La cara oculta de la Facultad de Comunicación
CARLOS MANUEL ÁLVAREZ | La Habana | 25 Jun 2013 - 8:53 am.
El tratamiento ofrecido a Lázaro Carrasco, quien incluyó en su tesis una
carta a Reinaldo Arenas, muestra cómo opera en La Habana el más alto
centro de formación de periodistas.
En su tesis de licenciatura, Lázaro Carrasco, estudiante de quinto año
de periodismo, escribe gratuitamente, sin guía metodológica alguna que
lo exija, una carta a Reinaldo Arenas donde revela, entre otras cosas,
que en la Facultad de Comunicación (FCOM) del 2013 no dejan imaginar
demasiado.
Como respuesta, su tribunal esgrimió el pasado martes 11 de junio,
durante el ejercicio de defensa, un argumento que parecía irrebatible.
Meses antes, el estudiante había propuesto su tema, la comisión
pertinente lo había aprobado, y finalmente iba a graduarse con una serie
de productos comunicativos bastante controversiales: crónicas y
entrevistas sobre el cruising. Esto es: los sitios de La Habana donde
los gays —con su tradición subversiva y periférica— practican el sexo
abiertamente. Carrasco no tenía entonces por qué acusar a la
institución, magnánima y tolerante, de literal y ortodoxa.
Que la Facultad de Comunicación aceptara semejante atrevimiento, y no
censurase un ejercicio de búsqueda en zonas moralmente heréticas y
políticamente incorrectas, era ya un privilegio insospechado que él
debía tener en cuenta, y, por tanto, no portarse demasiado mal. El
tribunal nunca lo dijo, pero le reprochó su ingratitud e inconsciencia.
Carrasco no debía olvidar que por cosas menores Arenas había ido a
prisión, y que él estuviese allí, defendiendo su tesis, treinta y tantos
años después, era una evidencia innegable de progreso.
Sin embargo, pagó demasiado caro el tema. Es preferible que la Facultad
se siga reconociendo como lo que es, un escenario poco conflictivo,
antes que fomente el riesgo y lo deje correr, para luego —pacata y
prejuiciada— perpetrar en la hora final un acto de vejación francamente
imperdonable. Si la confesión de Carrasco a Arenas no parecía a priori
más que un mea culpa imposible de sostener con pruebas físicas,
concluido su acto de defensa resultaba todo lo contrario: una dolorosa
premonición. Al estudiante le otorgarían cuatro puntos justamente porque
se había largado a imaginar, porque había metido las manos en lo sucio,
y estaba en el sitio equivocado para ello.
Cuatro puntos no parecerá una nota muy alarmante para alguien que
desconozca los mecanismos internos de FCOM, donde, al menos en
periodismo, solo las tesis extremadamente defectuosas no terminan con la
máxima calificación. Cada año, decenas de estudiantes reciben cinco
puntos, casi porque sí, sin mucho preámbulo ni brete, con temas infames,
temas inventados, investigaciones sin vida real, análisis de asuntos que
no merecen un mínimo acercamiento por una sencilla razón: no existen.
Cada año, además, otra decena de estudiantes toma sus títulos, incluso
con sellos de oro, solo por haberse adentrado en temáticas dóciles, o
políticamente incentivadas, no sé, la cobertura de AP durante la Crisis
de los Misiles, la campaña mediática de El País contra La Habana, el uso
del lead en las noticias de agricultura, y nunca, por ningún lugar, el
papel reaccionario del periódico Granma, o del Noticiero Nacional de
Televisión dentro de la sociedad cubana, no digamos ya la subordinación
total de la prensa al Estado y al Partido. Nadie ve eso nunca (salvo
Julio García Luis). La Facultad se lava sus manos y acumula en su
biblioteca tesis que solo serán referentes de otras tesis, y estas, a su
vez, de otras tesis, sin aplicaciones de los resultados; simplemente
estudios de la academia y para la academia, la seudo-teoría por la
seudo-teoría, así hasta el infinito o hasta que venga el orden y mande a
detener semejante cadáver.
Obviamente, si esta es la norma de los cinco puntos, resulta
indiscutible que algunas malas notas suponen más mérito que cualquier
congratulación. Como me dijera hace poco un maestro que ya se ha ido:
"en mis tiempos era casi glorioso recibir cuatro puntos por una tesis
dizque disidente".
De ahí que el problema no sea la calificación final otorgada a Lázaro
Carrasco. Su nota es más digna que cualquier cinco de mi año (incluido
el mío, que, perdónenme, es un cinco muy digno). La verdadera injuria,
desde mi punto de vista, fueron los métodos de la oponencia y la
posición del tribunal.
No hagamos el cuento largo. Carrasco había asomado la cabeza en un sitio
peligroso, donde no la asoma ninguno de los estudiantes ni de los
periodistas cubanos de hoy. Había una intención y esa intención, que
supera todos nuestros provincianos límites, merecía por sí sola cinco
puntos, un reconocimiento al esfuerzo. Por si fuera poco, Carrasco
escribió con arte, logró testimonios impactantes, husmeó, importunó,
partió de cero y regresó con una trama, con una historia.*
No había un referente, un método o una experiencia anterior a la que
pudiera asirse. En Cuba no existe el periodismo contrahegemónico, no hay
nadie que lo haga, podemos pasar lista en nuestras redacciones y el
resultado será nulo, todos acumularán una larga experiencia en
coberturas protocolares. Carrasco improvisó, salió a flote, trajo algo
para mostrar, y si hubo tal mención por parte de sus jueces, entre
tantos errores metodológicos señalados, fue tan insignificante que
seguramente ninguno de los presentes en su defensa la recordará.
