La necesidad de coherencia emocional
Carlos Alberto Montaner
Madrid 23-02-2012 - 9:13 am.
DDC adelanta la intervención del autor en la II Jornada sobre Derechos
Humanos, Sociedad Civil y Homosexualidad en Cuba, que se inicia hoy en
Madrid.
Le agradezco a la asociación Colegas de Madrid, dedicada a defender en
España los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales, y a
su presidente, el señor Rafael Salazar, la generosa iniciativa de
propiciar esta jornada sobre derechos humanos y homosexualismo en Cuba.
Se trata de un tema extremadamente importante, dado que en Cuba, como
sucede en todas las sociedades totalitarias, las personas que tienen una
orientación sexual diferente a la que prescribe el gobierno, suelen
padecer diversos grados de discriminación, rechazo y, en definitiva,
homofobia.
Cuba debe haber sido el único país de América Latina que ha enviado a
los homosexuales —al menos a miles de ellos— a campos de trabajo forzado
para reeducarlos, modificar su conducta y traerlos al buen vivir
revolucionario, mediante el proceso purificador de cortar caña o sembrar
boniatos de sol a sol, bajo los maltratos inclementes de militares
especialmente sádicos.
Y no se diga que fue un fenómeno aislado ocurrido en los años 60 del
siglo pasado, cuando el régimen acababa de comenzar y era dirigido por
unos jóvenes barbudos, inexpertos y escasamente educados, prisioneros de
cierta mentalidad rural teñida por el machismo.
En 1980, durante el éxodo de Mariel, tras más de veinte años de
gobierno, los Castro expulsaron de Cuba a miles de homosexuales
calificados como "escoria". Previamente, fueron vejados por turbas
fanáticas alentadas por la policía política que organizaron unos
repugnantes pogromos contra ellos.
La mejor prueba de lo que la cúpula dirigente cubana pensaba de los
homosexuales es que, junto a ellos, y en los mismos botes, embarcaron
rumbo a Estados Unidos a muchísimos asesinos, locos y hasta un pobre
leproso. Para el gobierno cubano, un homosexual era indistinguible de un
asesino, un loco o un leproso. No había diferencias.
Los nazis, con su perverso sentido de la organización, antes de
encerrarlos o sacrificarlos, clasificaron a los judíos con una estrella
de David amarilla, a los homosexuales con un triángulo rosa y a
delincuentes de diversos tipos con triángulos verdes o de otros colores.
Los comunistas cubanos ni siquiera se tomaron ese siniestro trabajo.
Afortunadamente para la historia, los cineastas Néstor Almendros y
Orlando Jiménez-Leal dejaron filmado un excelente documental sobre este
tema, Conducta impropia, que estremece de horror a cualquier persona
decente que lo contemple.
Iusnaturalismo contra Iuspositivismo
En todo caso, mi intervención de hoy será más abarcadora y, aunque lo
incluye, excede al tema cubano y comienza remontándome a los griegos,
cuando se estableció un debate teológico que dura hasta nuestros días.
Me explico. Cuando los estoicos plantearon en Grecia, hace dos mil
trecientos años, que los seres humanos tenían derechos que no provenían
de la fratría o de la ciudad a la que pertenecían, sino que gozaban de
ellos por su especial naturaleza, inmediatamente se alegó que esos
derechos provenían de los dioses.
¿Si no los concedían los hombres, de dónde podían proceder si no era de
la voluntad de las deidades?
Cuando Occidente se hizo monoteísta, heredó el iusnaturalismo o derecho
natural postulado por los estoicos. Casaba perfectamente con la teología
judeocristiana. Un Dios omnipotente podía otorgar derechos que los
hombres no podían cancelar porque no habían sido concedidos por ellos.
Si Dios había creado a los hombres a su imagen y semejanza, esto los
hacía diferentes al resto de las criaturas. El iusnaturalismo era un
razonamiento perfecto … para los creyentes.
