Miércoles, Febrero 22, 2012 | Por Augusto Cesar San Martin
LA HABANA, Cuba, febrero, www.cubanet.org -Cuentan que un viajero llegó
a la ciudad de Baracoa y pidió algo de comida. Como el caminante fue
ignorado por los pobladores de la villa, antes de marcharse, maldijo la
región. A partir de ese momento el territorio de Baracoa es santificado
todos los días por la lluvia que mantiene la frescura de su campiña.
El visitante que se acerca a Baracoa por la carretera de La Farola,
une en la construcción del viaducto, la Cuba de antes y la posterior a
1959. La obra, considerada una de las siete maravillas de la ingeniería
civil cubana, se cubre con los paisajes bendecidos por la maldición.
Algún que otro chofer se deja deslumbrar por las caricias del panorama
y colisiona sin remedio en las cerradas curvas del camino. Quizás la
dificultad para conducir por estas lomas sea el motivo por el que los
aspirantes a chofer de ómnibus de turismo pasan la prueba de fuego en ellas.
Las plantas de cacao dan la bienvenida a lo largo del recorrido, los
vendedores no hacen menos. Todo un conglomerado de nativos se abalanza
hacia los autos para vender lo que solo la tierra de Baracoa ofrece. Con
intuitivo mercadeo regatean el precio al turista extranjero hasta
convencerlo de comprar.
Cucuruchos de dulce de coco, barras y bolas de chocolate puro,
mandarinas y plátanos, dulces como la miel. El apetitoso Bacán, hecho
con plátano verde hervido envuelto en sus hojas y relleno con cangrejo.
Los vendedores esconden en sus bolsas los paquetes y collares de las
extintas Polímitas, esos caracoles pintados con la acuarela de la
naturaleza, que los cerros de la región declaran exclusivos. "Un dólar
por quince Polímitas", susurran los vendedores, mientras miran hacia los
lados de la desierta carretera.
Baracoa es un pueblo que muestra la pobreza en todos los sentidos. La
escasa circulación de la moneda se descubre en los bajos precios de los
alimentos básicos. La carne de cerdo se vende entre 0.45 y 0.50
centavos dólar la libra en pie, precio que se triplica en el occidente
del país. Esta situación es aprovechada por los choferes de ómnibus
estatales y carga por camiones. Compran a bajos precios y revenden los
productos en la capital.
Los pobladores se lamentan al mostrar al visitante un pueblo cuya
pobreza avergüenza. La infraestructura turística pone en duda el interés
de las autoridades por el desarrollo del sector. Los hoteles son lugares
de paso de los turistas extranjeros, que no resisten más de dos días de
carencias.
Pocos baracoenses, tienen esperanzas de que mejore la vida en la zona.
Quienes la tienen, aguardan en competencia en las entradas de las
playas para ofrecer a los turistas platos elaborados con la prohibida
langosta.
En los ríos los vendedores ofrecen lo endémico, que al extranjero parece
extraordinario. Incluyen recorridos en bote por la aguas del Yurumí, con
ofertas de comida. Todas las facilidades de una infraestructura
turística ilegal pero tolerada.
Baracoa, la ciudad primada, primera fundada por los españoles en la
Isla, se detuvo en el tiempo. Maldita o no, emigrar es la única
expectativa de sus pobladores. Los que se asientan sin remedio en su
extensión territorial se amparan en la fe cristiana o en la revolución,
cuyos anunciados beneficios no han llegado aun para ellos.
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