Publicado el miércoles, 05.22.13
La república que no supieron conservar
Vicente Echerri
Todos los años por estos días los cubanos volvemos a meditar y a opinar
sobre nuestra breve democracia republicana (1902-1959) que daría paso a
la más larga tiranía hemisférica que casi ha durado lo mismo. Y de
nuevo, dentro y fuera de Cuba, se publican artículos conmemorativos,
crónicas y hasta auténticos ensayos sobre el tema. Estos textos van
desde la apología sin fisuras hasta la crítica más acerba. Para algunos,
el orden institucional cubano previo a la revolución era casi un
dechado, aunque hubiera políticos corruptos; para los que están en el
otro extremo (los voceros oficiales del castrismo, por ejemplo) el mote
de "pseudorrepública", sigue aplicándose como concepto abarcador de la
vida y valores que antecedieron a la gestión totalitaria, si bien con
menos convicción en los últimos tiempos.
Yo comparto la tesis de Leví Marrero de que la nación cubana era aún, en
el momento del colapso de la república, un proyecto en desarrollo o en
ascenso y, en consecuencia, sus instituciones constituidas adolecían de
una necesaria precariedad. A esta flaqueza se fue sumando una
degradación del espíritu cívico, una relajación de los criterios
normativos y un rebajamiento de los estamentos jerárquicos en que se
sostiene cualquier organización social. Socavaban estos naturales
soportes, obrando mancomunadamente, cierto nivel de corrupción de la
clase política y el mito de la Revolución, con el agravante de que a
veces la corrupción y el espíritu revolucionario coincidían en los
mismos individuos.
Decía Orestes Ferrara –que participó en nuestra última guerra de
Independencia y que luego desempeñó un destacado papel en la república–
que los políticos cubanos surgidos de la lucha contra España eran
hombres con una gran pureza de ideales. Yo no me atreveré a
contradecirlo pero es el propio Ferrara quien registra, en el texto de
sus memorias, las graves alteraciones que ya aquejaban a la gestión
pública desde el mero comienzo. Es la tozudez y la soberbia de Tomás
Estrada Palma, hombre por lo demás ejemplar, quien –al respaldar los
fraudes e intimidaciones que llevó a cabo su partido para reelegirlo en
1906– provocó nuestra primera guerra civil. Esta crisis se repetirá, con
mayor gravedad en 1917 y de nuevo en 1933 cuando, con el derrocamiento
de Gerardo Machado, se quiebra el orden institucional y los
revolucionarios asaltan el poder. Lo demás algunos lo juzgan como secuela.
La relativa precariedad de las instituciones y la Revolución como
ideología política del último cuarto de siglo que antecede al castrismo
explican un poco lo que vino después, pero en nada lo justifican. A
pesar de que hubiera corrupción administrativa, el país prosperaba en
todos los órdenes, y aunque se practicara la demagogia y el favoritismo
políticos, la democracia se arraigaba. Éramos más adelantados que la
gran mayoría de los países de América Latina (preciso es decirlo) y
nuestros "dictadores" no tenían parecido con los que habían asolado el
continente desde el primer día de la independencia. En esos 57 años de
experiencia republicana, no tuvimos nada parecido a Rosas (Argentina),
ni al tenebroso Dr. Francia (Paraguay) ni a Juan Vicente Gómez
(Venezuela), ni a Porfirio Díaz (México) ni a Trujillo (República
Dominicana) ni a Somoza (Nicaragua).
¿Por qué esta excepcionalidad nuestra habiendo padecido el despotismo
colonial por mucho más tiempo que otros países de la región y sin que
nos faltaran caudillos en el bando insurgente? La diferencia está, en mi
opinión, en nuestra especial relación con Estados Unidos, donde vivió y
se educó la clase política cubana que fundó la república, y la
providencial intervención estadounidense al final de una guerra
devastadora. Otros juzguen como humillante la intervención y culpen a la
calumniada Enmienda Platt de nuestros vaivenes políticos. Yo creo que
los cubanos tuvimos la inmensa suerte de nacer a la vida internacional
con esa oportuna partera que fue la intervención. A ella debemos lo
mejor de nuestros hábitos democráticos y los adelantos que nos
distinguieron. Los vicios eran nacionales. Sin los americanos en la
fórmula hubiéramos estado infinitamente más atrasados y, políticamente,
habríamos sido mucho peores.
El castrismo es precisamente la reafirmación de los más graves defectos
autóctonos. Se nos propuso, con estulta soberbia, como expediente de
autoafirmación frente a una presunta insolencia extranjera, y lo único
que ha conseguido es la destrucción física del país y el envilecimiento
de su pueblo. La república surgida el 20 de mayo de 1902 fue, por el
contrario, el resultado de la inteligencia y el tacto para saber
aprovechar las ventajas de vivir en el traspatio de un vecino rico,
poderoso y magnánimo. Fue lo mejor que pudimos tener dados nuestros
orígenes. Lástima que la lanzaran por la borda en un acto de colectiva
insensatez.
© Echerri 2013
http://www.elnuevoherald.com/2013/05/22/v-fullstory/1482179/vicente-echerri-la-republica-que.html
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