Opinión
¿Qué fue el fidelismo?
Reinaldo Escobar
La Habana 20-10-2012 - 10:40 am.
¿Largo performance, acto de prestidigitación, operación de marketing,
coacción bajo amenaza, conquista amorosa, estafa o logro irrefutable?
El término "fidelismo" tiene la peculiaridad de poseer un sinónimo que
funciona como antónimo: "castrismo". La elección de uno de estos
vocablos suele situar a quien lo usa en una posición de simpatía o
rechazo hacia un asunto común. El tema que pretendo desarrollar aquí es
precisamente la corriente de adhesión que generó Fidel Castro, su
origen, su evolución en hechos y postulados, su alcance real y su
desmontaje final.
Una de las peculiaridades esenciales del fidelismo quizás sea su
inaprensibilidad a manos de las teorías económicas, políticas o
filosóficas. No encaja en ninguna doctrina definible, aunque por
momentos y debido a cuestiones puramente circunstanciales, mereciera
identificarse con el ideario de uno u otro pensador o su ejecutoria
práctica pudiera parecerse a otros procesos históricos en diferentes
contextos geográficos o temporales. De hecho resulta difícil elegir
entre la definición del fenómeno como una ideología o un fanatismo, en
dependencia de que lo analicemos como un evento que se desarrolló en el
entorno de la racionalidad o como un suceso que se movió en el campo
emocional. Largo performance, acto de prestidigitación, operación de
marketing, coacción bajo amenaza, conquista amorosa, estafa, logro
irrefutable. ¿Qué fue realmente el fidelismo?
El fidelismo fue un fenómeno que tuvo su gestación a mediados de los
años 50 del siglo XX, su eclosión en la década del 60, su mejor momento
en los años 80, su declinación en los 90 y su desmontaje a partir de
mediados de 2006. Otro asunto es su periodización, donde pueden
señalarse las inclinaciones a una u otra tendencia o si se prefiere los
cambios de escenario. El fidelismo consta de tres elementos vivos
fundamentales: la figura de Fidel Castro — el líder—, la presencia de un
grupo de fieles activistas —el séquito— y una legión de seguidores: la masa.
Para intentar responder la pregunta de cuáles fueron las "fuentes y
partes integrantes del fidelismo", tendríamos que considerar que cada
etapa de la periodización tiene sus fuentes y partes propias y que tanto
el líder, el séquito como la masa, evolucionaron de forma diferente.
Dejo ese esfuerzo a estudiosos más disciplinados, aclarando que no es lo
mismo la periodización de ese hecho histórico denominado la Revolución
cubana, que la segmentación temporal de las etapas del fidelismo.
Primera etapa: La definición revolucionaria
Esta etapa comienza desde los preparativos para la primera acción de
gran repercusión histórica organizada por el líder, cuyo principal
objetivo estratégico era precisamente llamar la atención de la masa.
Aunque mucho antes del 26 de julio de 1953 Fidel Castro ya había
participado en experiencias revolucionarias, es en el asalto al cuartel
Moncada en Santiago de Cuba donde se cristaliza su primer principio,
enunciado ya un año antes, en su "Recuento Crítico del PPC" en agosto de
1952:
El momento es revolucionario y no político. La política es la
consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos. La
Revolución abre paso al mérito verdadero, a los que tienen valor e ideal
sincero, a los que exponen el pecho descubierto y toman en la mano el
estandarte. A un Partido Revolucionario debe corresponder una dirigencia
revolucionaria, joven y de origen popular que salve a Cuba.
Con esta declaración, el líder abandona la presumible competencia con
otros partidos para enunciar su decisión de tomar el poder a través de
acciones armadas. Se rodea entonces de jóvenes idealistas asqueados de
la corrupción e inspirados en las ideas de José Martí. La opción por la
violencia impone como requisito, a la hora de la selección, una
tendencia imprescindible: tienen que ser hombres dispuestos a morir y a
matar; impulsados por una obsesión, pero dominados por una disciplina
donde la lealtad al líder será el principal fundamento.
En esta etapa queda conformado el núcleo duro del séquito, aquellos a
los que la revolución les había abierto el paso por exponer el pecho
descubierto. Como resultado de la estrategia trazada, en un tiempo
relativamente breve, menos de 2.000 guerrilleros, mal alimentados, peor
vestidos y precariamente armados, derrotarían a un ejército profesional
de decenas de miles de soldados, clases y oficiales, armados con
tanques, cañones, barcos y aviones de combate.
Segunda etapa: el mesías. El cheque en blanco
Aunque es conocido que la derrota y huida del dictador Fulgencio Batista
se debió al esfuerzo mancomunado de muchas personas y diversas
organizaciones, incluso a presiones diplomáticas ejercidas desde EE UU,
Fidel Castro consiguió monopolizar el mérito de todos en sí mismo.
