historias, como lo hizo Steig Larsson, con una habilidad notable y
un éxito tan atronador que, en su propio país, donde viven seis millones
de personas, se asegura que llegó a vender tres millones de copias de su
trilogía.
¿Cuándo y cómo los lectores que todavía existen en Cuba (y que, por
fortuna, siguen siendo muchos) podrán tener acceso a esa y otras
literaturas contemporáneas con las cuales se puedan identificar,
instruir, recrear, actualizar, comparar? ¿Cuándo podrán conocer la
literatura de los nuevos clásicos norteamericanos como Philip Roth, Paul
Auster, Cromac McCarthy y Jonathan Franzen o los latinoamericanos
Fernando Vallejo, Jorge Franco, Jorge Volpi y Horacio Castellanos Moya,
entre tantos otros?
La posible respuesta no parece ser demasiado alentadora, por lo que se
impone la búsqueda de alternativas, pues lo cierto es que lo obtenido en
el territorio de la lectura puede seguir deteriorándose si a sus
consumidores no se les alimenta conveniente e inteligentemente. Es
verdad que existen ingentes problemas de origen económico gravitando
sobre la solución directa (compra de derechos y publicación en Cuba o
importación de ejemplares físicos o de obras virtuales) pero también es
verdad que una carencia sostenida puede conducir no ya a la merma que
vivimos, sino a la catástrofe a la que podemos llegar.
*Este artículo apareció en La esquina de Paduraen IPS y se publica en
CaféFuerte con el consentimiento de su autor.
Source: Leer o no leer en Cuba… ¿pero qué? | Café Fuerte -
http://cafefuerte.com/cuba/17063-leer-o-no-leer-en-cuba-pero-que/
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