Lunes, Abril 2, 2012 | Por Frank Correa
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -En el barrio marginal La
aldea, del municipio habanero Playa, un cuentapropista apodado Coquito,
tuvo que cerrar la semana pasada su restaurante particular debido a los
altos impuestos y la poca afluencia de clientes.
Con la apertura económica a la actividad privada permitida por el
gobierno en 2011, miles de puestos de ventas de alimentos y
restaurantes se activaron en todos los barrios del país, algunos de
estos nuevos negocios necesitaron inversiones de dinero y recursos
constructivos, pero ya muchos han tenido que cerrar, como es el caso
del restaurante de Coquito, que construyó un ranchón de guano en el
patio de su vivienda para vender comida criolla.
Enclavado el restaurant en una oscura callejuela en la parte más
intrincada del suburbio, Coquito tenía de empleados a un cocinero,
una mesera y un portero, además pagaba comisión a las personas que
le llevaran comensales. Los precios de los platos eran muy altos,
única forma de recuperar la inversión y confrontar los montos del
tributo al estado y la licencia; pero en sus tres meses de
funcionamiento el restaurante solo fue visitado por algunos
nacionales, y dos extranjeros: un brasileño y un jamaicano.
A pesar del buen servicio y la calidad de la comida, los clientes
nacionales se quejaron de los altos precios y no regresaron nunca más,
en cambio los visitantes foráneos conducidos hasta allí por individuos
naturales de La aldea que buscaban ganarse la comisión, se asustaron
por la gran pobreza del barrio y el estalaje de sus moradores, aunque
el portero les garantizó el cuidado de sus autos, no comieron
tranquilos temiendo un atraco.
El brasileño le confesó a Coquito, que no había visto nada más
parecido a las favelas de Río de Janeiro, que aquella callejuela
repleta de casuchas miserables. Después de comer le pidió que lo ayudara
a salir y no se sintió calmado hasta llegar bajo las luces de Quinta
avenida. Por su parte el jamaicano, que poseía un pequeño restaurante
en Kingston, no creía que aquel negocio prosperara, sin una vista
atractiva y en un lugar tan apartado. También solicitó auxilio a la
hora de marcharse.
En Cuba, los cuentapropistas que se lanzaron a abrir negocios sin
vocación empresarial ni experiencia en los trajines gastronómicos, solo
como válvula de escape para paliar la crisis económica y social
imperante, han chocado con disímiles escollos que atentan contra el
desenvolvimiento de una actividad que en otras partes del mundo se
desarrolla sobre bases sólidas, como son la tradición familiar, la
posibilidad de acceder a créditos razonables, impuestos apropiados, un
mercado mayorista para adquirir insumos y las facilidades contractuales
individuo-estado.
La quiebra del restaurante de Coquito fue vaticinada desde su apertura
por José, un cuentapropista de experiencia, vecino también de La
aldea, que en la década de los noventa abrió un restaurante parecido
que nunca prosperó y finalmente lo llevó a la ruina. Para pagar todas
las deudas contraídas en su aventura, Pérez tuvo que vender muchos
bienes personales, una salida que ineludiblemente deberá asumir
Coquito, que por su negocio fallido está endeudado hoy hasta los huesos.
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