Mudanzas
Gracias a la muda, dejamos de ser mudos, o de hablar mediante persona
interpuesta: el líder con salvoconducto para verter nuestras palabras
impronunciadas en el molde la de unanimidad (y no es una nimiedad)
Luis Manuel García Méndez, Madrid | 20/04/2012 10:43 am
El término mudanza se refiere a lo que en América y Andalucía conocemos
como mudada. Quizás nuestra mudada venga de la isla de El Hierro, en las
Canarias, donde se conoce como "las mudadas", "los cambios de domicilio
que numerosos herreños realizaban a lo largo del año (…) por diferentes
razones: de una parte el mejor aprovechamiento de los pastos para el
ganado, de otro estos cambios coincidían con la realización de las
faenas agrícolas y también en busca de unas mejores condiciones
climáticas", según cuenta Venancio Acosta Padrón.
Y, efectivamente, quienes hemos optado por el éxodo (exilio, emigración,
destierro o como cada cual quiera llamar a su propio ejercicio
diaspórico), nos hemos desplazado, entre otras razones, en busca de
mejores pastos y de mejores condiciones climáticas, entendida la
meteorología en sentido amplio.
Añade Acosta Padrón que los herreños trasladaban "los escasos enseres
necesarios para pasar la temporada en el sitio de la mudada, utilizando
para ello los burros como animales de carga", lo cual nos diferencia,
porque nosotros hemos sido nuestros propios burros.
También el diccionario de la RAE contempla otras acepciones de mudada:
"cambio de traje", mudada de la "epidermis de los ofidios", y de ello
también hay, porque tras la mudada de ecosistema suele observarse la
conversión de comunistas más ortodoxos que Brezhniev al neoliberalismo
militante. Incluso no es raro que los intransigentes del castrismo
sufran en un vuelo de nueve horas, o de cuarenta y cinco minutos, una
radical conversión a la intransigencia anticastrista. No tan asombrosa
si consideramos que su verdadera ideología no es el adjetivo, sino el
sustantivo: la intransigencia, que durante decenios nos han vendido como
virtud, escamoteando que es sinónimo de intolerancia.
Como el término "mudanza" es el que se emplea en la península, el
diccionario de la RAE le añade muchas acepciones, desde la
"inconstancia", "portarse con inconsecuencia, ser inconstante en
amores", "cierto número de movimientos que se hacen a compás en los
bailes y danzas", etcétera. Y algo de ello hay en toda mudada.
Desde luego, cada mudada o mudanza es una muda: cambio de domicilio, de
país, de casa, de costumbres, de idioma. Como la muda de las aves cuando
renuevan su plumaje, o la muda de ropa interior que en ocasiones
equivale a enfundar la conciencia en calzoncillos nuevos. La mudada
puede ser como aquel "tránsito o paso de un timbre de voz a otro que
experimentan los muchachos regularmente cuando entran en la pubertad".
El tránsito entre un tono atiplado, chillón (consignas, lemas), al tono
grave que mejor se acomoda a la categoría de solista en un mundo donde
cada cual es dueño de sus palabras. Gracias a la muda, dejamos de ser
mudos, o de hablar mediante persona interpuesta: el líder con
salvoconducto para verter nuestras palabras impronunciadas en el molde
la de unanimidad (y no es una nimiedad).
Como algunos saben, acabo de mudarme, razón por la que he estado ausente
de estas páginas durante algunas semanas. Un enroque corto: no he
cambiado de país, de ciudad, ni siquiera de barrio, pero aun así toda
mudada es una pequeña revolución. Toca donar a la biblioteca más cercana
los libros que no leeremos de nuevo (o que no leeremos); podar la
papelería de documentos inútiles; descubrir objetos que han pasado a la
categoría de lastre pero ni siquiera contribuyen a la navegación.
Y es también ocasión de reencontrarnos con el yo que fuimos y que en
buena medida habíamos olvidado: poemas impublicables, cartas de amor,
buenos propósitos en viejos planes de trabajo que nunca llegamos a
cumplir, ideas desvanecidas que recobran protagonismo. Una colección de
espejuelos caducados demuestra que ahora vemos peor, lo que no significa
que veamos menos.
Si el exilio es la gran mudada de nuestras vidas, el que trastoca todas
las coordenadas, cada mudada es también un exilio bonsái que reacomoda
el pasado a un nuevo espacio, pero también a un nuevo tiempo. Como los
cangrejos ermitaños que al crecer abandonan su vieja concha y vagan
desnudos hasta encontrar otra concha vacía de su talla, ya no seremos
los mismos, o no lo pareceremos.
Y todo esto para decir que mudarse es una desgracia, pero también una
oportunidad. Como el exilio.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/mudanzas-276005
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