Dos pueblos, una tragedia
ANDRÉS REYNALDO | Miami | 23 Abr 2014 - 9:53 am.
¿Cómo pueden los demócratas combatir un asalto totalitario que avanza
desde las instituciones del Estado, amparado en un triunfo electoral?
Hace años que se lo decimos a los venezolanos: "Ustedes van por el
camino de Cuba". Pero ellos responden: "Venezuela no es Cuba". Cierto,
no es Cuba. Pero cada día se le parece más.
Los venezolanos se equivocaron al pensar que podrían sacar a Chávez y
por extensión al chavismo con métodos democráticos. Las exuberantes
debilidades de los personajes les impidieron notar la eficacia del
proyecto totalitario. En la ilusión de que "esto se cae por sí solo" se
diluyó la voluntad de unidad y acción. El apego a una institucionalidad
que mal o bien había asegurado paz, progreso y alternancia política, los
ató de manos. Olvidaron que la barbarie también puede llegar por las urnas.
Cuba ha facturado una formidable fórmula represiva que concilia el
fascismo y el comunismo con el pensamiento revolucionario de América
Latina. Nuestros nacionalismos invertebrados y autocomplacientes son una
perfecta trampa dictatorial. La solidaridad latinoamericana con La
Habana y Caracas va más allá del compadrazgo de narcotraficantes y
ladrones. Se trata de una morbosa seña, en el sentido freudiano, de
conservación tribal. La crítica al castrismo y al chavismo implica
también una crítica de nuestra esencia.
El gran dilema: ¿cómo pueden los demócratas combatir un asalto
totalitario que avanza desde las instituciones del Estado, amparado en
un triunfo electoral? Esta embestida encierra a la oposición en una
desgastadora burbuja retórica, al privarle de las garantías y los medios
que permiten su ejercicio. A su vez, en el desesperado afán de preservar
su identidad y complacer a una indiferente opinión mundial, las fuerzas
democráticas adoptan el suicida credo de renunciar al terror
contrarrevolucionario. La dictadura solo teme a la calle.
La restauración democrática exige igualmente una contrarrevolución
cultural. Al igual que en el Chile allendista y en la Nicaragua de
Ortega, en Venezuela ha prendido una cultura revolucionaria que aboga
por una radical refundación. Al margen de las máscaras ideológicas y
nacionalistas, sus postulados apelan a todo aquel interesado en
pertenecer a una elite que goce, cada quien en su respectivo potrero, de
oportunidades de superación, impunidad y reconocimiento a cambio de la
servidumbre total. En ese encanallado fermento, que tiene al máximo
líder como elemento metabólico, se han disuelto el cuerpo y el alma de Cuba.
La mentalidad académica suele desconfiar de esta interpretación
antropológica. Sin embargo, ese es el postulado que le permite a la
dictadura sumar unos sectores irreconciliables entre sí. Millonarios
exiliados, cardenales, trovadores, zapateros, delincuentes y primeras
bailarinas acuden al básico llamado de un poder que satisface sus
vicios, hambres y proyectos por encima del resto de la sociedad. Es una
convocatoria faústica que en Cuba sostiene el vínculo de los Castro con
los militares, los intelectuales ortodoxos y heterodoxos, la alta
jerarquía de la Iglesia (¿ha escuchado hablar alguna vez de los
escándalos sexuales de nuestra Iglesia?) y una policía con licencia para
traficar droga y explotar la prostitución.
La escandalosa simplificación del discurso revolucionario induce a
responder con un discurso que aporte los matices consustanciales al
quehacer democrático. Esto divide a la oposición en diferentes
estrategias, afecta su coordinación y, sobre todo, su capacidad
ofensiva. Puede que Henrique Capriles sea un buen candidato para
favorecer la conciliación nacional en el postchavismo. Ahora, es uno de
los principales obstáculos a la resistencia. A la simplificación
opresora de "me quedo a toda costa" hay que oponer la simplificación
libertaria de "te vas a toda costa".
Los colectivos son la avanzada de la Venezuela que viene. Esa es la
gente que mañana estará al frente las universidades y los puestos de
frutas. Esa será la mentalidad que infiltrará iglesias, escuelas y
hogares. Aquí no estamos frente a procesos que expresan el reclamo de
justicia y dignidad de los pobres. (De hecho, para triunfar necesitan
abolir en principio la justicia y la dignidad.) Tan antiguas como
destructivas, estas son las revueltas informes y ciegas de lo peor de
cada pueblo, cada casa y cada oficio contra las libertades y los órdenes
que les exigen mérito y responsabilidad.
El caos económico, la improductiva movilización perpetua, la escasez,
las leyes que desintegran el concepto de propiedad, no ponen en peligro
al chavismo. Al contrario, son los instrumentos que le permiten
aniquilar, cuanto antes mejor, la racionalidad, la solidaridad y la
esperanza de la nación. Asimismo, el diálogo que no nace de una
inmediata imposición del Estado de derecho y un llamado a la consulta
popular le arrebata a la oposición su legitimidad en la calle. "O esto
cambia o esto revienta", dice Capriles. En el pánico al reventón está la
tumba del cambio.
Este diálogo, supervisado por la Iglesia Católica ¡y la Unasur!, le
permite a Maduro extender el curso de desgaste de la protesta,
reduciendo los costos mediáticos, políticos y económicos. La ausencia de
María Corina Machado y Leopoldo López, así como la negativa chavista a
conceder amnistía y desarmar a los colectivos, sitúa a la mesa de
negociaciones en el limbo de las experimentales terapias. En su tono, su
angustia y su tácita admisión de la legalidad del régimen, Capriles y
los opositores dialogantes no se pintan como los inclaudicables agentes
del cambio sino como un relegado comité de quejas y reclamaciones.
Mientras tanto, la policía política toca de noche a las puertas. A unos
los amenazan. A otros, los compran. A los más bravos los encierran o los
matan. A la mayoría acaba por controlarla. Esos fotógrafos enmascarados
que retratan a estudiantes y manifestantes van nutriendo los archivos de
una terminal ola represiva. Por el aeropuerto de La Habana entran y
salen contingentes de miles de activistas chavistas. Vienen con el deseo
de retener el poder y se van con la certeza de que hay que matar.
Maduro, Diosdado y los sangrientos payasos del chavismo pueden
sobrevivir el colapso del régimen con alguna fortuna y hasta con cierto
capital político. Para el castrismo es una sentencia de muerte.
Seamos políticamente incorrectos antes que intelectualmente deshonestos.
A Venezuela y a Cuba solo podrán salvarlas profundas
contrarrevoluciones democratizadoras que supriman a como dé lugar las
instituciones y los actores totalitarios; y penalicen con severidad la
identificación con ese pasado de horror. Sí, ya sé. Me van a decir (otra
vez) que Venezuela todavía está a tiempo.
Source: Dos pueblos, una tragedia | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1398200802_8256.html
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