Tras varios cambios inconcebibles, le designaron un oponente experto en
sexualidad, pero sin mínima idea de periodismo literario. Seguimos
creyendo que el contenido es una cosa y la forma otra. Seguimos creyendo
que la forma es secundaria, por eso no tenemos contenido. Las
negligencias y la injusticia fueron tantas que terminaron reprochándole
cuestiones ridículas. Digamos: no devolverle a los entrevistados las
grabaciones. Yo quisiera saber qué tradición periodística exige eso,
porque ni siquiera la tradición de la Facultad.
Casi al final, Carrasco se arrebujó en su silla y respondió, asustado,
sin fuerzas, las preguntas inquisidoras del oponente. La oponencia
exigía que respondiera sí o no, con monosílabos, e iba mencionando leyes
(¿cuántas leyes, me pregunto, habrá violado Gunter Walraff?**), una tras
otra, casi imparablemente. Por un momento llegamos a pensar que Carrasco
iría preso. Era mucho el tema, y es mucho el prejuicio de los que se
reconocen desprejuiciados.
No asistieron, al acto de defensa, los contumaces blogueros de la
Facultad, no tenían por qué estar allí. Sin embargo, la noticia, el
chisme, se ha regado como pólvora por los pasillos de Bohemia. Ojalá me
equivoque, pero ninguno de los estudiantes hablará, ninguno buscará a
fondo e intentará reconocer las claves del incidente más allá del morbo.
Ninguno describirá los rostros indignos que puede mostrar FCOM. Andan
demasiado entretenidos con la ocupación en Siria, o con los post mal
escritos de Yoani Sánchez. Hablan de vejación y no reconocen la vejación
y el engaño delante de sus narices.
Pero no me alarma: mi principal problema con Cuba, lo inconcebible, no
es que no me entienda con sus mayores, sino que no me entiendo un carajo
con la gente de mi generación. Yo ya me gradué, en semanas me largo, y
durante cinco años no hice casi nada por cambiar el sino de la Facultad.
Me alejé de ella, la di por perdida, sus problemas me parecieron
menores, pero este no ha sido un problema menor, y he creído
imprescindible mencionarlo. Le entrego, con gusto, mi cinco, mi título y
mis elogios a Lázaro Carrasco, todo a cambio de su cuatro, y seguro
salgo ganando.
En la Facultad hay grandes profesores, hay grandes seres humanos, pero
no hay una articulación determinante de sus fuerzas. Hay estudiantes que
quieren decir, pero primero, antes de ganarse cualquier nombre, antes de
contar los comentarios y las visitas a sus blogs, antes de creerse que
están cambiando la realidad cubana, deberán denunciar los pequeños
atracos de los cuales son víctimas sus colegas de oficio y generación.
Yo he llegado a pensar, tristemente, que la inmensa mayoría de los
estudiantes o los recién graduados de periodismo escriben para mirarse
el ombligo, o para caerle en gracia a alguien.
Hay más que una Copa de Cultura o unos Juegos Caribe en la universidad.
No se puede estar todo el tiempo mirando hacia los lados, distraídos con
la floritura. Si la Facultad no redimiese lo sucedido el pasado 11 de
junio, si sus profesores o sus dirigentes no llamasen a Lázaro Carrasco
y revisasen el tema, si los estudiantes no se agruparan y protestaran,
todos, absolutamente todos, nos habremos hundido un poco más. Decenas de
graduados seguirán abandonando los periódicos, y los profesores valiosos
—bien que los conozco— acabarán un tanto más frustrados.
Los reductos de luz que sobreviven en Bohemia, no debieran permitir que
les arrebaten de sus manos las pocas tesis valiosas, ni que el
atrevimiento parezca un pecado. Deberán, con arte y sutileza, luchar
contra esa otra zona y reducirla, un cónclave poblado de personas que no
saben siquiera que lo pueblan, los conciliadores en su peor versión: el
conservadurismo que se cree revolucionario. Yo, con el perdón de mis
amigos, o más bien en nombre de mis amigos, en nombre de los profesores
que se quedan, y que se baten únicamente con fe, no puedo hacer otra
cosa que desearles suerte para que ganen el pulso. Al menos desde
septiembre de 2008, hasta junio de 2013, la ortodoxia fue la maza, y fue
el poder.
* Lo acompañó en el trayecto, justo señalarlo, su tutor Jesús Arencibia.
** El bien de social de las investigaciones de Wallraff, bien lo dijo el
sabio de Daniel Salas en las clases de periodismo investigativo, era
mucho mayor que el mal de las violaciones legales, por lo que sus
encubrimientos son, quién lo duda, éticamente permisibles e irreprochables.
Este artículo apareció en el blog El Microwave. Se reproduce con
autorización del autor.
Source: "La cara oculta de la Facultad de Comunicación | Diario de Cuba"
- http://www.diariodecuba.com/cuba/1372118517_3912.html
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