Cuba: cómo se encubrió el crimen de Carromero
Carlos Alberto Montaner ~ Marzo 17, 2013
El régimen de Raúl Castro quiere cambiar la percepción general sobre
Cuba. Está empeñado en transmitir la imagen de que enla Isla se están
produciendo cambios fundamentales, pero no es verdad.
Los cubanos tienen más facilidades para hablar por teléfono, o para
entrar en los hoteles, restaurantes y tiendas que antes estaban
reservados para los turistas. Pueden abrir minúsculas empresas
familiares de servicio, o se les permite explotar en régimen de
usufructo pequeñas parcelas de tierra para producir alimentos, pero nada
de esto es esencial.
Ésas sólo son minucias encaminadas a aliviar las nefastas consecuencias
económicas de un sistema totalmente improductivo en lo material y
cruelmente desagradable en el terreno emocional.
¿Cuál es la esencia de ésa y de todas las tiranías totalitarias?
Evidente: el hecho monstruoso de que una persona, un grupo de mandamases
o un partido tomen todas las decisiones básicas, pisoteen la voluntad de
los individuos, y construyan una falsa realidad a la medida de la imagen
prefabricada por ellos de acuerdo con los dogmas de la secta o con el
discurso del Jefe.
Lo terrible es la ocultación de la realidad y la propagación de la
mentira, viles tareas a las que esos regímenes dedican casi toda su
energía. A partir de esa burda prestidigitación se produce el resto de
las catástrofes: todos mienten para poder sobrevivir, para que no los
aplasten.
Miente el jefe cuando promete un futuro que sabe que nunca llegará
porque su reino está hecho de promesas, no de realidades. Miente el
funcionario cuando falsea sus datos para adaptarlos a los planes que le
impone la jefatura. Miente el trabajador que debe ejecutar esos
proyectos inalcanzables o absurdos. Miente el que aplaude una realidad
que no ignora que es falsa, tan falsa como las aldeas Potemkin, puras
fachadas de pueblos inexistentes construidos en Rusia para complacer ala
Zarinay engañar a los viajeros.
He aquí una prueba clarísima de que la dictadura de Raúl Castro es más o
menos igual que la de su hermano Fidel.
En julio del 2012, Oswaldo Payá y Harold Cepero murieron en un supuesto
accidente de automóvil ocurrido en una remota carretera de la región
oriental de Cuba. Payá, demócrata de la oposición, premio Sajarov del
Parlamento Europeo, era una de las figuras más queridas e
internacionalmente respetadas de la disidencia cubana. Cepero era uno de
sus más brillantes lugartenientes. Conducía el auto Ángel Carromero,
dirigente de la juventud del Partido Popular de Madrid. Junto a él se
encontraba Aron Modig, joven sueco vinculado ala Democracia Cristiana de
su país. Carromero y Modig habían ido ala Isla a darles su solidaridad a
los luchadores cubanos por la libertad.
En rigor, no había sido un accidente, sino un incidente. Un coche de la
policía política que los venía siguiendo, los embistió por detrás, sacó
de la carretera al pequeño vehículo en que viajaban Payá y sus amigos,
los lanzó contra un árbol, y los dos cubanos resultaron heridos de
muerte, o acaso fueron rematados en el hospital para que nunca contaran
lo sucedido, algo que sospechan los familiares de Payá, pero que
difícilmente se podrá probar.
A partir de ese punto se inició la vil tarea, propia del totalitarismo,
de ocultar la realidad. A Modig y a Carromero les dijeron que si
contaban la verdad les aplicarían el código penal cubano y serían
condenados a muchos años de cárcel por auxiliar a
contrarrevolucionarios. A Carromero, además, como era quien conducía el
vehículo, lo drogaron durante días para "ablandarlo" hasta que admitiera
que manejaba a exceso de velocidad por un camino mal asfaltado,
imprudencia que culminó en el accidente que le costó la vida a Payá y a
Cepero.
La tragicomedia duró hasta que Carromero llegó a España y habló con Rosa
María Payá, la hija de Oswaldo, a quien no podía mentirle: no sólo la
policía política había generado el incidente (nada de accidente), sino
que el régimen, absolutamente intacto en su desprecio por la realidad,
había puesto toda su maquinaria al servicio del encubrimiento del
delito. Toda: la policía, la justicia, la escandalosa propaganda
interior y exterior.
Afortunadamente, Carromero se lo contó al diario Washington Post y la
verdad se supo finalmente.
La conclusión es obvia: nada fundamental ha cambiado en la Cuba de los
hermanos Castro. Es el mismo perro, dotado de un collar ligeramente
diferente, que sólo sabe un truco y lo repite hasta el infinito: ocultar
la realidad y ladrar y morder a quien intente desmentirlo.
http://opinion.infobae.com/carlos-alberto-montaner/2013/03/17/cuba-como-se-encubrio-el-crimen-de-carromero/
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