Lunes, Abril 2, 2012 | Por Augusto Cesar San Martin
LA HABANA, Cuba, abril, www.cubanet.org -Después de doce años, Josvany
tuvo que vender el bicitaxi. Más de una década pedaleando le afectó las
rodillas.
En la angustia del desempleo, un amigo le consiguió una plaza, por la
izquierda, en un almacén de la corporación Habaguanex. Cuando el
gobierno anuncio el despido masivo de trabajadores, volvió a quedar sin
trabajo. Mantener a su madre, esposa e hija le exigía algo más que los
estudios que había desarrollado para graduarse de contador.
Para enfrentar la situación, sumó los ahorros familiares, compró un
carrito de vender granizado, y solicitó la licencia de vendedor
ambulante. Al menos esperaba con ese trabajo ganar suficiente para
alimentar la familia. La sed que provoca el calor tropical aseguraría la
venta de granizado, a 2 pesos el vaso. Si se esforzaba, podía ganar 200
pesos diarios, calculó.
El primer obstáculo fue que el Estado no vende los bloques de hielo a
particulares. A través de otro granizadero, logró el contacto para
comprarlos en una cafetería estatal. Todos los días, a las 6:00 am, debe
buscar las 30 libras de hielo, por las que paga 20 pesos.
Como no puede costear el dólar que cuestan 50 vasos desechables en los
comercios del gobierno, buscó opciones. "Ajustó" con un dependiente de
gastronomía estatal la compra de 100 vasos por un dólar.
Aunque no hay de sabores variados, el sirope con el que prepara la
bebida lo compra en el mercado oficial, a 10 pesos el litro. Para
ofrecer variedad a los clientes, acude al mercado negro, que se abastece
de las fábricas de refrescos estatales.
En el comienzo, todo resultó como esperaba. Vendía en las avenidas más
transitadas y se acercaba a las paradas de ómnibus, donde hay mayor
aglomeración de público.
Pero aparecieron los "inspectores integrales", y aumentaron los
inconvenientes. A los vendedores ambulantes les prohibieron vender en
las avenidas. Según las nuevas regulaciones, deben estar solamente en
calles secundarias, a más de 14 metros de distancia de las vías principales.
Josvany fraguó un plan. Se apostó en la esquina de una de las calles
que atraviesa la avenida donde antes vendía. De tal forma no puede
llegar al cliente, pero se sitúa a corta distancia, para que lo puedan
ver y la sed lleve a éstos hasta su carrito.
Su sorpresa fue cuando le impusieron una multa de 10 dólares por
permanecer en un mismo sitio. Esta vez los inspectores argumentaron que
la licencia de vendedor ambulante estipula que el vendedor sólo puede
detenerse en el momento preciso de la venta.
¨El carrito de granizado pesa 70 kilogramos. Si me paso el día
empujándolo, tengo que comerme la piedra de hielo¨, protesta Josvany. Y
añade: ¨Lo que más me molesta es que los granizaderos estatales sí
pueden vender donde quieran, o permanecer todo el día en el mismo sitio¨.
Pero el persistente Josvany concibió otro plan. En las mañanas, su
esposa se para en una esquina de la avenida, a vigilar a los
inspectores. Al mediodía, la madre le lleva el almuerzo y releva a la
esposa en el puesto de vigilancia. Cuando estas le avisan de la
presencia de inspectores, Josvany retrocede con el carrito, para después
simular el movimiento hacia adelante. Está decidido a redoblar la
vigilancia y continuar sorteando las limitaciones del trabajo por cuenta
propia, que el mismo gobierno que lo aprobó parece decidido a asfixiar.
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