La Ilustración, que es de donde viene directamente nuestra organización
política y nuestra visión moderna del Estado, se organizó en torno a
esas benéficas suposiciones. La Declaración de Independencia de Estados
Unidos en 1776, y la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano de Francia en 1789, son dos claros ejemplos de la enorme
influencia del iusnaturalismo en la evolución política de nuestra
civilización.
Pero frente a esta tradición, poco a poco, fue ganando terreno el
iuspositivismo. Todo derecho era una concesión humana, porque derivaba
de leyes hechas por el hombre y, por lo tanto, ellos podían modificarlo,
sustituirlo o anularlo. Rousseau, aunque a veces se contradice, puede
ser considerado el padre del iuspositivismo y su Contrato Social una
fuente potencial de autoritarismo.
En todo caso, si se abandonaba el iusnaturalismo, la única barrera
defensiva era el constitucionalismo. Los pueblos, después de graves y
sangrientos enfrentamientos, habían logrado limitar la autoridad de los
monarcas, de la aristocracia y del clero. Simplemente, se reconocía la
existencia de ciertos derechos y se estipulaba que no se podía legislar
fuera de los límites de la Constitución. Esa era la coraza que protegía
los derechos individuales.
El problema es que las Constituciones podían ser abolidas o cambiadas
radicalmente por diversos medios, incluida la violencia, amparándose en
el discutible principio de que la Revolución es fuente de un nuevo orden
legítimo, destruyendo en ese acto cualquier suposición de que existían
derechos humanos imprescriptibles.
Esto es lo que ha sucedido en los regímenes totalitarios fascistas y
comunistas. La noción del iuspositivismo permitió la desaparición de los
derechos individuales y se subordinaron todos los derechos a la
consecución de los fines del Estado, definidos éstos por una minoría
poseedora de todas las verdades y dueña de todas las certezas. Ése ha
sido el origen de los mataderos contemporáneos sufridos por nuestra
especie en el siglo XX.
La coherencia emocional
¿Hay otra fuente moral capaz de alimentar la noción de que existen
derechos individuales inalienables? Esa es la crucial pregunta que deseo
responder en estos papeles.
Como toda legitimidad debe asentarse en una teoría razonable, a los
efectos del debate es fundamental poder defender la existencia de
derechos naturales sin necesidad de recurrir a Dios o a argumentos de
autoridad. Mi intención hoy es identificar y analizar la existencia de
otra necesidad, generalmente olvidada, a la que llamo coherencia
emocional. Asimismo, establecer que esa necesidad da origen y sustento a
la existencia de los llamados derechos naturales.
Nadie duda de que los seres humanos tienen ciertas necesidades básicas
absolutamente vitales. El oxígeno, el agua y la alimentación son tres
buenos ejemplos. No se les pueden negar estos elementos a las personas,
sin que ello se convierta en un crimen horrendo. No ha sido necesario
consignarlo en los textos legales porque es obvio, pero existe el
derecho tácito a respirar, a beber y a alimentarse. Quizás es a eso a lo
que se referían los clásicos cuando hablaban del "derecho a la vida".
Tampoco se les puede negar a las personas el derecho a la coherencia
emocional sin infligirles un daño cruel capaz de provocarles la mayor
infelicidad.
Debo comenzar, pues, por definir qué es la coherencia emocional y por
qué es fundamental poder gozar de ella.
La coherencia emocional es un estado anímico en el que nos sentimos en
paz con nosotros mismos cuando tomamos decisiones y adoptamos
comportamientos que se ajustan a nuestros valores, deseos y
preferencias. La felicidad tal vez sea exactamente eso. No radica
necesariamente en poseer objetos valiosos y vivir en casas lujosas, sino
en sentir una íntima armonía y satisfacción con nuestro yo interior.
De alguna manera, la coherencia emocional está en la base misma de ese
derecho a "la búsqueda de la felicidad" que proclamó John Locke y luego,
un siglo más tarde, reiteró Thomas Jefferson en la Declaración de
Independencia de Estados Unidos. "Conócete a ti mismo", es un viejo
consejo o mandato supuestamente inscrito en el templo de Apolo, en
Delfos, porque solo dentro de uno mismo se podía encontrar la felicidad.
