Una ilusión sin porvenir
Alejandro Armengol
Sorprende el afán de los marxistas cubanos por encontrar asideros en un
mundo que sobrevive en medio de las ruinas. Habitan un país con un
sistema que no llegó a derrumbarse –como ocurrió con el socialismo en
Europa Oriental–, pero que lo único que ha logrado es una salvación
fragmentada. Alguien con un convencimiento verdadero en la existencia de
un porvenir para el socialismo –no viene al caso referirse a los
montones de oportunistas– se enfrenta a la paradoja de vivir en una
nación cada vez más alejada de este sistema político. Al tiempo que su
vida es regida por un gobierno alabado como símbolo de la resistencia
anticapitalista, encuentra que mencionar esa resistencia es uno de los
pretextos más socorridos para no emprender las transformaciones
imprescindibles para salir de la crisis económica y social en que está
inmersa la Isla. Al final, la retórica que impide hablar de reformas y
cambios, y se limita a señalar una pálida actualización es un cubo de
agua fría que cae a diario sobre los cubanos. Da la impresión que sus
planteamientos sobre el futuro resultan más bien una racionalización
para justificar el aferrarse al pasado.
En primer lugar, en Cuba nunca ha existido socialismo. Fidel Castro, por
conveniencia política circunstancial, jugó la carta de situar su
gobierno dentro del campo del comunismo soviético. Lo demás son
diferencias, matices que vale la pena estudiar y semejanzas bastante
conocidas. El comunismo –tal como se conoce y como se puso en práctica
en la desaparecida Unión Soviética– es un sistema malsano por
naturaleza, como en su momento lo fue la esclavitud. No tiene ni nunca
tuvo salvación. El engendro que llevó a la práctica Vladimir I. Lenin
fue el de un sistema totalitario cruel e inhumano. Desde hace largas
décadas muchos defensores del comunismo han buscado en las
características personales lo que no es más que el fundamento de un
programa que desprecia al individuo y encadena a toda una sociedad bajo
un mando despótico. En lo que se refiere a forma de gobierno, Stalin no
fue ni un desvío torpe y sanguinario, ni tampoco el hijo putativo de
Lenin. El estalinismo fue el fruto y el logro de la práctica leninista.
Por supuesto que existen diferencias tácitas y estratégicas entre el
modelo adoptado por el primero, al inicio de la revolución rusa, y la
puesta en marcha después por el segundo de una teoría centrada en la
URSS y fundamentada en un nacionalismo ajeno a los planteamientos de
Lenin, pero en cuanto a la maquinaria del poder, esta comenzó a
edificarse tras la toma del Palacio de Invierno. Hay quizá una paranoia
y un antisemitismo propios de Stalin que llenan su biografía, pero sólo
en algunos aspectos particulares podrían trazarse diferencias. Lo demás,
es aplicar al estudio de la historia una de las mejores tramas
novelescas jamás creadas: Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Considerar al estalinismo como una desviación del comunismo, y no como
el resultado a partir de su esencia, es un argumento repetido una y otra
vez en las argumentaciones que muchos marxistas cubanos continúan
sosteniendo. Tal asidero –que ya no resulta conflictivo como años atrás–
encierra una esperanza que en un futuro justificaría trasladar igual
tesis a la mayor parte del mandato de Fidel Castro o incluso de su
hermano. Así, todo se limitaría a definir el momento de desvío dentro
del proceso revolucionario cubano y a partir de ahí hablar de un Fidel o
un Raúl similares a Stalin, pero al mismo tiempo salvaguardando el ideal
leninista.
Cualquier estudioso del marxismo que trate de analizar el proceso
revolucionario cubano descubre que se enfrenta a una cronología de
vaivenes, donde los conceptos de ortodoxia, revisionismo, fidelidad a
los principios del internacionalismo proletario, centralismo
democrático, desarrollo económico y otros se mezclan en un ajiaco
condimentado según la astucia de Fidel Castro. No se puede negar que en
la isla existiera por años una estructura social y económica –copiada
con mayor o menor atención de acuerdo al momento– similar al modelo
socialista soviético. Tampoco se puede desconocer la adopción de una
ideología marxista-leninista y el establecimiento del Partido Comunista
de Cuba (PCC) como órgano rector del país. Todo esto posibilita el
análisis y la discusión de lo que podría llamarse el "socialismo cubano".
Cuba sigue siendo una excepción. Se mantiene como ejemplo de lo que no
se termina. Su esencia es la indefinición, que ha mantenido a lo largo
de la historia: ese llegar último o primero para no estar nunca a
tiempo. No es siquiera la negación de la negación. Es una afirmación a
medias. No se cae, no se levanta.
Por eso la pregunta de ¿por qué no se cayó el socialismo cubano? puede
ser respondida en parte con otra interrogante: ¿qué socialismo? Y luego
complementada con otra más correcta: ¿por qué no se cayó el castrismo?
La desaparición de un caudillo no es igual a la de un sistema. En Cuba
el PCC nunca ha funcionado como una estructura monolítica de poder real,
que actúa con una verticalidad absoluta, sino era y es más bien un
instrumento de poder del gobernante
Son muchas las contradicciones en que viven quienes aún defienden una
vía socialista para la Cuba del futuro. Quizá la más importante es que
la cúpula de gobierno que dice constituir la principal garantía para
impedir el establecimiento de un capitalismo, al estilo norteamericano,
es a la vez el principal obstáculo a la hora de buscar soluciones de
acuerdo a un pensamiento revolucionario.
http://www.elnuevoherald.com/2012/02/20/v-fullstory/1130002/alejandro-armengol-una-ilusion.html
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