Martes, Febrero 14, 2012 | Por Orlando Freire Santana
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -Gradualmente se van apagando
los ecos de la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista. Atrás
quedaron los debates en las cuatro comisiones de trabajo, la resolución
final, el discurso de clausura, pronunciado por Raúl Castro, así como
las expectativas no satisfechas de los que esperaban cambios
significativos para la sociedad cubana.
Sin embargo, un análisis detenido de las palabras del
general-presidente, indica el sesgo democratizador que intenta
imprimirle a su gestión de gobierno.
En condiciones de partido único, Raúl opina que es necesario fomentar un
clima de confianza que propicie un amplio intercambio de opiniones,
tanto en el seno de la organización, como en sus vínculos con el resto
de los ciudadanos.
Aboga porque los medios de comunicación masiva brinden una información
fidedigna y oportuna; solicita que las verdades sean dichas de frente y
mirándose a los ojos, en el momento adecuado, en las reuniones y no en
los pasillos; arremete contra las actitudes simuladoras y oportunistas
de muchos militantes; y alaba la disposición de la cúpula partidista de
continuar rectificando los errores que se cometan.
Claro, se trata de la democracia de Raúl, lo máximo que él está en
condiciones de ofrecer. No asistimos aún a las transformaciones
políticas que demanda la mayoría de los cubanos.
Porque siempre he pensado que, si algo vamos a heredar de la influencia
soviética, es la manera de acceder al desmontaje del sistema
totalitario. Allí hubo que esperar a que el poder estuviese en manos de
alguien no vinculado con los grandes hechos históricos, como la
Revolución de Octubre o la Gran Guerra Patria. No hicieron Stalin, ni
Jruzchov, ni Brezhnev. Hubo que aguardar por Gorbachov. Aquí no lo hará
nadie que guarde relación directa con el Moncada, el Granma o la Sierra
Maestra.
Lo sabe perfectamente Raúl Castro, y por eso es el celo y la lentitud
con que preparan a los posibles sucesores. Al extremo de que en este
momento no se vislumbra con claridad quién o quiénes serán los
continuadores de la generación histórica. Esa zozobra, más allá de
cualquier otro lance circunstancial, fue la verdadera causa de la
defenestración de hipotéticos reformistas, como Aldana, Lage, Pérez
Roque, Robaina y otros.
Por supuesto que más tarde o más temprano llegará la auténtica
democracia a nuestra isla. Y una de las primeras medidas que de seguro
adoptarán los nuevos gobernantes será la eliminación del sistema
unipartidista.
De esa forma podremos limpiar la mancha vertida sobre la figura de José
Martí. Porque no es lo mismo fundar un partido para enfrentar una
guerra, que pretender que ese partido tiranice a toda la sociedad,
durante más de medio siglo, una vez concluida la contienda. Y no es que
el multipartidismo, por sí solo, garantice la plena democracia. Pero no
es posible la democracia con un solo partido.
Cuando llegue ese momento, el único consuelo que albergaría la
generación histórica es que, tal vez, sus integrantes ya no estarán en
este mundo para ver lo que suceda. Aplicarían entonces la máxima que se
le atribuye al monarca francés Luis XV: "Después de mí, el diluvio".
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