"¡Libertad, Libertad!", coreaba el pueblo ante la marcha triunfal de
barbudos. Como por arte de magia en ese "minuto histórico que vivía la
patria" unos 6 millones de cubanos, diversos en su raza, en su credo
religioso y tradicionalmente apolíticos, se convirtieron en la masa,
ávida de aplaudir y ovacionar, deseosa de someterse a un liderazgo y
carcomida por la sana envidia hacia los que habían hecho la revolución.
Una masa dispuesta a dar el paso que le pidieran sus salvadores. Los
dirigentes y miembros de otros movimientos, que también habían realizado
acciones heroicas para derrocar la dictadura, comprendieron que no era
posible competir con el carisma de "el líder indiscutible". Las clases
vivas, los intelectuales, los pequeños y grandes propietarios y
especialmente obreros y campesinos, entregaron un cheque en blanco al
"máximo líder", y ser fidelista dejó de ser el antónimo de batistiano
para inscribirse como sinónimo de cubano.
Tercera etapa: La Primera gran compra de tiempo. La proyección de un
futuro luminoso
El concepto de que toda revolución es una fuente de derecho derivó en la
concepción de que el líder de la revolución era un inagotable manantial
de poder. Las primeras leyes revolucionarias se hacían para cumplir "el
programa del Moncada" esbozado en el alegato La historia me absolverá,
presuntamente pronunciado por Fidel Castro en el juicio que se siguió
contra los asaltantes del Moncada. A partir de allí no hubo una sola
transformación, una sola campaña que no fuera presentada como una
iniciativa del líder: la alfabetización, la creación de la milicias, la
pugna con EE UU, la amistad con la URSS y otros detalles como la
inconsulta declaración del carácter socialista de la revolución. A lo
largo de estos primeros años, e incluso en los primeros meses, Fidel
Castro arremetió contra toda la estructura política de la República
incluyendo los medios de difusión, las instituciones religiosas o
fraternales y todas las entidades de la sociedad civil.
La enorme acumulación de decisiones que concentró en sus manos hizo que
su importancia no dependiera de los cargos que ostentaba, sino a la
inversa; los cargos eran significativos porque era él quien los detentaba.
Todo el país estaba pendiente de sus palabras y hasta de sus más mínimos
gestos. Creó organizaciones para vigilar a sus enemigos cuadra por
cuadra, inauguró escuelas, represas, hospitales, industrias, círculos
infantiles. Puso al mundo al borde de la tercera guerra mundial, lanzó
una "ofensiva revolucionaria" para eliminar los últimos vestigios de
propiedad privada, inundó el continente de guerrillas, desactivó todo el
andamiaje de contabilidad con el pretexto de luchar contra el
burocratismo. Resumió congresos de campesinos, intelectuales, pioneros o
de mujeres y, desde luego, supo de todo: ganadería, producción de
azúcar, arquitectura o medicina.
Fue así que el futuro luminoso que prometió descansaba básicamente en el
fallido intento de realizar sus fantasías: la desecación de la Ciénaga
de Zapata, la zafra de 10 millones de toneladas, las cortinas
rompevientos, el cruce genético de ganado vacuno, la siembra masiva de
café y frijol gandul en la periferia de La Habana, el sistema de
pastoreo intensivo, microbrigadas para construir viviendas y una
variedad de planes pilotos, experimentos productivos, tareas
priorizadas, etc, ajenas a toda planificación, pero supuestamente
controladas personalmente por él.
Cuarta etapa: Un líder maduro nos conduce
En una de sus múltiples intervenciones en la televisión o quizás para
responder a la pregunta de un periodista extranjero sobre cuánto tiempo
pensaba permanecer en el poder, Fidel Castro dijo un día que los
costosos errores que había cometido le habían proporcionado una
experiencia demasiado valiosa para desaprovecharla con una retirada. Fue
en los años que se interesó en África y dirigió desde La Habana la
guerra en Angola, la más larga de la historia de Cuba (1975-1991).
Su influencia mundial superó entonces su capacidad real de mejorar la
Isla donde gobernaba. Presidió el Movimiento de los Países No Alineados
para convertirse, o al menos para pretender convertirse, en el puente
entre la comunidad de países socialistas de Europa del Este y los países
emergentes de Asía, África y América Latina.
El antiimperialismo radical asomó en una carta de 1958, ya museable,
donde avizoraba que su verdadera guerra sería la que llevaría contra los
EE UU. Quizás ese sea el rasgo de mayor permanencia en el fidelismo y el
que mayor número de adeptos le tributó, no precisamente en Cuba, sino en
la izquierda mundial, sobre todo entre quienes se hacen amigos del
enemigo de sus enemigos.