"La felicidad —afirmaba Ayn Rand— es un estado de alegría sin
contradicciones".
No olvidemos que un estado anímico determinado —tristeza, amor,
atracción o repulsión físicas, melancolía, alegría, desazón,
repugnancia, odio, o la propia felicidad a la que aludimos— es el
resultado de la intrincada, pero instantánea confluencia física,
totalmente incontrolable, entre nuestra carga genética, la acción de
neurotransmisores y hormonas, y las informaciones, creencias y valores
que aporta la cultura en que nos desenvolvemos. Los estados anímicos,
dicho sea de paso, nos proporcionan grados de dolor y de placer. A veces
son tan gratos que quisiéramos que se prolongaran para siempre. A veces
son tan dolorosos que deseamos quitarnos la vida para no seguir sufriendo.
Cuando nos obligan a sostener criterios que íntimamente rechazamos,
cuando debemos adoptar actitudes que contradicen nuestros reales deseos,
cuando se nos prohíbe amar a quien queremos, o se nos exige amar a quien
no queremos, cuando nos fuerzan a militar en organizaciones que no nos
simpatizan, o a repetir consignas que detestamos, las consecuencias son
nefastas para nuestro organismo.
En esas circunstancias adversas de íntimas contradicciones surge un
malestar psicológico que puede desembocar en verdaderas neurosis que se
somatizan de distintas formas, incluida una peligrosísima alteración del
ritmo cardíaco, porque resulta que, finalmente, era cierto que el
corazón sufre de pena, como siempre han sospechado los poetas.
Disonancia cognitiva
Un psicólogo especialmente brillante de la década de los cincuenta del
siglo XX, León Festinger, llamó a este proceso "disonancia cognitiva",
abriendo con ese concepto una zona muy rica de investigaciones científicas.
La disonancia cognitiva nos hería la psiquis de una forma tan profunda
que tratábamos de paliar sus efectos con conductas erráticas muy
dolorosas, como traicionar nuestra racionalidad asumiendo hipócritamente
puntos de vista ajenos y contrarios a nuestras convicciones que nos
ponían a salvo de las consecuencias de nuestras creencias reales.
El llamado síndrome de Estocolmo es la más conocida y manoseada de las
disonancias cognitivas. Consiste en alabar y amar a nuestros verdugos
para que no nos hagan más daño, fingimiento que, en cierto momento, nos
lleva a dudar de nuestros verdaderos sentimientos y a dar por cierta lo
que no es otra cosa que una penosa estrategia de supervivencia.
¿A dónde nos conduce claramente la necesidad de coherencia emocional?
Nos conduce a proclamar, como su consecuencia lógica, el derecho a
expresarnos libremente, a informarnos libremente, a asociarnos
libremente, y, tal vez, al más trascendente de todos los derechos
relacionados con la necesidad de coherencia emocional: a amar libremente
a quien queremos y como queremos.
A lo largo de los siglos, los hombres han estado dispuestos a jugarse la
vida en defensa de estas libertades porque en ello les iba algo tan
importante como la coherencia emocional. La necesitaban. Necesitaban
respetarse a sí mismos para experimentar lo que era una existencia
realmente digna y decorosa.
Nadie está autorizado a conculcarnos esos derechos. Nadie está
legitimado para impedir nuestra coherencia emocional. Quien lo haga,
cometerá un crimen contra la naturaleza humana.
Claudio Sánchez Albornoz, glosando y corrigiendo a Benedetto Croce, dejó
escrito que la historia es la hazaña de la libertad, y la libertad, la
hazaña de la historia".
Tenía razón. Es posible concebir la aventura humana en Occidente, pese a
las contramarchas eventuales, como una ampliación creciente de las
libertades individuales.
Ustedes, jóvenes, hacen historia participando de esa hazaña de la
libertad. Todos les tenemos que estar profunda y eternamente
agradecidos. ¡Adelante!
http://www.diariodecuba.com/derechos-humanos/9739-la-necesidad-de-coherencia-emocional
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