Sunday, June 8, 2014

Otra vez el embargo

Hillary, Embargo, Washington

Otra vez el embargo
La valoración positiva del embargo encierra dos equívocos: uno es la
subordinación mecanicista de la política a la economía, el otro es hacer
depender la evolución política del país de una medida económica
Alejandro Armengol, Miami | 07/06/2014 12:16 pm

Algunas de las razones actuales para el levantamiento del embargo
norteamericano hacia el régimen cubano son malintencionadas en sus
pronunciamientos y lógicas en su práctica. Detrás de ellas se encuentran
afanes comerciales que no solo buscan vender unos cuantos productos.
Además se une el interés de destacar un principio: los embargos
comerciales tienen poca utilidad, salvo excepciones, en un país como
Estados Unidos, una nación que propugna la economía global y el
liberalismo económico.
Otros motivos de rechazo pueden ser debatidos con argumentos similares,
pero de signo contrario. Entre ellos, la afirmación de que el embargo es
inmoral; que hay que suprimirlo para quitarle una excusa al régimen
castrista y la acusación de que éste es el causante de buena parte de la
miseria en Cuba.
Desde el punto de vista político o militar, los embargos ―incluso los
bloqueos en el caso de guerras― no son morales e inmorales, porque la
ética nunca ha formado parte de la estrategia. También al gobierno de La
Habana le sobran las excusas y la pobreza que impera en la Isla es una
de las mejores tácticas con que cuentan los hermanos Castro, al utilizar
la escasez como un instrumento de represión.
Pero a estas alturas el embargo no es una medida que se valora de forma
positiva, en el país donde un mandatario la promulgó en 1962, luego de
tener a buen resguardo una provisión tal de tabacos que le sobreviviría.
Kennedy no vivió lo suficiente para conocer que no era violar la ley
sino el tabaco cubano lo que resultaba dañino. Fidel Castro lo supo a
tiempo y dejó de fumar. Por su parte, el embargo no se ha hecho humo en
más de 50 años.
Sin embargo, a los granjeros norteamericanos no les preocupa tanto el
quedar fuera del reparto de los puros al final de la cena. Lo que ellos
quieren es participar en la venta de los comestibles que se pondrán en
la mesa. Si no han avanzado mucho en sus propósitos se debe a dos
razones fundamentales.
Una es que declararse a favor del embargo hasta hace poco continuaba
formando parte de la agenda electoral —tanto del Partido Republicano
como del Demócrata—, porque constituía uno de los pocos incentivos que
se les pueden ofrecer a los votantes cubanoamericanos. Paulatinamente
esta táctica electoral ha ido debilitándose. Incluso un aspirante a la
denominación demócrata de Florida por el Partido Demócrata, el cambiante
Charlie Crist, se ha atrevido a declararse en contra del embargo. Ahora
es la excanciller Hillary Clinton la que afirma en un libro que está en
contra del embargo. De mantener esa posición —y concretar su aspiración
a la candidatura presidencial demócrata— se convertiría en la primera
figura de importancia que aspira a convertirse en presidente de Estados
Unidos y se declara en contra del embargo estadounidense hacia el
gobierno cubano. George McGovern lo hizo y fue el candidato a la
presidencia por el Partido Demócrata en 1972 y sufrió una derrota
abrumadora frente al incumbente Richard M. Nixon. No es que McGovern
perdiera a causa de su posición en contra del embargo, es que ningún
otro candidato de importancia ha querido asumir el riesgo de una postura
que podría restarle algunos votos y ganar ninguno, en un estado tan
cambiante, indefinido y decisivo en las presidenciales como es Florida.
Todavía está por verse si hay un cambio político en el electorado
cubanoamericano surfloridano, que tenga una fuerza tal como para
reflejarse en las urnas. Por otra parte, este supuesto cambio
demográfico no afecta el poderío económico y de cabildeo del aún fuerte
exilio cubano tradicional.
Aunque la reñida batalla de las primarias republicanas, durante las
últimas elecciones presidenciales, volvió a colocar al embargo en primer
plano, no pasó de ser un efecto local, y hasta anecdótico.
En las últimas elecciones presidenciales, el tema del embargo ni
siquiera salió a relucir, aunque el candidato demócrata y actual
presidente reelecto siempre se ha declarado favorable a su mantenimiento
mientras no se produzcan cambios político sustanciales en la Isla.
Durante esas elecciones, las definiciones partidistas sobre Cuba no
fueron marcadas a través de un avance sino de un retroceso: el imponer
de nuevo las restricciones a los viajes y el envío de remesas, que se
establecieron durante el gobierno de George W. Bush, como parte de la
agenda republicana, o el mantener el levantamiento de iguales limites,
decretado por el presidente Barack Obama, entre los temas demócratas.
Pero lo que constituye el embargo en sí, la Ley Helms-Burton, no fue
cuestionado por candidato alguno.
El segundo aspecto que favorece el mantenimiento del statu quo comercial
con la Isla es que se trata de un mercado menor. Si Cuba fuera China, ya
hace rato no habría embargo.
Así que durante estos últimos años los granjeros estadounidenses han
visto aumentar y disminuir sus ventas a la Isla según las circunstancias
políticas. Solo que ahora las circunstancias internacionales les son
menos propicias, y han comenzado a perder sus pocas esperanzas ante la