El apoyo prácticamente incondicional de la URSS le hizo ser receptor de
una millonaria subvención que malgastaría en delirantes proyectos.
Consiguió así la docilidad de la masa, representada por una suma de
individuos que, por estar sujetos a un estado monopolizador de la
gestión empleadora, los medios de información, los centros de emisión
cultural y el sistema de educación nacional, no tenían otra opción que
aceptar el modelo o marcharse para siempre del país.
Eran los años de la meritocracia en los que para obtener una vivienda o
comprar un automóvil, una lavadora, un refrigerador o un televisor
resultaba imprescindible ser políticamente correcto, pero enmascarado
todo en un sistema de distribución que privilegiaba los méritos sociales
y laborales por encima de la tenencia de dinero en efectivo.
Para repartir lo que no alcanzaba para todos, nada parecía más justo que
darle preferencia a quienes aportaban más a la sociedad. Pero el metro
para medir este aporte tenía un truco. Nadie podía tener el mérito A
(destacado del año) si no había tenido el mérito B (destacado del mes) y
nadie podía aspirar a destacado mensual si no tenía el mérito C
(cumplidor de la Emulación Socialista) y nadie alcanzaba este rango si
no hacía trabajo voluntario y participaba en las actividades políticas
organizadas por el sindicato, donde podía incluirse marchar el Primero
de Mayo, asistir a un acto en la Plaza o darle un mitin de repudio a un
desafecto. La lealtad política se convirtió de esta manera en la moneda
invisible sin la cual no tenía sentido entrar a los mercados donde se
podían adquirir los bienes subvencionados del campo socialista.
Obviamente, los mecanismos de defensa de la personalidad tienen también
una expresión colectiva y lo que a todas luces podía interpretarse como
un trámite prostituyente, fue sublimado como un rol heroico. Éramos
David frente a Goliat, éramos todos uno en esta hora de peligro (hora
que nunca terminaba), éramos la voz del pueblo coreando las consignas.
Siempre me he preguntado quién las inventaba: "Fidel, seguro, a los
yanquis dale duro", "Fidel, Fidel, dinos que otra cosa tenemos que
hacer", "Pá lo que sea , Fidel, pá lo que sea", o simplemente la
invocación repetida y rítmica de su nombre, como un conjuro que
reafirmaba la identidad. También coreamos lemas más innobles como
"¡Paredón, paredón!", o "¡Que se vayan!" para rechazar a los inconformes.
Quinta etapa: El inicio del ocaso
En una noche de jubilo berlinés, sin que ningún politólogo, ni siquiera
un astrólogo pudiera preverlo, se desmoronó, "se desmerengó" —como
admitiera el propio Fidel Castro— todo el andamiaje que sostenía los
proyectos del Comandante en Jefe en esta Isla. Reaccionó de forma
similar a como lo hizo siempre frente a sus fracasos: convertir el revés
en victoria. Pero esta vez la victoria se limitaría al intento de
conservar las conquistas alcanzadas.
La declaración de que el país entraba en el llamado Período Especial
implicaba un reconocimiento tácito de que a partir de ese momento las
leyes del socialismo serían inaplicables y que lo alcanzado en décadas
de subvención solo podría sostenerse apelando a las reglas del mercado.
Como si estuviera asaltando otro cuartel, Fidel Castro anunció que
nuestra economía se dolarizaría; como si nunca hubiera promovido una
Ofensiva Revolucionaria para eliminar los últimos vestigios de propiedad
privada, admitió la posibilidad de aceptar inversiones extranjeras, el
trabajo por cuenta propia, el alquiler de habitaciones en casas privadas
y la extensión de cafeterías y restaurantes privados. Para sorpresa de
todos, el fidelismo podía ser realista, pero eso sí, dejando claro que
este pragmatismo era circunstancial y que cuando la ocasión lo
permitiera volvería por sus fueros.
El principal fundamento de sus conceptos económicos fue siempre que la
justicia social podría ser conquistada "a cualquier precio", y así fue
mientras el precio lo pagaron otros. A lo largo de su mandato apeló
siempre a la creación de estamentos paralelos de gobierno, que al
principio se escudaron en organismos aparentemente inocentes como el
Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) y posteriormente en
diversas fórmulas de los llamados Grupos de Apoyo, hasta desembocar en
su última maniobra de poder en la sombra que fue la Batalla de Ideas con
su ejército de trabajadores sociales como tropa de choque.
