Miércoles, 22 de Febrero de 2012 01:11
Jorge Olivera Castillo
desinflarHabana Vieja, La Habana (PD) Los logros alcanzados por la
llamada revolución cubana son cada día más cuestionables. Las
estadísticas que avalan un sinnúmero de hazañas sociales – en este caso
relacionadas con la graduación de miles de universitarios en las últimas
décadas – carecen de un complemento sin el cual las grandilocuentes
cifras solo reflejan la magnitud del embuste: la calidad profesional de
un notable número de titulados hay que encerrarla entre signos de
interrogación.
No es raro encontrarse con abogados sin las habilidades para redactar
una composición simple, maestros de español con faltas de ortografía
garrafales, economistas con serias lagunas en materias relacionadas con
su especialidad o médicos que en vez de curar, matan sin que salgan a la
luz sus errores fatales provocados por el desconocimiento y la apatía,
pues el rigor académico como garantía de un excelente servicio termina
diluyéndose hasta arrojar resultados que no coinciden con la máxima
gubernamental de que Cuba es una potencia médica.
La incompatibilidad entre los recursos disponibles y el alto porciento
de matriculados, así como la politización a ultranza de los programas de
estudio podrían citarse entre las causas que explican el bajo
rendimiento de una parte significativa de los graduados en los
institutos superiores de medicina.
Son innumerables los factores que avalan el declive. En el futuro muchos
doctores que malgastan su tiempo en una consulta o en un quirófano,
tendrán la obligación de revalidar sus títulos si es que desean
continuar ejerciendo. De lo contrario deberán optar por otro empleo que
nada tenga que ver con el juramento hipocrático.
Estas permutas laborales ocurren en la actualidad como algo natural
dentro un sistema cada vez más identificado con el absurdo. Que un
doctor prefiera realizar una labor mercantil de poca monta, antes que
continuar auscultando pacientes, es una decisión que excede la
singularidad. Las ganancias a obtener en esas faenas comerciales superan
con creces el salario promedio de los galenos en Cuba: cuarenta dólares
mensuales.
Desde Chile llega la noticia de que el globo pierde aire con un nuevo
pinchazo: recientemente, la entidad conocida como EUNACOM (Examen Único
Nacional de Conocimientos de Medicina), solo aprobó a un pequeño
porciento de médicos que intentaban revalidar el título. Del ochenta
porciento de los desaprobados, la mayoría eran graduados en Cuba.
Este dato es un botón de muestra de lo que sucede de manera generalizada
en toda la red educacional cubana en cuanto a las inciertas
posibilidades de recibir una debida preparación. Lo preocupante es que
se trata de personas que tienen la responsabilidad de proteger la vida
de otros seres humanos.
Para que se tenga una idea de la magnitud de la irresponsabilidad, solo
en la ELAM (Escuela Latinoamericana de Medicina), fundada por Fidel
Castro en La Habana en 1999, se han graduado más de diez mil médicos
extranjeros y su matrícula actual es de once mil estudiantes.
No es que esos médicos se gradúen sin saber nada. El problema está dado
en las altas probabilidades de un diagnóstico equivocado, un
procedimiento incorrecto en una cirugía o en la fallida interpretación
de los exámenes clínicos con sus posteriores consecuencias.
La llamada revolución socialista es un globo que ya no resiste más
parches. Los mismos que lo inflan día por día con el fraude, pueden
reventarlo, amén de los ocasionales pinchazos como este de Chile.
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