realidad de los grandes países emergentes: ya Brasil ha superado a EEUU
como socio comercial con Cuba. Más allá de los trajines políticos en
Washington y La Habana, el mercado global impone sus reglas.
Todas estas consideraciones han gravitado con mayor o menor fuerza a la
hora de opinar sobre el embargo. En todas, los juicios pueden inclinarse
en un sentido u otro de acuerdo a las preferencias políticas, la
ideología de quienes los esgrimen y la situación reinante en los países
implicados y en otros que se han sumado al panorama nacional e
internacional en que se definen los usos y alcances del embargo.
Sin embargo, este análisis no debe limitarse a fines y medios, sino
también a su capacidad como instrumento para llevar la democracia a la Isla.
La valoración positiva del embargo encierra por lo general dos
equívocos: uno es la subordinación mecanicista de la política a la
economía, que se traduce en aplicar un criterio estrecho al caso cubano.
Repetir aquello de "lo bueno que tiene esto es lo malo que se está
poniendo".
Esta actitud siempre ha chocado contra la realidad cubana. Durante los
largos años de gobierno de Fidel Castro, éste siempre actuó como un
gobernante, de forma dictatorial y despótica, pero nunca como un empresario.
Fue un político que se movió mejor en las situaciones de crisis que en
las épocas de "bonanza" (las comillas obedecen a que el régimen nunca ha
conocido ni le ha interesado establecer en Cuba un período de "vacas
gordas"). Si Raúl Castro ha emprendido una vía de ´´actualización´´ del
modelo, que se interpreta como la autorización de algunas reformas
tímidas, no se pueden equiparar libertades económicas y políticas, a
partir de que ambas son necesarias. El desarrollo de la disidencia en la
Isla ha obedecido a un desgaste político, no económico.
El segundo error es hacer depender la evolución política del país de una
medida económica dictada desde el exterior, por otro gobierno y en otra
nación. El embargo es una ley hecha en EEUU, no es una creación de los
opositores a Castro en la Isla.
Desde hace años el embargo ha perdido ―si alguna vez tuvo― su valor de
palanca para impulsar la democracia. Al ceder o estar reducido al máximo
el poder presidencial para cambiar la ley, quienes la defienden no dejan
de repetir unas exigencias que, de por sí, sitúan su final en un momento
utópico, cuando tras la desaparición de los hermanos Castro se
establezca en Cuba una democracia perfecta y un respeto a los derechos
humanos intachable, además de un comercio sin barreras y una industria
privada sin límites. Muy bonito, pero también poco práctico.
Cierto que en su intolerancia, el régimen de La Habana no responde a
incentivo alguno, verdad también que hay un largo historial en que el
gobierno castrista ha puesto obstáculos y trampas a cualquier avance en
las relaciones con Washington, pero la ausencia de un plan manifiesto y
conocido de incentivos parciales no hace más que ayudar a las fuerzas
reaccionarias en ambas orillas del estrecho de la Florida.
De lo que se habla aquí es de un problema que, en buena medida, tiene
que ver con la imagen. Para los ojos de buena parte del mundo, EEUU es
la nación de las restricciones y el embargo norteamericano hacia Cuba no
es popular en el resto del mundo, incluso entre los aliados de este
país. Basta solo consultar cualquier votación en Naciones Unidas.
Es verdad que un levantamiento total o parcial del embargo, sin exigir
nada a cambio, no traerá cambios políticos de inmediato. En igual
sentido, la falacia de que una mayor entrada de productos
norteamericanos conllevará una mayor libertad es otra utopía neoliberal,
que tiende a asociar la Coca-Cola con la justicia y a la democracia con
los McDonalds. Mentira es también que el pueblo de Cuba está sufriendo a
consecuencia del embargo y no por un régimen de probada ineptitud económica.
Nada de lo anterior contradice el hecho de que continuar respaldando al
embargo es batallar a favor de la derrota. Algo que nunca hacen los
buenos militares. Defender una trinchera que es un blanco perfecto para
el enemigo, desde la cual no se puede lanzar un ataque y que solo
protege un pozo sin agua custodiado por un puñado de soldados sedientos.
Se trata de una herramienta poco efectiva para lograr la libertad en
Cuba. Su ineficacia ha quedado demostrada por el tiempo; su significado
reducido a un problema de dólares y votos.
Otra cosa muy distinta es el otorgamiento de privilegios comerciales y
el reconocimiento de la participación del gobierno cubano en organismos
internacionales, porque tales medidas darían una legitimidad que éste no
se merece.
Hay que establecer el deslinde necesario entre las medidas económicas y
las políticas. Diferenciar la función del exilio y el papel de EEUU como
nación. En el mundo actual, los embargos han demostrado ser de poca
utilidad, y en parte han servido para el enriquecimiento de las clases
gobernantes, a las que supuestamente intentaban derrocar. Si seguimos
martillando sobre una herramienta tan poco efectiva, perdemos la
oportunidad de desarrollar otros frentes, cuya eficacia aún no ha sido
puesta a prueba. La astucia debe imponerse sobre la testarudez.

Source: Otra vez el embargo - Artículos - Cuba - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/otra-vez-el-embargo-318302

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