Sexta etapa: la caída inesperada. El desmontaje
Luego de sobrevivir a las más sofisticadas tentativas de atentado que se
hayan registrado en el siglo XX contra un jefe de Estado, a Fidel Castro
lo traicionaron sus propios intestinos. Tuvo la arrogancia de calificar
de "provisionales" los nombramientos que hizo de quienes lo sustituirían
en sus múltiples funciones y pretendió que sus suplentes, especialmente
Raúl Castro, siguieran actuando bajo su signo.
Pero cuando su hermano ocupó la silla del poder se encontró con la
sorpresa de que no había preceptos definibles y que la única regla
respetada era improvisar arbitrariamente para salir a flote cada día. El
fidelismo, a falta de mandamientos puntuales, no tendría oportunidad de
continuidad.
El paternalismo de Estado empezó a ser mal visto, se desmontaron los
experimentos incosteables como las Escuelas en el Campo, los comedores
obreros y las plantillas infladas con que se exhibía el pleno empleo. Se
empezó a hablar de dar por terminado el sistema de racionamiento y las
gratuidades indebidas, se redujo al mínimo el programa de médicos de la
familia y comenzó una campaña para reducir los gastos en Salud Pública.
Desapareció aquel ministerio fantasma de la Batalla de Ideas y se
desmovilizó, sin hacer ruido, la tropa de trabajadores sociales. Otros
megaproyectos como la llamada Operación Milagro, la Revolución
Energética, la municipalización de la enseñanza universitaria, las
clases por televisión, los profesores emergentes y, más recientemente,
la Universidad de Ciencias Informáticas, se han esfumado o han visto
menguadas sus aspiraciones.
Hasta los restaurantes vegetarianos, inaugurados a bombo y platillo como
una brillante idea del líder, fueron cerrados sin ofrecer una
explicación. Para desconcierto del ya retirado ilusionista la ausencia
de bienes subvencionados, otrora distribuidos con arreglo a los méritos,
ocasionó una brusca devaluación de la lealtad política. Ahora para
comprar un electrodoméstico bastaba con tener dinero real. ¡La moneda
invisible había desaparecido! En los últimos minutos en que se redactaba
este comentario Raúl Castro anunció una Reforma Migratoria que aunque
superficial e incompleta, ofrecía la señal de que "Aquel" que nunca
quiso ceder en ese terreno ya no tenía poder para impedirlo.
Si pasamos por alto algunos preceptos hace tiempo ya olvidados, como la
idea de edificar el socialismo y el comunismo al mismo tiempo o el
paradigma de "construir riqueza con conciencia", considerados en su
momento como "aportes del fidelismo" a la doctrina marxista; si le
perdonamos su tan divulgada definición de Revolución, a la que Lenin le
hubiera dado una nota de desaprobado, hay que concluir que, por su falta
de consistencia teórica, el fidelismo no amerita clasificarse como una
doctrina, sino más bien como una forma de hacer las cosas; un estilo,
cuya resistencia a reglas preconcebidas constituyó su principal fuente
de libertad operacional, pero que terminó siendo el mayor impedimento
para quienes hubieran querido tener en el fidelismo una brújula inequívoca.
En el ocaso de su vida, alejado ya del lodo de la práctica y con todo el
tiempo a su disposición, el hombre de acción tuvo la oportunidad de
mostrarse como un sabio. Sus más fieles adeptos se quedaron esperando
las flores de su pensamiento, pero en sus Reflexiones solo hubo
hojarasca y, al final, puro delirio.
La improvisación, el voluntarismo, la intransigencia, el desprecio a la
teoría, el relativismo ético, el monopolio de la información, el afán
por encontrar recetas mágicas para solucionar rápida y definitivamente
problemas antiguos y profundos, la creación de jerarquías paralelas, la
alergia a la institucionalidad, el pernicioso "espíritu deportivo" de
pretender vencer a toda costa, no fueron componentes casuales de una
personalidad extraviada, sino fórmulas preconcebidas con un propósito
inclaudicable: conservar el poder. Donde para mantener ese poder —tomado
por las armas— no bastaron los trucos del encantador de serpientes, los
indiscutibles recursos carismáticos del líder, allí asomó la represión.
La fuerza, la brutal y la inteligente. La voluntad de exterminio contra
todo opositor, que ha sido, en última instancia, el único legado del
fidelismo que se mantiene hasta hoy.
Si este procedimiento se hubiera limitado a una empresa comercial, una
tendencia artística o una tarea científica en una rama específica, no
hubiera trascendido como lo hizo el fidelismo. Lo trágico es que dichas
tácticas se experimentaron durante medio siglo sobre una nación moderna
del mundo occidental y que repercutieron más allá de las fronteras de la
Isla. Por suerte, la pesadilla termina, ya estamos despertando.
http://www.diariodecuba.com/cuba/13579-que-fue-el-fidelismo
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