Cosas que viví en La Habana: Tarará
Posted on 14 abril, 2014
Por Martín Guevara*
En ese mismo verano nos habían comentado que la manera de pasar unas
vacaciones fabulosas, pagadas y encima cobrando un dinerito, era como
guía en el Campamento de Pioneros de Tarará, el mismo sitio donde años
atrás apenas llegados de Argentina, mi hermano y yo habíamos estado
internados con vistas a atenuar los efectos del asma.
Nos dijeron que por el día se pasaba todo el tiempo en la playa o
haciendo deportes, se comía todo lo que se quería, y por las noches
después de acostar a los niños se armaban fiestas de los profesores y
guías. No lo pensamos dos veces y llenamos una serie de impresos. A la
semana nos llamaron para admitirnos como guías.
Naturalmente no teníamos ni la más mínima idea de lo que había que
hacer, ni práctica alguna en esas lides, pero según lo que nos indicaron
que sería nuestra responsabilidad parecía fácil, sólo había que estar
dispuesto a llevar a un grupo de unos 15 niños de 10 a 12 años, desde
el albergue al comedor, a la playa, al teatro, al cine y planear alguna
que otra actividad de entretenimiento nocturna, y con ello superaríamos
con creces cualquier evaluación.
El guía con ayudante
El campamento había cambiado mucho desde 1973 cuando había intentado
curar allí el asma. Era un área inmensa, que se había diseñado con muy
buen gusto, para albergar a pioneros del país entero durante todo el
año, pero fundamentalmente durante los meses vacacionales. Los albergues
eran coquetas casitas de dos plantas con un jardín delantero y trasero,
la planta baja con habitaciones donde se disponían las literas de los
alumnos, una cocina con una nevera, y varios cuartos de baño, y en la
parte superior dos habitaciones para los profesores o guías. Cada pocas
casitas estaban los comedores, las canchas de diferentes deportes, las
piscinas, hasta había salas de espectáculos, para teatro y cine. Y todo
ello regado con las orillas del mar de las playas de Tarará, de arena
clara, aguas tibias, con cocoteros que habían reemplazado a los pinos de
antaño.
El primer día designé un niño monitor de todos los demás para que me
ayudase en las labores de mando y organización. Fuimos a desayunar,
luego a la playa , luego a almorzar, por la tarde no salimos a ningún
sitio, ya que me quedé durmiendo la siesta, cenamos a la tarde noche y
por la noche organicé un torneo de ajedrez, en al cual solo se
divirtieron cuatro muchachos, ya que la mayoría eran jugadores de
dominó. Los llevé a desayunar al día siguiente y luego le dije al
monitor que los llevara a la playa un rato. Yo fui a nadar y después
fuimos todos a almorzar.
Niños irascibles
Por la tarde conocimos a dos guías de las niñas, nos empatamos en la
playa así que dejé instrucciones a Israel, que era el monitor, pequeñito
en tamaño, pero guapo y temido por los demás niños, para que se hiciese
cargo de la tropa sin que los demás niños llegasen a mostrarse
irascibles. Al día siguiente me preguntaron si irían al cine, les dije
que sí, y luego de almorzar volví a dejarlos al cuidado de Israel. Me
fui abañar a la playa y a jugar al frontón, y cuando regresé el Nene
me dijo que había problemas con los niños, que querían ir a la dirección
a decir que no los estaba llevando a ninguna actividad después de la
playa de la mañana. Armé un torneo de boxeo después de llevarlos a
cenar, y fue un error porque los ánimos estaban caldeados y más de uno
descargó su bronca dentro del improvisado ring. Mi novia circunstancial
nos vino a buscar con la del Nene y fuimos a una fiestecita de guías,
por lo que nuevamente le pedí a a Israel que cuidara la tribu. Me
advirtió que ya estaban empezando a sublevarse, le dije que les dijese
que al día siguiente iríamos a cine y al teatro.
En la fiesta tomamos tragos, bailamos y contamos cuentos con otros
guías. Cuando regresamos a la habitación yo fui con mi novia de Tarará
al cuarto acompañados de una botella de licor de plátano, un sirope
viscoso y dulzón que sin hielo era imposible de tragar, pero que tenía
una parte de ron.
Nos quedamos dormidos como troncos a la mañana siguiente y me despertó
un ruido fortísimo en la puerta. Cuando abrí el primer ojo, mi compañera
se había esfumado, miré el reloj y vi que eran las 11 de la mañana. Me
levanté a abrir la puerta y casi me da una piedra en la cara.
A pedrada limpia
Entonces Israel subió la escalera y me contó que no había podido
controlarlos más, que salieron todos a la calle y empezaron a coger
aleatoriamente los yogures de la caja que dejaban cada mañana en la
puerta de nuestro chalet y los yogures de los demás, y algunos se habían
ido a la playa, otros empezaron a tumbar almendras a pedradas, y otros a
lanzar las almendras y alguna piedra contra la puerta del Nene y mía,
momento en el cual me desperté. Salí a poner orden y me di cuenta del
lío que se había generado. Llamé al Nene, fuimos a buscar los niños que
faltaban y los llevamos todos al comedor, luego nos metimos en el cine y
hablé con el responsable y nos pasaron dos películas. Y cuando llegamos
al chalet para descansar, nos aguardaba el personal de la dirección,
para comunicarnos que nuestra gestión como guías había llegado a su fin.
Sólo Israel ensayó una tímida defensa en nuestro favor cuando el
directivo preguntó a los niños si estaban contentos con nosotros.
Recogimos los bártulos, y recién entonces al ver que desaparecíamos de
sus vistas, todos los niños se despidieron de forma más educada que
afectuosa. El directivo me aseguró que aquello iría directamente a
nuestro expediente escolar acumulativo. El Nene se lo tomó menos en
broma que yo, pues él continuaba estudiando y no era sobrino del Che.
Aún así, no dejábamos de reír de camino a casa, recordando el enfado que
habían tenido esos muchachos en aquella mañana. Un tipo mayor, que iba
sentado delante de nosotros, acompañado de otros, me pidió con cierta
actitud hosca que apagase el cigarro negro sin filtro que estaba
fumando. Abrí la ventanilla para que se disipase el humo, como
condescendencia con el hombre, y le pedí que por favor no jodiera más,
ya tenía suficiente por ese día.
* Vivió como refugiado en Cuba por 15 años y permaneció en La Habana
hasta 1988. Actualmente reside en España y escribe un libro testimonial
sobre su experiencia cubana y el peso del mito que rodea a su célebre
tío guerrillero, Ernesto Che Guevara.
Source: Cosas que viví en La Habana: Tarará | Café Fuerte -
http://cafefuerte.com/cuba/13517-cosas-que-vivi-en-la-habana-tarara/
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