La tierra para el que la trabaja
Fernando Ravsberg | 2012-05-17, 12:05
Esta semana se conmemora un aniversario de la firma en Cuba de la Ley de
la Reforma Agraria, que transformó la vida de decenas de miles de
familias campesinas sumidas en la más dura miseria, según revelaba una
encuesta de la Agrupación Católica Universitaria en 1957.
Los trabajadores agrícolas dejaron de recorrer los caminos buscando
trabajo en las cosechas y se establecieron en fincas propias de donde ya
nadie los podría volver a expulsar, sus hijos tuvieron acceso a la
escuela y ellos mismo fueron alfabetizados.
Sin embargo, pronto el gobierno revolucionario creyó que la
colectivización agraria se correspondía más con su ideología que las
parcelas individuales. Presionaron a los campesinos para sumar sus
tierras a las granjas estatales o a las cooperativas, controladas
también por el Estado.
El koljoz soviético se impuso en Cuba a pesar del pobre resultado que
había tenido en los países socialistas europeos. Don Ramón Labaut, el
abuelo comunista de mi esposa, entregó su tierra gustoso, pero Narváez
Arias, su yerno, decidió continuar al viejo estilo.
Hace unos años subimos las montañas y vistamos las fincas, la del abuelo
está comida por los bejucos. La de los Arias en cambio produce tanto
café como para que Narváez se haya construido una buena casa en el
pueblo y viva retirado mientras sus hijos siguen sembrando las lomas.
Don Alejandro Robaina, el tabaquero, fue otro de los campesinos
rebeldes, se negó en redondo a entregar las tierras que habían sembrado
su padre y su abuelo. Décadas después el propio Fidel Castro acudió a él
para averiguar cómo lograba semejante rendimiento y calidad.
Don Alejandro era un hombre sin pelos en la lengua así que le respondió
que si Cuba quería desarrollar una buena cosecha tabaquera, la única
forma era volver a entregar las tierras a los campesinos. Y la vida
demostró que tenía razón.
En los años 80, Fidel Castro le recomienda al líder del PC francés,
George Marchais que "no se les ocurra socializar la agricultura. Dejen
en paz a los pequeños productores, no los toquen. Si no, pueden decir
adiós al buen vino, a los buenos quesos y al excelente foie gras"(*).
Sin embargo, durante 2 décadas más se insistió en buscar inútilmente
nuevas formas de colectivización que superara la productividad de los
pequeños campesinos. No fue hasta el 2008 que se decidió entregar
tierras a los guajiros y a otros que sin serlo también apostaron por esa
vía.
De inmediato la burocracia se puso a trabajar: les prohibió construir
casa en la finca, les prohibió importar maquinaria, puso precios
disparatados a las pocas herramientas que les vendieron y los obligó a
distribuir mediante Acopio, el organismo estatal famoso por su ineficiencia.
A pesar de todos los obstáculos los guajiros limpiaron a machete las
tierras de marabú, levantaron la producción y dejaron al país
preguntándose de que serían capaces si les dieran libertad de decidir,
les vendiesen insumos o les permitieran comprar camiones para distribuir
sus productos.
Conocí a un funcionario jubilado del Ministerio de Comercio Exterior que
recibió una parcela en las afueras de La Habana y ahora cría puercos con
un éxito tremendo, siembra el mismo los alimentos de sus animales y
cocina el sancocho con biogás producido con las heces.
La agricultura es un trabajo duro pero en Cuba tiene cierto atractivo.
Los pequeños campesinos no solo gozan de acceso a la educación y a la
salud, también se convirtieron en uno de los sectores de la población
con más dinero, un caso raro en América Latina.
De todas formas la escasez de agua y el desgaste de las tierras hacen
difícil que la agricultura logre abastecer las necesidades totales del
país. Incluso antes de 1959, con la mitad de la población, Cuba
importaba grandes volúmenes de alimentos.
Un día pregunté a un campesino si era cierto que la tierra cubana
produce todo lo que le siembren, se sonrió con astucia y dijo "sí, si se
trata de productos tropicales, si la enriqueces con fertilizantes, si la
fumigas con plaguicidas, si le aplicas herbicidas y si le instalas
sistemas de riego".
Difícilmente Cuba pueda convertirse en el vergel con que sueña el
imaginario popular pero tampoco tiene por qué continuar siendo una
tierra plagada de hierbas malas, con un rendimiento productivo mucho
menor que el que tenía hace medio siglo.
La entrega de tierras empieza a dar sus primeros frutos pero para
hacerla avanzar más se necesitará eliminar las restricciones tontas
impuestas por una burocracia agropecuaria ineficiente que debería ir
desapareciendo junto al modelo agrícola que la engendró.
Si hace 53 años los campesinos cubanos levantaron la consigna de "¡la
tierra para el que la trabaja!", hoy deben comprender que no basta solo
con eso, también hacen falta recursos y, sobre todo, poder de decisión
para participar en el diseño de las políticas agrarias.
(*) Libro "Cien horas con Fidel", autor Ignacio Ramonet.
http://www.bbc.co.uk/blogs/mundo/cartas_desde_cuba/2012/05/la_tierra_para_el_que_la_traba.html
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