Revolución es destruir
Martes, Agosto 7, 2012 | Por David Canela Piña
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -Si alguna moraleja puedo
transmitirles a los que todavía sueñan con hacer una revolución futura,
como solución radical a sus problemas nacionales, es que revolución es
destruir –aunque diga lo contrario el letrero que está en la cima del
Ministerio de la Construcción. Siempre ha sido así, desde la Revolución
Francesa. Una revolución no se planifica, estalla; y generalmente está
más concentrada en destruir las formas del status quo precedente,
derribando y profanando sus símbolos principales, que en labrar los
campos de la utopía.
El objetivo último de cualquier revolución es expandir las libertades,
darles cuerpo y plenitud de alma. Sin embargo –por esas paradojas de la
historia– las revoluciones suelen estar más asociadas a los períodos de
terror e incertidumbre ciudadana, y el miedo se alterna con la
ensoñación política. El punto culminante de cualquier revolución es la
primera gran victoria. Luego vienen las represalias, las divisiones, las
persecuciones, el endiosamiento, las purgas, la nueva hegemonía. Cuba no
ha sido la excepción.
La Revolución Cubana tuvo su apoteosis durante la primera semana de
1959. Después del arribo de Fidel Castro a La Habana, comenzó a
petrificarse la Revolución, y a fracturarse la sociedad: el poder se fue
concentrando en nuevas manos, y fue condensándose, como un agujero
negro, que se lo tragaba todo. La espontaneidad de la vida civil fue
retrocediendo, paso a paso, ante la injerencia y la planificación del
gobierno.
La Revolución Cubana, la verdadera, tuvo tres momentos de ruptura
esencial, o desintegración de su espíritu libertario: cuando la
"ofensiva revolucionaria" de 1968, que condenó a todo el pueblo a
depender del Estado; cuando el primer congreso del Partido Comunista de
Cuba, y su posterior Constitución de 1976, por la cual se inmovilizaron
todas las estructuras políticas de la sociedad; y cuando se abandonó el
socialismo en Europa del Este, tras lo cual se debilitó el ideal
paradisíaco, y nació la praxis de la supervivencia. En este caso, la
"traición" fue no haber declarado el fin de la Revolución mesiánica,
sino continuar enarbolando un proyecto a sabiendas fracasado.
Sin embargo, el único argumento que aceptaría como evidencia de que la
Revolución no ha terminado aún, es que la destrucción no ha cesado. El
día que vea renacer a este país de sus cenizas –o mejor dicho, de sus
ruinas– sabré que la Revolución terminó.
El pasado viernes 20 de julio se proyectó en el espacio "Cine a toda
costa", organizado por el proyecto Estado de SATS, el documental
"Habana: el nuevo arte de hacer ruinas", realizado por unos cineastas
alemanes en el año 2005. Junto a los testimonios de personas que
habitaban en construcciones ruinosas de la capital, aparece una
entrevista en tono reflexivo al poeta Antonio José Ponte, quien teoriza
sobre la decadencia de la ciudad y sus habitantes.
De su charla, resumo dos ideas muy interesantes. Como la ciudad es el
espejo del alma de sus moradores, ella los describe, pero también los
afecta. Una ciudad ruinosa está habitada por almas ruinosas. Y lo peor,
es que el arruinamiento (económico, moral y psicológico) se acepta como
un proceso indetenible. Decía el escritor, que actualmente reside en
España, que al quitarles a los cubanos el derecho de cambiar su propia
casa, su espacio vital, se anulaba indirectamente la creencia de poder
cambiar el sistema político. Es evidente: si nadie puede cambiar el
espacio físico, pequeño y cercano de su vivienda, ¿cómo puede intentar
cambiar el mundo, ancho y ajeno, o remodelar una estructura social y
política?
Creo que el Ministerio de la Construcción, cuyo nombre es un eufemismo,
debería volver a llamarse Ministerio de Obras Públicas, pues salvo
algunos hoteles, policlínicos, y edificios de "bajo costo" –que es la
construcción más desarrollada que ha existido en Cuba, después del
bohío– apenas se nota su actividad de producción urbana. Y las nuevas
viviendas suelen compensar sólo una parte de las que destruyen los
huracanes. El papel de imaginar y diseñar la ciudad debe serle
restituido a los arquitectos, y debe permitirse la iniciativa de
empresas inmobiliarias que respondan más a los intereses de la comunidad.
Se acerca el Censo de Población y Viviendas del año 2012, y me dispongo
a dudar –o para ser más sincero, a descreer– de cualquier estadística
que informe sobre supuestas mejorías en los índices de desarrollo
constructivo del país, pues todo el mundo sabe, al menos en La Habana,
que la ciudad se está cayendo a pedazos, día por día, con un mutismo
casi absoluto por parte de los medios de información oficiales. Una
década después del último censo nacional, la debacle se ha acrecentado.
Mientras tanto, seguimos esperando… que un milagro pase.
http://www.cubanet.org/articulos/revolucion-es-destruir/
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