Martes, Febrero 14, 2012 | Por Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -Tras recorrer casi toda
Europa, once países de África, diez de Asia y viajar por América desde
New York hasta Buenos Aires, las hermanas Ana y Arancha, naturales de
Oviedo, Asturias, España, decidieron aterrizar en La Habana y conocer
otros lugares de la isla más grande del Caribe, donde uno de sus abuelos
llegó como inmigrante y prosperó lo suficiente para enviar "los cuatro
pesos mensuales a la familia" y retornar a la Península a los 28 años
como un hombre de éxito.
"Cuba era para nosotras una asignatura pendiente. Al abuelo le fue muy
bien acá, obtuvo algunas propiedades inmobiliarias que rentaba en la
Habana Vieja y contribuyó como afiliado a los fondos de la Sociedad
Asturiana. En casa tenemos montones de cartas y fotos de su estancia
insular, pero esto ha cambiado mucho y la realidad contradice los
recuerdos que nos acompañaban".
Como en apenas tres semanas es casi imposible "mirar la isla", las
hermanas –de 60 y 63 años- se armaron de mapas y, acompañadas por una
amiga de Valencia que ha venido cinco veces, reajustaron su hoja de ruta
a La Habana, el Valle de Viñales en Pinar del Río, el balneario de
Varadero en la provincia de Matanzas y la pequeña ciudad colonial de
Trinidad al centro sur. Santiago de Cuba quedó para otra vuelta invernal.
Luego de deambular por varias plazas, parques y museos del Casco
Histórico, las turistas españolas recorrieron en "coches viejos" –los
llamados "almendrones", de más de medio siglo- las calles Malecón,
Línea, 23 y otras zonas del Vedado, "lo más moderno pero detenido en los
años cincuenta".
A Ana le impresionó, más que la arquitectura habanera, la exuberancia
natural del Valle de Viñales y la transparencia de las aguas de
Varadero, aunque cree que los servicios ofrecidos por los empleados del
Hotel Allegro, ocupado por italianos, son una mezcla de la gracia de los
cubanos y el espíritu farrullero de los italianos, cuya gritería suele
caer bien a los guías de los bus, quienes opinan que solo los turistas
españoles "se quejan".
Arancha, por su parte, quedó impresionada por "la suciedad de las calles
malolientes de La Habana, el estado ruinoso y contaminante de los
coches, más apropiados para poblar un cementerio de autos que para
transportar ciudadanos de un extremo a otro de la capital", lo cual le
sorprendió porque "contradice las declaraciones de las autoridades
cubanas en torno al medio ambiente y el calentamiento global".
A la amiga de ambas, cautivada por el azul del cielo, la suavidad del
invierno tropical y la belleza de las palmeras y cocoteros de Cuba, una
vez más le enervó "el bullicio de la ciudad y la indolencia de los
sobrevivientes de esta ínsula, atrapados bajo una dictadura eterna y sin
sentido, que aburre hasta el mismísimo Dios".
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